lunes, 22 de noviembre de 2010

Cien años de la Revolución Mexicana - El águila y el sol (Genealogía de la rebelión, política de la revolución)


1. La repetición, o el eterno retorno de la revuelta


Durante un siglo la historia de México fue una historia de revueltas y rebeliones campesinas enmarcadas por dos revoluciones: la revolución de Independencia en 1810, la Revolución Mexicana en 1910.

Hoy el México institucional celebra las dos revoluciones y sus cambios políticos. Olvida, oculta o deja en la penumbra del pasado a las rebeliones que les dieron cuerpo y destino. Éstas, a diferencia de las revoluciones y sus programas, no soñaban con instituciones y políticas. Nomás querían justicia.

Las dos revoluciones, a un siglo de distancia entre una y otra, fueron por supuesto diferentes. La de 1810 se proponía la independencia de México del poder colonial, cuando las guerras y las invasiones napoleónicas habían puesto en crisis a España y su inmenso imperio americano. La de 1910 se propuso en su inicio una trasformación democrática del régimen político. En éste la oligarquía terrateniente había consolidado su poder y su riqueza a través del despojo de tierras y aguas a las comunidades y pueblos agrarios y la inserción de México en el luciente mercado mundial de la Belle Époque.

Ambas revoluciones, cada una en su tiempo, cambiaron la estructura del Estado y sus instituciones políticas. Pero ambas preservaron intacta la fractura sobre la cual se había fundado México desde la Conquista: la línea de fractura racial que la República siempre se negó a reconocer en sus leyes, pero nunca abandonó en sus prácticas.

En uno de los lados de esa línea, el de abajo, se gestaron y organizaron las rebeliones sin las cuales ninguna revolución es posible. En el otro lado, el de arriba, se fueron formando los programas y las conspiraciones que llevaron a las rupturas en el régimen político que trasforman a las rebeliones en revoluciones.

Así México conoció en un siglo, entre 1810 y 1910, dos revoluciones. Pero después de la primera, entre ambas se sucedieron incontables rebeliones indígenas, grandes y pequeñas, todas ellas por antiguas demandas negadas por el régimen republicano: tierra, justicia, derechos y libertades; todas llevando en su núcleo una antigua demanda inmaterial: el fin de la humillación, la dignidad de cada uno y de todos como esencia de la relación humana.


Un grupo de zapatistas muestra sus armas en Amecameca, estado de México, 1911 (Fotografía de Hugo Brehme). Tomada del libro México fotografía y revolución. Editado por FundaciónTelevisa


En su sustancia corporal la revolución de Independencia de 1810 había sido una extensa rebelión de los pueblos y comunidades indias en defensa de sus derechos comunales, su modo de existir y sus mundos de la vida, que las reformas borbónicas en el orden colonial les arrebataban desde la segunda mitad del siglo XVIII.

Así lo documentan tantos cuantos han excavado en los archivos las razones, los motivos y los modos de los pueblos insurrectos. Así lo dibujaba en un escorzo Octavio Paz, a la mitad del siglo XX, en El laberinto de la soledad:

La guerra de Independencia fue una guerra de clases y no se comprenderá bien su carácter si se ignora que, a diferencia de lo ocurrido en Suramérica, fue una revolución agraria en gestación.

El cambio resultante en la organización política del país –Independencia y República– pasó el poder a la nueva elite dominante criolla, blanca, culta y propietaria. Pero poco o nada cambió en el contenido y las formas de la dominación contra la cual se habían rebelado los pueblos indios y campesinos de México. El dominio criollo incluso desmanteló derechos consuetudinarios de los pueblos.1 Poco o nada cambió, para los indios, en la sustancia de la humillación como rasgo constitutivo de la dominación racial de los antiguos y los nuevos señores de la tierra.

Aquí rebelión y revolución bifurcaron sus caminos, sus contenidos y sus significados.

El resultado fue que esa guerra de clases, esa revolución agraria en gestación, se prolongó a lo largo del siglo XIX en la lucha soterrada o abierta de los pueblos indios para defender sus tierras, sus mundos y sus vidas del despojo material y la opresión racial bajo el régimen republicano. Era una guerra india intermitente, dispersa, sin centro ni periferia, que a fines del siglo XIX se agudizó y en 1910 estalló en una nueva revolución agraria, la que se conoce como Revolución Mexicana.

Esta Revolución de 1910, tan diversa en sus inicios y en sus propósitos de aquella otra, la de Independencia, vivió la misma dicotomía. Pero ahora ésta se presentó nítida, aguda y encarnada en programas y ejércitos diferentes dentro de la revolución.

Una fue la rebelión de las comunidades y los campesinos del norte y del sur que se hizo revolución del pueblo en los ejércitos de Emiliano Zapata y de Pancho Villa. Otra fue la revolución política de los jefes y dirigentes liberales que culminó en la Constitución de 1917 y en los sucesivos gobiernos mexicanos desde 1920, una vez derrotados los campesinos en armas y absorbidas sus rebeldías radicales en reformas agrarias y democráticas legales.

* * *


Las proclamas y los objetivos políticos de las elites dirigentes de las dos revoluciones eran también diferentes, tanto como lo era la nación que cada una de ellas imaginaba. Pero las acciones de las partidas de campesinos indios sublevadas al llamado de esas proclamas eran en cambio sorprendentemente similares. Un siglo después, los métodos de acción –el repertorio de confrontación, según el lenguaje de otros historiadores– se repetían.

Eric Van Young, en La otra rebelión,2 describe el patrón de conducta de los rebeldes de la guerra de Independencia cuando tomaban una población:

Invariablemente echaban las mercancías a la calle o a la plaza para que la gente del pueblo se las llevara, dinero y ganado lo guardaban para sí, liberaban a los prisioneros de las cárceles y secuestraban a los españoles y a los oficiales blancos de la localidad.

Felipe Ávila, en Entre el porfiriato y la revolución, refiere lo que sucedió desde los inicios de la revolución mexicana, en 1911, en los territorios zapatistas:3

enfrentamientos armados, tomas de poblaciones, saqueos, quema de oficinas y archivos públicos, imposición de préstamos, liberación de presos y ejecución de autoridades, comerciantes, empleados de haciendas y fábricas, y de residentes extranjeros.

Esta violencia plebeya, como la llama Ávila, era descrita por la prensa de la época como violencia india. Aunque este uso del término indio venía cargado de contenido racista, en los hechos decían verdad: la revolución zapatista de 1911 en su raíz agraria, en la composición de su tropa y de sus dirigentes y en sus acciones era en lo esencial una revuelta de los indios, aun cuando en las proclamas y los programas de sus jefes nacionales la revolución iniciada en 1910 fuera una revolución política democrática.

Si a un siglo de distancia proclamas, programas y fines de los dirigentes de las revoluciones de 1810 y 1910 eran tan diversos, ¿de dónde viene la extraña repetición de los gestos y las acciones de los protagonistas de las dos rebeliones, los pueblos indios de México?

Es que las imaginaciones de aquellos jefes respondían a una política renovada con los tiempos y sus circunstancias, una política a la cual identificaban muchas veces con la palabra progreso. En cambio los modos de estos otros, su violencia plebeya, provenían de una genealogía trasmitida por las generaciones sucesivas como experiencia y como herencia inmaterial: sentimientos, maneras de estar juntos, imaginaciones, costumbre, mundos de la vida.

Los programas de las elites revolucionarias apuntaban hacia una sociedad y una organización política futuras. Los gestos, las acciones, los métodos de lucha de los pueblos indígenas respondían a los agravios, las humillaciones, los despojos sufridos por ellos y sus ancestros en el pasado y se nutrían de esas experiencias heredadas y repetidas hasta el presente de sus propias vidas.

La rebelión surge de ese pasado y de él toma sus razones, sus motivos y sus métodos. Es herencia y es genealogía. La revolución que resulta de ella derriba las antiguas instituciones y establece otras nuevas. Es programa y es política. Pueden los motivos de la rebelión no ser antagónicos con los objetivos políticos de la revolución. Son ciertamente diferentes. Esta diferencia tomó forma material en la Revolución Mexicana de 1910, cuando los ejércitos campesinos de Zapata y de Villa terminaron enfrentados armas en mano con el Ejército Constitucionalista.

* * *


Cuando estalla una revolución, el momento de la rebelión es aquel que la cubre por completo, la llena de significados, se confunde con ella. El historiador entonces no se pregunta sólo qué pasó, sino cuál era el sentido de eso que había estado pasando. Son momentos que E. P. Thompson describió en un pasaje clásico acerca de las preguntas del historiador a esos pasados plebeyos sin registros:4

Estas cuestiones, cuando examinamos una cultura de costumbres, a menudo tienen que ver menos con los procesos y lógicas de cambio que con la recuperación de precedentes estados de conciencia y texturas de las relaciones sociales y domésticas. Tienen que ver menos con devenir que con ser. A medida que algunos de los principales actores de la historia se alejan de nuestra atención –los políticos, los pensadores, los empresarios, los generales– un inmenso reparto secundario, que creíamos eran tan sólo figurantes en el proceso, avanzan hasta ocupar todo el proscenio. Si sólo nos preocupa el devenir, entonces hay periodos completos de la historia en los cuales un entero sexo ha sido descuidado por los historiadores, porque las mujeres rara vez son vistas como actores de primer orden en la vida política, militar o incluso económica. Si nos preocupa el ser, la exclusión de las mujeres reduciría entonces la historia a futilidad.

Vista desde este mirador, la rebelión es una irrupción del ser dominado en el acontecer político de la dominación, en su devenir. Para acercarse a aquélla el historiador necesita mirar y considerar lo que con su hacer expresan los cuerpos antes que cuanto con su decir trasmiten las palabras. Ninguna proclama de las dos revoluciones decía de abrir las cárceles, repartir los víveres, quemar los archivos de la justicia y de la propiedad y ajusticiar a los odiados. Eso hicieron sin embargo en ambos casos los rebeldes. Al historiador no le toca juzgar si estuvo bien o estuvo mal, sino registrar que así fue como fue.

Develar esos momentos en la historia tiene que ver no sólo con registrar las ideas del conocer propias del tiempo y del lugar, sino también con indagar y recuperar los modos del hacer y del estar.

Aquellas ideas son ciertamente necesarias para organizar los objetivos de una revolución. Pero las formas, los lazos humanos y las imaginaciones a través de los cuales toma cuerpo esa organización vienen desde más atrás. Están en la memoria de los sublevados, en sus historias vividas y heredadas, en ese entramado que en los lugares de trabajo y de vida se trasmite de una generación a otra. Se trata de una historia de lugares y regiones y de los seres humanos que allí viven, trabajan, disfrutan y dan sentido a sus vidas.

Ese sentido es lo que E. P. Thompson nos propone indagar cuando nos dice que esos oscuros y verdaderos protagonistas de estas historias están preocupados por el ser antes que por el devenir. Es la sutil línea que, aun cuando sean partes de un mismo proceso histórico, distingue a la rebelión de la revolución.

2. El corte en el tiempo


Soldados y sus familias se embarcan en Sonora para reunirse con las fuerzas villistas en Torreón, Coahuila, c. 1913 (fotógrafo desconocido). Tomada del libro México fotografía y revolución. Editado por Fundación Televisa


La revuelta es un corte en el tiempo homogéneo de la historia, dice Walter Benjamin. Ella se nutre de la imagen de los antepasados oprimidos, no de la visión de los descendientes liberados. Los programas políticos proponen un futuro que será inaugurado por el devenir de la revolución. Pero la fuerza de la revuelta sin la cual ninguna revolución existe, proviene del cúmulo de despojos, agravios y humillaciones acumulados por las sucesivas generaciones. Forse una rabbia antica, generazioni senza nome, gli urlarono vendetta [Quizá una rabia antigua, generaciones innombrables, clamaron por venganza], decía una canción del italiano Francesco Guccini para explicar el sentido del gesto sin sentido de un maquinista ferroviario que a principios del siglo XX, allá en Bolonia, lanzó su locomotora loca contra un tren de lujo que corría en sentido opuesto. Teatros y estadios llenos de jóvenes coreaban esas estrofas en la Italia de los años setenta del siglo pasado.

La rebelión no habla del futuro, habla de la abolición de los agravios del pasado. Su violencia exasperada, en apariencia sin sentido y hasta a veces contraria a sus fines, viene de otro origen que las imaginaciones del porvenir. Viene de una interminable cadena de humillaciones y despojos, humillaciones propias y de los padres y de los abuelos. La revolución puede culminar en la Declaración de los Derechos del Hombre y ésta prolongarse en la proclama de Olympe de Gouges, pero la rebelión que la desencadena se iba organizando en aquellos ánimos de donde surgían los Cahiers de Doléances, los memoriales de agravios de la Revolución Francesa.

La revuelta quiere detener –o al menos interrumpir– el tiempo de la humillación y del desprecio. En sus Tesis sobre la historia, Walter Benjamin dibuja esta ruptura en una curiosa anécdota sobre la revolución de julio de 1830 en París:5

Concluido el primer día de combates, sucedió que al caer de la noche la multitud, al caer la oscuridad, en diferentes barrios de la ciudad y al mismo tiempo, comenzó a atacar los relojes. Un testigo, cuya percepción se debió tal vez al azar de las rimas, escribió:

¡Quién podría creerlo! Se dice que, en furia con la hora, / unos nuevos Josués, al pie de cada torre / tiroteaban cuadrantes para parar el día.

De ese corte en el tiempo homogéneo de la dominación reconocida y la obediencia aceptada puede resultar –o no– una revolución, un cambio en las leyes, las instituciones, la propiedad, las formas y los contenidos de la dominación misma. Tal ha sucedido en todas las revoluciones victoriosas: la francesa, la haitiana, la rusa, la china, la argelina, la vietnamita, la cubana, la boliviana, las dos revoluciones mexicanas.

Estos cambios vienen preparados por otros anteriores en las sociedades y se anuncian en los programas, las críticas y las actividades de las elites políticas. Pero no son esas elites, aun las radicales, las que dan cuerpo a la ruptura del antiguo orden y abren paso al nuevo. Son otros, los humillados y ofendidos, los protagonistas del acto material y corporal de la revuelta sin el cual no hay revolución sino, cuando más, cambio en el mando político establecido. Son aquellos a quienes la vida se les ha vuelto intolerable y para quienes la ruptura entre las elites –la del Antiguo Régimen y la revolucionaria– abre un espacio para irrumpir en el primer plano de la escena.

Tal vez en esa dicotomía espacial entre protagonistas y figurantes se encierra el secreto de lo que Benjamin, también en sus tesis, llamó una aporía fundamental:6

La historia de los oprimidos es un discontinuum. La tarea de la historia consiste en apoderarse de la tradición de los oprimidos. [...] El continuum de la historia es el de los opresores. Mientras la representación del continuum conduce a la nivelación, la del discontinuum está en la base de toda tradición auténtica. La conciencia de la discontinuidad histórica es propia de las clases revolucionarias en el momento de su acción.

Uno de los dirigentes de la revolución rusa de 1917, León Trotsky, desterrado desde 1929, pudo escribir su Historia de la revolución rusa, obra de escritor, protagonista, historiador y cronista de los acontecimientos. En el prólogo de este trabajo presentó su propia visión sobre la preservación de tradiciones del pasado en la génesis de las rupturas revolucionarias y sobre la relación entre la rebelión del pueblo y la política de sus dirigentes:7

Las masas no van a una revolución con un plan preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Sólo el sector dirigente de su clase tiene un programa político, el cual, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas. [...] Sólo estudiando los procesos políticos sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel de los partidos y los caudillos, que en modo alguno queremos negar. Son un elemento, si no independiente, sí muy importante de este proceso. Sin una organización dirigente la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor.

Su propuesta para explicar el proceso es, entonces, guiarse primero por el hacer de los insurrectos y sólo después por el decir de sus dirigentes. La línea divisoria entre aquel hacer y este decir es la que separa también rebelión y revolución.

Aunque en la realidad aparezcan confundidas –no hay revolución sin rebelión, decíamos–, en la tarea del historiador es fundamental reconocer esa línea. No pocas historias de las revoluciones mexicanas son historias de las políticas de los dirigentes, incluidos los más radicales, antes que de los motivos profundos de los oprimidos para rebelarse y de cuáles fueron los sentimientos y los procesos en sus conciencias que los decidieron a correr los riesgos de una rebelión.

Aquélla es hoy la tendencia dominante en las conmemoraciones oficiales de las dos revoluciones mexicanas. Habla en ellas la voz y la memoria de las instituciones estatales, es decir, la voz del orden surgido de las revoluciones y no las múltiples voces de la ruptura del orden precedente que fue la esencia de cada una de esas rebeliones. Son relatos del “continuum de la historia”, diría Benjamin, y no de la discontinuidad histórica encarnada en las revoluciones. Así la conmemoración estatal de las revoluciones mexicanas se convierte en un discurso del poder y de sus instituciones, como si la tarea y la misión de las rebeliones hubiera sido la de fundar ese poder y no la de destruir los poderes antes dominantes.

En esos discursos la continuidad ocupa el lugar de la discontinuidad y la permanencia desplaza a la impermanencia que es la esencia misma de cada rebelión.

3. Un tiempo fuera del tiempo


La entrada triunfal de zapatistas y villistas a la ciudad de México, el 6 de diciembre de 1914, único momento de la Revolución en que los jefes de ambos bandos coincidieron en una acción común. (Fotografía de Antonio Garduño). Tomada del libro México fotografía y revolución. Editado por Fundación Televisa


Nadie puede ignorar los cambios en la economía, las modificaciones en las normas y formas de la dominación o las crisis y rupturas en las elites dominantes que pueden estar en el origen de cada rebelión. Pero una tarea es el estudio de sus causas y otra la investigación de las formas que toma, de cuanto sucede en el seno mismo de la rebelión, de aquellos modos de hacer y de sublevarse que se repiten y renuevan a través de los tiempos.

Una rebelión, una huelga, una ocupación de espacios físicos o simbólicos es un modo de estar juntos y entre iguales, libres del mando extraño, y de establecer el lazo solidario más allá de los lazos de sangre familiares y de los lazos de los intercambios mercantiles, incluido el vínculo salarial.

Los lazos de una rebelión vienen del pasado y se han establecido en las regiones del trabajo en común (plantación, barco, mina, hacienda, industria, estudio) o de la vida en común (aldea, pueblo, barrio, ciudad). Llevan consigo cierto orgullo de los lugares nuestros, esos que nosotros, los que ahora nos rebelamos, hicimos con nuestro trabajo y con nuestras vidas. Son los lugares donde se fue creando en el pasado el sentimiento de comunidad propio de toda rebelión. De ellos surgió la consigna de los Industrial Workers of the World: “An injury to one is an injury to all” - Un agravio a uno es un agravio a todos.

Ese sentimiento de comunidad, propio de la historia subalterna, tiene sus sitios sagrados y sus lugares simbólicos. Este orgullo de los lugares nuestros suele trasmitirse entre generaciones aunque no esté registrado en las historias. Pasa por las narraciones, las canciones, los relatos de los antiguos a los modernos y de los viejos a los jóvenes, aunque después modernos y jóvenes los adapten a sus nuevos usos. Pero en una fábrica, un barrio del trabajo, una aldea campesina, una comunidad indígena, en esa trasmisión los relatos del tiempo fuera del tiempo perduran y se renuevan como organizadores de los sentimientos.

De esas narraciones y de sus auras se nutrirán las futuras rebeliones, o protestas, o desafíos, aunque sus motivos y razones serán tan diferentes como los nuevos tiempos. Esas narraciones, sin embargo, tienen algo en común. Recuerdan, repiten, recrean aquellos momentos discontinuos en que se rompió la continuidad de la humillación impuesta por el poder a sus dominados, mucho más cuando ese poder se afirma en la línea de la distinción racial.

Por eso los relatos y los mitos de las rebeliones pasadas, en vez de registrar en primer lugar los cambios económicos destacados en tantas historias, recuerdan y celebran ante todo los momentos y los lugares de la ruptura de la humillación y del mundo puesto al revés. No es que aquéllos no importen. Es que son éstos los momentos míticos de la revuelta.

El triunfo de la Revolución se propone perpetuarlos. Pero ellos tienden a disolverse, aun cuando no desaparezcan del todo, en el nuevo orden que por necesidad establece la revolución triunfante. Si ese orden se congela en un puro mando autoritario o despótico, como ha sido recurrente en las revoluciones del siglo pasado, aquellos relatos y aquellos mitos vuelven a sus lugares subalternos y se recrean bajo nuevas e insólitas formas.

Esta distinción entre revolución y rebelión, aun cuando ambos acontecimientos se presentan confundidos, es capital para la tarea del historiador. Pues una revolución no es sólo lo que dicen los libros o lo que proponen los programas de sus dirigentes, sino sobre todo lo que hace el pueblo que se rebela.

La genealogía de este hacer es un objeto de estudio prioritario para el investigador de las revoluciones y rebeliones, sus programas políticos, sus acciones y sus imaginaciones.

4. El otro sol


En su manuscrito Sobre el concepto de historia, Walter Benjamin anotó esta tesis:8

La lucha de clases, que nunca deja de estar presente para el historiador formado en el pensamiento de Marx, es un enfrentamiento en torno a cosas toscas y materiales sin las cuales no pueden subsistir las cosas finas y elevadas. Sin embargo, sería un error pensar que, en la lucha entre las clases, estas últimas sólo aparecen como botín destinado al vencedor. Para nada es así, puesto que ellas se afirman precisamente en el corazón mismo de ese enfrentamiento. Allí aparecen y se mezclan entre sí tomando las formas de la fe, la valentía, la astucia, la perseverancia y la decisión. Y la irradiación de estas fuerzas, lejos de ser absorbida por la lucha misma, se prolonga en las profundidades del pasado humano. Toda victoria que alguna vez haya sido conquistada por los poderosos, aquéllas jamás han cesado de disputarla. Como esas flores que se mueven hacia el sol, las cosas pasadas, movidas por un heliotropismo misterioso, se vuelven hacia ese otro sol que está surgiendo en el horizonte de la historia. Nada hay menos visible que este cambio. Nada más importante, tampoco.

Revuelta y revolución, el águila y el sol. Será historiadora de una revolución quien sepa ver en su seno la revuelta, sin confundirlas en una y sin separarlas en dos.

Por Adolfo Gilly, Conferencia magistral en el centenario de la Revolución Mexicana - Université du Québec à Montréal, 12 octubre 2010; y University of California, Berkeley, 23 octubre 2010.

NOTAS

1. Indios e indígenas actuaron en los conflictos de 1808 a 1821, de diversas maneras participando en la creación de la nación mexicana. Pero sus participaciones raramente unieron una búsqueda de derechos de indios y la promoción de la nación. El derecho indígena, las Repúblicas de Indios, los Juzgados de Indios eran invenciones coloniales, políticas de la monarquía española. La nación y el liberalismo que muy pronto llegaron a guiar la nación nacieron en oposición al derecho indígena. No es de sorprender que por décadas muchos indígenas negociaran para limitar la nación y el liberalismo, luchando en momentos clave en contra del poder nacional y los programas liberales. (John Tutino, Indios e indígenas en las guerras de Independencia y en las revoluciones zapatistas, ponencia presentada en el coloquio Miradas sobre la historia, FCPS-Colmex, noviembre 2009).

2. Eric Van Young, La otra rebelión – La lucha por la independencia de México, 1810-1821, FCE, México, 2006, p. 260.

3. Felipe Arturo Ávila Espinosa, Entre el porfiriato y la revolución – El gobierno interino de Francisco León de la Barra, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2005, p. 21.

4. Edward P. Thompson, History and Anthropology, en Making History – Writings on History and Culture, The New Press, New York, 1995, ps. 204-205.

5. Walter Benjamin, Écrits français, Gallimard, París, 1991, p. 346.

6. Ibid., p. 352.

7. León Trotsky, Historia de la revolución rusa, Juan Pablos Editor, México, 1972, vol. I, p. 15.

8. Walter Benjamin, cit., p. 341.


Por: Adolfo Gilly
Tomado de: enlacesocialista.org.mx

viernes, 12 de noviembre de 2010

Prosigue el secuestro de civiles saharauis y los asaltos a sus viviendas

En el Aaiun, Sahara Occidental, la población saharaui está aterrorizada, las autoridades marroquíes siguen realizando secuestros, detenciones y torturas de civiles saharauis, así como el allanamiento sistemático de sus hogares. Es muy dificultosa la salida a la calle, donde las tiendas y las instituciones educativas siguen cerradas.

El aumento de este bloqueo constituye una amenaza permanente para la vida de los saharauis que se encuentran refugiados dentro de sus casas; en decenas de casas de diferentes barrios de la ciudad se han producido constantes incursiones de los equipos especiales de seguridad contratados para este fin, que saquean y torturan sistemáticamente.

Aún permanecen una gran cantidad de saharauis desaparecidos y detenidos, entre los que se encuentran ancianas, mujeres y niños, según el testimonio de las familias de los detenidos no han podido acudir a la sede de la gendarmería en el Aaiun, dado el terror impuesto y la colocación de barreras a lo largo de las vías de circulación, que son vigiladas por el ejército, fuerzas auxiliares y policías tanto identificados con uniforme como vestidos de civil.

Después de la eliminación definitiva por la fuerza del campamento, situado a 12 km al este de la ciudad, hasta el momento se desconoce el destino de muchos de los saharauis y el verdadero número de muertes causadas por el asedio que ha producido una situación tensa e inestable en la región.

A pesar de que las autoridades marroquíes han liberado los días 10 y 11 de noviembre de 2010 a numerosos civiles saharauis, en su mayoría mujeres y niños menores de edad, aún se encuentran detenidos decenas de ellos que son sometidos a interrogatorios sin conocer las familias su situación. La mayoría de los liberados han sido objeto de malos tratos, torturas, humillaciones y prácticas degradantes para la divinidad humana tras su detención en la comisaría de policía de el Aaiun (Sahara Occidental), se confirma que el Defensor de los Derechos Humanos El Laili Layla que había sido secuestrado el 9 de noviembre 2010 en el distrito Douret por elementos de la policía marroquí vestidos de civil, fue interrogado sobre su relación con el Comité organizador del Campamento, golpeado, escupido, sometido a palizas y humillaciones durante más de 24 horas antes de ser liberado en compañía de otras 50 mujeres que habían sido detenidas durante la incursión militar al Campamento.

La familia del niño saharaui menor Hamza Chuwaf de 14 años de edad, manifestó que su hijo fue secuestrado aproximadamente a las 12 horas del 8 de noviembre de 2010 en el distrito industrial por la policía marroquí vestida de civil, posteriormente fue liberado aproximadamente a las 8 de la noche del 10 de noviembre de 2010, después de ser torturado en las oficinas de la policía judicial, siendo todavía visibles los efectos de las torturas en diversas partes del cuerpo, especialmente en la boca, la cabeza y las piernas que fueron quemadas con cigarrillos y agredieron su cuerpo con instrumentos cortantes. El mismo sufrimiento fue infligido a otro joven saharaui de 28 años que fue secuestrado por la policía marroquí el 9 de noviembre de 2010, cuando salía de su casa, su familia desconocía su paradero hasta su liberación al día siguiente con marcas visibles en su cabeza, piernas y rostro, teniendo dificultad para hablar y moverse. Igualmente el secuestro de otro joven saharaui se produjo tras el allanamiento y rotura de la puerta de su casa, acompañada de malos tratos y amenazas a su familia, incluidos miembros de la familia menores de edad presentes.

La esposa del Defensor de derechos humanos Brahim Ismaili ha declarado que sobre la 1 de la mañana del 10 de noviembre de 2010, decenas de personas utilizando escaleras accedieron a su casa, allanada por la fuerza y aterrorizaron a toda la familia,
BRAHIM ISMAILI, secuestrado junto a su sobrino MOHAMMED SALEM AL BUSAIDI, han sido golpeados y maltratadas tanto su madre, como sus hermanas en el transcurso del registro de la vivienda perpetrado con violencia, en la que se ha aterrorizando a los miembros de la familia presente. La familia ignora la suerte los secuestrados ya que no es posible acceder a las comisarías de policía y la gendarmería debido a la inseguridad y al bloqueo de los accesos.

En el mismo contexto, el 10 de noviembre de 2010 se produjo el allanamiento de la casa de otros defensores saharauis de derechos humanos MUSTAFA DAH y GHALIA DJIMI, ante la insistente búsqueda por parte policía marroquí de los extranjeros que piensan puedan encontrarse albergados en los hogares de los defensores de los derechos humanos saharauis, motivo por los que están sometidos a un férreo control.

Siguen llevándose a cabo redadas en muchas de las casas de la población saharaui en diferentes barrios del Aaiun, donde siguen produciéndose saqueos, incendios y robos de decenas de tiendas, coches y edificios.


Colectivo de saharauis de Derechos humanos CODESA

Aaiun, Sahara Occidental, a 12 de noviembre 2010






Vista aérea del muro. Con más de 2.700 metros de longitud, es considerado el segundo muro más largo del mundo después de la Muralla China.


[+ Información sobre El muro de la vergüenza del Sahara Occidental, ¡Aquí!]


¡SAHARA LIBRE YA!

Video del campamento saharaui asaltado por la policía que protestaba para exigir mejores condiciones de vida



Video: bbc.co.uk
Imagen: bbc.co.uk
Tomado de: territoriosocupadosminutoaminuto.blogspot.com

Estudiantes expulsan al Esmad de la U de A


Para las 10 de la mañana del jueves la Rectoría, el Comité Rectoral, el Consejo Académico y la organización “Universitarios por la casa de todos” citaron a los estudiantes para un acto simbólico en rechazo a los “actos violentos” cometidos por un grupo de encapuchados el pasado nueve de noviembre, pues éstos se subieron hasta el techo de la edificación a tumbar una cámara de seguridad instalada durante el cierre de la Universidad entre el 15 de septiembre y el 11 de octubre.

Centenares de estudiantes se encontraban rodeando la Biblioteca prestos a participar de la manifestación, incluso entre pétalos de flores que querían dar cuenta de la voluntad pacífica de la misma. Pero a las 10 y media sonó una explosión que alertó a los escuadrones del Esmad, que desde el primer día del cierre vigilan todas las entradas al campus universitario.

Esto provocó que cerca de 15 hombres de este ejército entraran a la Universidad por la portería de Barranquilla y otros 15 por la de Ferrocarril, formándose en torno a los estudiantes. A la vez se escuchó por los micrófonos instalados para el acto simbólico a la Decana de la Facultad de Ciencias Sociales, Luz Stella Correa, advirtiendo que en el Bloque uno se encontraban unos estudiantes retenidos.

“Cuando llegaron vieron a unos estudiantes que no estaban encapuchados con papas bombas. Los directivos intercedieron para que dejaran ir a los retenidos” afirmó una de las empleadas de aseo del Bloque nueve, mientras advertía a sus compañeras del bloque uno y siete para que estuvieran atentas ante cualquier anormalidad.

"En una conferencia nos dijeron que si entraba la Policía nos fuéramos, porque ellos entraban y no distinguían a nadie", concluyó.

Por su parte el Esmad, tras su ingreso y unos minutos de espera en los que se vio al personal de la Personería tratar de dialogar con su comandante, desfiló por la cadena de corredores paralela a la Plazoleta Barrientos, para luego atravesar todo el conglomerado de estudiantes que se encontraba en las afueras de la de la Biblioteca Central. Luego llegaron hasta la entrada del Teatro Camilo Torres, lo que provocó rechazos mucho más airados de los estudiantes.

Su desfile regresó por el mismo sendero, mientras centeneras de estudiantes los perseguían para cuidar cuál sería su ruta y ahuyentarlos de la Universidad: "¡En Colombia el que no estudie es Policía Nacional!, ¡Fuera, queremos estudiar!" decía el contraflujo de personas que presionaban a los hombres del Esmad para que abandonaran las instalaciones. En los márgenes se encontraban otros estudiantes gritando arengas: "¡váyanse de la U! ¡Cerrémosle las entradas, no los dejemos pasar!"

La actitud de los policías era impasible. No estaba claro cuál era su objetivo. Lo cierto es que su ruta pasó por lugares estratégicos de la Universidad, lo que alteraba aún más a los estudiantes y los profesores. Los gritos continuaban mientras las tanquetas daban vueltas en círculo alrededor del campus sin emprender ninguna acción.

Finalmente la Policía se retiró, y regresó a sus puestos de vigilancia en las porterías. Los estudiantes permanecieron reunidos en algunos círculos de discusión.


[+ Fotografias en: delaurbedigital]


Por: Redacción De la Urbe
Tomado de: delaurbedigital.udea.edu.co




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jueves, 11 de noviembre de 2010

CONTRAVÍA: El alto gobierno en el escándalo del DAS






Emisión: 229 - Noviembre 7 de 2010

Para este inicio de temporada, hemos realizado un especial sobre el escándalo más grande de los últimos años y que viene afectando fuertemente la democracia Colombiana: la cacería del DAS.

"Si el gobierno ordenara el espionaje ilegal tendría que ir a la cárcel empezando por el presidente de la república": esto respondió el ex presidente Uribe a un estudiante que preocupado le preguntaba por su responsabilidad en el escándalo del organismo de inteligencia.

Sin embargo, meses más tarde sería el propio Procurador General de la Nación, el que sancionaría, nada más y nada menos, que al ex secretario general de la Presidencia de la República con 18 años de inhabilidad por "extralimitación de sus funciones" en el caso de las interceptaciones ilegales. Igual suerte corrieron funcionarios del más alto nivel del DAS, departamento de seguridad que depende directamente del ejecutivo.

Luego de semejante fallo, la pregunta que la sociedad colombiana se hace es ¿quién desde el alto gobierno pudo generar semejante situación? ¿Pudo esto suceder a espaldas del presidente, el hombre de la seguridad?

Para responder a esta pregunta, CONTRAVÍA elabora un reportaje detallado de los hechos, pruebas y testimonios que llevaron a esta situación.

NUEVO HORARIO
DOMINGOS 2:30 PM - CANAL UNO



Por: Contravia
Tomado de: youtube.com/morrisproducciones

martes, 9 de noviembre de 2010

La virginiana y la iraní

Sakineh Ashtiani y Teresa Lewis, condenadas a muerte en Irán y Estados Unidos.


TERESA LEWIS FUE EJECUTADA EN Virginia con una inyección letal; nadie será castigado por su asesinato, porque había sido condenada a muerte legalmente.

Había planeado el asesinato de su esposo e hijo adoptivo —lo que, por supuesto, era ilegal— y los que la mataron, consecuentemente, actuaron con la bendición de las autoridades.

Tal vez deberíamos reformular el sexto mandamiento para que diga: “No matarás sin permiso”. Después de todo, durante siglos hemos venerado las banderas de soldados que, estando en guerra, tienen permiso para matar, como James Bond. Y ahora se dice que el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, ha respondido a los exhortos occidentales de clemencia para una supuesta adúltera sentenciada a morir lapidada —el castigo ha sido rechazado, pero las autoridades afirman que sigue siendo una posibilidad— diciendo, en esencia: ¿Se quejan porque queremos matar legalmente a una mujer iraní cuando matan legalmente a una estadounidense?

Una objeción para la lógica de Ahmadineyad es que la estadounidense orquestó el asesinato de su esposo, mientras la iraní, Sakineh Mohammadi Ashtiani, sólo fue infiel. Y la estadounidense murió sin dolor, mientras la iraní corre el riesgo de morir de forma brutalmente dolorosa. Pero una respuesta de este tipo implica dos cosas: que mientras una adúltera no debería ser castigada con más que una separación legal, sin derecho a pensión, es aceptable castigar a asesinos con la pena capital —siempre y cuando el método de ejecución no sea muy doloroso—.

Si nuestro juicio no estuviera tan nublado, tal vez veríamos el punto más general: que ni siquiera los asesinos deben ser sentenciados a muerte, que las sociedades no deberían matar a sus ciudadanos —ni siquiera luego de un debido proceso, ni siquiera si la ejecución es relativamente indolora—.

¿Cómo responderían los ciudadanos de los países democráticos al líder de un país más bien antidemocrático cuando nos pide que no critiquemos la pena capital de Irán —dado que algunas naciones occidentales todavía tienen crueles castigos mortales—?

La situación es más bien rara, y me gustaría saber si estos occidentales —en cuyas filas figura la primera dama de Francia, Carla Bruni-Sarkozy— que protestan contra la pena de muerte en Irán también han protestado contra la de Estados Unidos. Sospecho que la mayoría no. Los occidentales se han desensibilizado con el alto número de ejecuciones legales en Estados Unidos. No obstante, nos horroriza la idea de que una mujer muera en Irán masacrada por una lluvia de piedras.

Ciertamente, no soy inmune a esto: cuando me enviaron una solicitud para que me manifestara contra la lapidación de Ashtiani, la firmé inmediatamente. Al mismo tiempo, pasé por alto el hecho de que la virginiana Teresa Lewis iba a ser sacrificada.

¿Nosotros, los occidentales, hubiéramos protestado con la misma intensidad si Ashtiani hubiera sido condenada a morir por inyección letal? ¿Nos indigna la lapidación o la ejecución de infractores del séptimo mandamiento —“No cometerás adulterio”— en lugar del sexto? No estoy seguro, pero el hecho es que las reacciones humanas muchas veces son instintivas e irracionales.

En agosto encontré una página de internet que describía varias formas de cocinar un gato. Sin importar si era en broma o en serio, los defensores de los derechos de los animales elevaron la voz en todo el mundo. Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no permiten ser explotadas por sus dueños —al contrario, los explotan con cinismo olímpico— y su afecto por la casa prefigura una forma de patriotismo. Entonces, me repugnaría que me dieran un plato de estofado de gato. Por otra parte, los conejos me parecen igual de lindos que los gatos, y aún así me los como sin ningún escrúpulo.

Me escandaliza ver perros pasear libremente en sus casas chinas, jugando con los niños, cuando todo mundo sabe que serán comidos a fin de año. Pero los cerdos —animales altamente inteligentes, según me dicen— vagan en las granjas occidentales y a pocos les preocupa el hecho de que su destino sea convertirse en jamón. ¿Qué nos inspira a considerar incomibles ciertos animales cuando los antropomorfizamos mientras otras criaturas adorables —terneros, por ejemplo, o corderitos— nos parecen eminentemente apetitosos?

Los humanos somos animales muy raros, capaces de mucho amor y de cinismo aterrador, igual de dispuestos a proteger un pez de color que a hervir una langosta viva, a aplastar un ciempiés sin remordimientos y tildar de bárbaro al que mata una mariposa. Similarmente, aplicamos una doble moral cuando enfrentamos dos sentencias capitales —nos escandalizamos con una y nos hacemos de la vista gorda con otra—. Algunas veces me siento tentado a coincidir con el escritor rumano Emil Mihai Cioran, quien afirmó que la creación, una vez que escapó de las manos de Dios, debe haber quedado a cargo de un demiurgo: un chapucero torpe, incluso tal vez un poco ebrio, que se puso a trabajar teniendo en mente algunas ideas bastante confusas.

*Novelista y semiólogo italiano.

Por: Umberto Eco
Tomado de: elespectador.com

lunes, 8 de noviembre de 2010

Un enorme beso homosexual como protesta en España por la visita del Papa






Un centenar de activistas gays y lesbianas se besaron al paso del automóvil del Papa cerca de la Catedral de Barcelona.

Foto: Agencia Efe

jueves, 4 de noviembre de 2010

Entre nubes de gases - Reconstrucción de los hechos del 15 de septiembre en la Universidad de Antioquia


Asamblea en el Camilo, mitin en el 16. Corre por aquí, arenga por allá.
Policías de negro acorazado, estudiantes y docentes desconcertados, miedo
en la Administración… aquí la reconstrucción de lo sucedido el miércoles
15 de septiembre, un día que está marcando un antes y un después de
incertidumbres en la Universidad de Antioquia


Un instante antes del impacto, Esteban lo vio venir con el ojo izquierdo. En el patio del bloque 16, bajo un Cristo Redentor y en medio de una multitud de manifestantes y decenas de policías, el muchacho vio llegar volando la granada con gas que lo rompió arriba de sus cejas. Cayó al piso.
¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! Caras pálidas, corridas, gritos. La policía persigue a los civiles por el campus universitario lanzando gases y gomas contra sus cuerpos. Con la ayuda de personal de Derechos Humanos, logran salir en grupos y, en la calle, los comandos antidisturbios atacan con chorros de agua y gases a los estudiantes que, corriendo con la mochila alzada, se protegen la cabeza. Ese miércoles 15 de septiembre
la Universidad de Antioquia conoció el pánico.
Por cuatro horas, una nube de humo de bromuro de bencilio se expandió unos 50 mil metros en el centro oriente de Medellín, desde el río Medellín hasta la Estación Hospital. El químico, que atrofia la respiración, corta la capacidad sensorial temporalmente, irrita la nariz, la boca y puede dejarte ciego, comenzó su recorrido antes de las cuatro de la tarde, cuando el primer grupo de comandos antidisturbios entró a la
Universidad.
¡Tun, tun, tun, tun! Retumban los pasos de sus botas negras, duras como sus protectores de pecho, testículos, piernas y cabeza. “No sabes lo que es ver un grupo de hombres armados avanzar lentamente, formados ordenadamente, en dirección a un mitin que estaba calmado”, dice pensativa Sara Fernández. Muchos lo supieron ese día.
Daniela, de la carrera de Bioingeniería, creyó que ese día encontraría la muerte. Los ojos de Hernán, verdes y grandes, se cierran por la fuerza del gas pimienta y, aturdido, también cae al suelo. En otra parte de patio, del lado del parqueadero, a Mildelia, defensora de Derechos Humanos, le corre sangre por la frente. No sabe qué la golpeó. Luquegi Gil, el Secretario General del Alma Máter, se esconde detrás de un carro.
Acaba de entrar el tercer grupo de escuadrones antimotines a la ciudadela universitaria. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Según declaró a De La Urbe, el Coronel Luis Eduardo Martínez Guzmán, comandante de la Policía Metropolitana: “La orden era ingresar para proteger la rectoría. Por eso entra el ESMAD”. El rector, Alberto Uribe, quien al principio dijo sentirse secuestrado, en la noche se retractó y fue a su casa a dormir.
“La Fuerza Pública entrará una y las veces que sea necesario a la Universidad de Antioquia porque ese no es un territorio de despeje”, dijo previo a los fuertes disturbios de ese miércoles, el gobernador de Antioquia, Luis Alfredo Ramos, aludiendo a la crisis de seguridad del Alma Máter: micro tráfico de drogas, robos, muertes, violaciones y otras prácticas criminales tienen alarmada a la ciudad que, al mismo tiempo, vive una época de mafias, paramilitarismo, guerrilla y delincuencia.

Dos días antes

El lunes 13 de septiembre se estrena la Tarjeta de Identificación Personal (TIP). Funcionarios de la Universidad exhiben petos nuevos y limpios que informan que, desde hoy, no sirven para nada los tradicionales carnés. Invitan, amablemente, a visitar la Facultad de Medicina donde te toman la foto, los datos y te imprimen la tarjeta que además puede usarse para viajar en el Metro. En las afueras, se ven tanquetas blindadas y agentes antidisturbios; también policías con motos y revólveres, y Ejército. Nadie sin Tip podrá ingresar a las instalaciones, a menos que consiga un permiso especial. La asamblea de estudiantes, por meses, ha manifestado su desacuerdo.
El profesor Eufrasio Guzmán, Director del Instituto de Filosofía, se pone el peto y va a la portería. Son las 11 de la mañana. Un grupo de estudiantes recorre las entradas a la U a manera de mitin, por momentos violento, en señal de rechazo a la medida. El Departamento de Vigilancia le informa a Guzmán que están rompiendo y quemando material publicitario y arrebatando las nuevas tarjetas plásticas. La turba llega al costado oriental, portería del Ferrocarril.
A la Emisora Cultural Universidad de Antioquia, más tarde, Eufrasio le cuenta: “Estaba con el peto, que era emblemático para la campaña, y trataron de arrancármelo (…) Incrementaron su nivel de protestas, pasaron a los gestos intentando quitármelo, empujando, y un estudiante me lanzó una patada”. Camilo Durango, estudiante de Antropología, estaba presente y cuenta que el profesor señaló, también enérgicamente, que quienes rechazan la Tip apoyan el paramilitarismo dentro de la Universidad. Entonces, la patada. “En ese momento, otros estudiantes en tónica muy diferente se acercaron, me rodearon, me acompañaron, y disuadieron a los agresores para que no continuaran con el maltrato”, dice el docente.
Para la vigilante Gallo, una mujer joven, tierna y corpulenta, es el primer día de trabajo en la empresa privada de vigilancia Miro Seguridad que, contratada por 7 mil millones de pesos, vigila esta Universidad. Cuando ve que los estudiantes furiosos entran a su puesto y rompen un computador, se acuerda de sus hijas. Para no salir corriendo aterrorizada, piensa en la necesidad económica que pasaría si llega a perder el empleo. Algunos de sus compañeros sí que salen en fuga ahuyentados por los coros que los señalan de paramilitares, hijueputas, asesinos.

El día previo

Asamblea de estudiantes. Atardece. Bajo el cielo nublado, en la plaza Barrientos, Gabriel Bocanument Rollo -líder estudiantil por décadas- grita: “¡Compañeros, periodistas del canal Cosmovisión preguntan si pueden grabar”. Entre unos doscientos, la mayoría levanta la mano y gritan sí. La reunión continúa pero la U empieza a vaciarse. Nadie puede entrar. A un costado, en la portería de la calle Barranquilla, se forma un alboroto. Dos policías intentan entrar. Lo impide el Decano de la Facultad Nacional de Salud Pública, Álvaro Cardona. Fue enviado hasta allí como delegado de la administración para dialogar sobre la Tip.
“Luego de sesionar desde las dos de la tarde hasta las 5:50 pm, recibir el informe del profesor Álvaro Cardona, observar todavía la presencia de Esmad en las porterías, notar cómo el administrativo y Miro Seguridad mediante tintas especiales marcan a los que a conciencia no ingresan con TIP, observar algunos malintencionados tirando explosivos buscando la confrontación en la plaza Barrientos, la Asamblea Extraordinaria del 14 de septiembre define: “Reanudar la Asamblea Extraordinaria el día miércoles 15 de septiembre en el Teatro Popular Camilo Torres desde las 10:00 am”, se lee esa noche en el blog de los estudiantes.

Llegó el día

Las porterías continúan militarizadas. Unas 500 personas llegan hasta el Teatro Camilo Torres. Los líderes dan informes y comienzan las intervenciones. Por radio, los vigilantes se piden estar atentos. Al mediodía, un estudiante molesto, vestido de camisa verde, se toma el micrófono. Cuenta que el día anterior los vigilantes de Miro lo golpearon en la portería del Metro por negarse a mostrar la Tip. Pudo al fin entrar con defensores de derechos humanos de la Personería de Medellín y el colectivo Gustavo Marulanda.
Hoy, antes de llegar a la asamblea, pasó de nuevo por esa portería. “Niño mimado, ¿por qué no venís hoy con tus papás? ¡Malparidito! Aquí sos alguien pero espérate que te cojamos en la calle”, relata en el Teatro. Narra que lo agarran y le toman una foto. “¡Ya te tenemos reseñado, hijueputa!”, cuenta. La masa se altera. “Como nos están retratando, vamos a hacer lo mismo”, pide uno de los muchachos. Acuerdan que a las dos de la tarde saldrán en mitin por las porterías y terminarán con un plantón en el Bloque Administrativo. “No vamos a desalojar a nadie violentamente. Vamos a arengar para que nos escuchen”, dice otra voz y la mayoría asiente.
2:30 p. m. Cecilia Plested, profesora de la Escuela de Idiomas, escucha el mitin desde la carrera Carabobo, apura el paso, ve la puerta peatonal cerrada, pide permiso, los Esmad están adentro y ella, sorprendida pero clara, empieza a gritar a los estudiantes: “¡No se dejen provocar!, ¡no se dejen provocar!”. Llama a una jovencita para pedirle que, por favor, le diga al encapuchado que está bajo un árbol que se aleje del lugar. “¡Ustedes no saben lo que es una universidad militarizada! ¡No se dejen provocar!”, grita Cecilia meneando la cabeza y alborotándose el pelo.
Cecilia corre al Bloque 16, sube a la oficina del Rector, le cuenta lo que vio. “Tengo cinco minutos, cuéntame rápido”, le dice a la profesora que no para de gritar. Otros funcionarios llegan. Se forma una discusión. Martiniano Contreras, Vicerrector General, no se sorprende con la denuncia de la profesora. “Si a mí me preguntan si yo sabía que iba a entrar el Esmad ese día, yo digo: ‘Yo suponía que iba a entrar el Esmad después de lo que estaba pasando, de lo que dijo el Gobernador’ ”, explica un mes después a De La Urbe.
3:10 p. m. Un coro se acerca al Cristo Redentor. “¿Y dónde está? ¿Y dónde está? Alberto Uribe, ¿dónde está?”, cantan y saltan los estudiantes. No hay encapuchados ni gente armada visiblemente. El Rector cancela su cita. No sale del bloque. La multitud llegó hasta el patio y la profesora Cecilia se asoma. Les pide calma, que vayan al Teatro Camilo Torres para dialogar.
Le responden con chiflas. La creen vocera de la administración y ella, aireada, pide respeto, además de que no pisen las matas. “¡No pisen las maaaaaaaaatas!”, grita, grita y grita.
Ricardo Toro, de la Unidad de Derechos Humanos de la Personería, tiene un radio en la mano que levanta una y otra vez, ansioso. Está parado junto a la entrada del Bloque Administrativo comunicándose con Jesús Sánchez, quien está en la portería del Ferrocarril. “¿Cómo está la situación allá adentro?, ¿es cierto que hay un secuestro de los directivos?”, le pregunta Jesús a Ricardo.
“A lo sumo, Ricardo manifiesta que no es cierto, que eso es una medida de seguridad (las puertas cerradas), que custodia el Administrativo cuando se presentan este tipo de sucesos”, relata Jesús. “Entonces, el Mayor Hernández, al mando de la policía en ese momento, nos escucha la comunicación y nos dice: ‘Bueno, yo estoy tranquilo entonces’.
Cuando de un momento a otro, ingresamos a la Universidad verificando cómo se encontraba la situación y nos encontramos con que a nuestras espaldas entran uno o dos escuadrones del Esmad -por ahí de 20 a 30 hombres- sin mediar palabra, haciendo sus disparos de gases lacrimógenos y de granadas aturdidoras”, declara Jesús Sánchez.
-¿Qué pasó, Mayor? ¿Por qué ingresan los ESMAD si hace cinco minutos usted y nosotros estábamos escuchando la comunicación de que esto era una protesta, pero pacífica?- increpa Jesús al policía.
El comandante de los antimotines dice que está recibiendo órdenes.
-¿Y que quién le da esas órdenes?
-La dan el Gobernador de Antioquia y el Rector de la Universidad. Que cuando a él le cambien esa orden esas dos personas, él retira sus hombres de allá”, recuerda el Coordinador Administrativo de la Unidad de DDHH de la Personería de Medellín.
Marco y Sara, de la Asociación de Profesores, caminan en dirección a la salida de Ferrocarril. Ven la reunión en los bajos del Bloque 16 y solo los sorprende lo numerosa que es. “Un mitin normal, con arengas, organizados, pidiendo la palabra”, recuerda Sara. En la acera del bloque 18, de frente a la portería y de espaldas al 16, se detienen. “Veo a los de Miro abriendo las puertas a un grupo numeroso del ESMAD. En la malla están los de Personería alzando las manos. ¡No, no, no! ¡No entren, no entren! Les piden y pido yo”. ¡Booom! Explota una granada de gas lanzado por los policías desde el parqueadero.
El escuadrón avanza hasta el costado oriental del bloque. Daniela y todos corren. Junto a la fuente del Hombre creador de energía, la pequeña se derrumba, entra en shock, no puede parar de llorar. “Llamo a mi casa y me despido de todos”, cuenta. A unos pocos metros, por la Biblioteca, Julián Henao, estudiante de Derecho regresa al Bloque 16. Quiere saber si alguien está herido, averiguar qué pasó. Un centenar, como él, regresa asustado y enojado.
Sara y Marco se apuran a mediar. Líderes de oficinas estudiantiles, que andaban reunidos en el bloque 9 paralelo a la Asamblea, llegan al lugar para lo mismo. Nadie, entre los representantes profesorales y estudiantes, quiere el tropel. Todos hablan con todos y llaman por celular, buscan soluciones. Llegan los periodistas y las cámaras de tv. Casi la mitad de la unidad de Derechos Humanos de esta ciudad se concentra a esta hora en la Universidad de Antioquia. También hay funcionarios de la Defensoría del Pueblo y, según el Rector, gente armada entre la multitud.
Arriba, en las oficinas, la gente ruega por sus vidas. Rocío se aferra a un rosario. Está escondida en la oficina de Presupuesto. Los insultos que se escuchan abajo y el intento de estudiantes de llegar -con una escalera y una mesa- hasta el segundo piso, le disparan los nervios. Ella, Auxiliar de Presupuesto, imagina que se está repitiendo la toma del Palacio de Justicia, cuando el Ejército ingresó al edificio público tomado por guerrilleros asesinando y desapareciendo civiles. “Si alguna cosa me pasa, demanden la Universidad. ¡Para qué nos encierran aquí!”, dice enojada y triste a sus familiares por teléfono.
Algunos se esconden en los baños, otros, como Eufrasio Guzmán observan desde adentro; el Secretario General, Luquegi Gil, es enviado a dialogar. La propuesta es que los estudiantes vayan al Teatro Universitario y, en otras condiciones, continúen la asamblea. El comandante del operativo, otro vestido de negro al estilo RoboCop, acepta dialogar con los profesores. “Yo recibo órdenes”, les dice a Marco Antonio Vélez, Presidente de la Asociación de Profesores, y a Sara Fernández, Vicepresidenta. “Que baje el Rector para ver que está bien, que salga o me den una orden”. Marco saca el celular, marca el número de Alberto Uribe, como lo hizo cuando vio entrar el primer grupo. Policía y Rector hablan pocos minutos. El Policía cuelga, le devuelve el celular al profesor. “No tengo órdenes de retirarme”, explica y regresa al frente de su escuadrón.
El Rector, según cuenta, llama al Gobernador y le informan que éste se encuentra en Bogotá. “Lo que me decía el Secretario de Gobierno, para acabar de ajustar, era que la orden del Coronel era que ni yo ni los demás funcionarios nos fuéramos a mover hasta que él personalmente viniera por mí, porque no me garantizaban nada ante la información que tenían. Yo no pregunté qué información había, guardé mucha calma. María Eugenia (su secretaria) entraba, los Vicerrectores entraban, pero yo decía: ‘Guardemos la calma, que lo peor que nos puede pasar es que la perdamos’ ”, explica.
Mientras tanto, Cecilia orienta la cadena humana para proteger la salida de los funcionarios administrativos que, por decisión del gobierno de la Universidad, quedaron encerrados en el edificio. Desde el segundo piso, agarra la mano de Rocío, quien hasta ahora respira y siente la esperanza de salir sana. “¡Despacio, no corran, por favor, no corran!”, les pide la profesora de la Escuela de Idiomas a los empleados que, poco a poco, terminan de salir. Quedan pocos adentro, sólo los que quisieron, y abajo están, cara a cara, los estudiantes que le cantan a los Esmad: ‘¿Qué se necesita para ser un policía? Ser un hijueputa de noche y de día’.
4:00 p. m. Ya el paisaje es de hombres de negro, escudos marcados con Policía en letra blanca, y estudiantes con palos y piedras en la mano. Ingresa un tercer escuadrón por la portería del Ferrocarril. Desde los bloques de Ingeniería y entre los carros, la gente silba. ¡Fueraaaaaaaaaaaa!, piden a gritos. ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! Hernán Pineda, quien estaba en el Laboratorio de Electrónica cuando oyó la primera explosión, ahora se codea con un agente del Esmad que, sin saber por qué, le exprime un gas pimienta de frente a la cara, por un ladito del escudo que tiene frente al pecho y con el que lo empujó y lo tumbó al piso. ¡Jueputa! ¡Corramos!, se escucha.
La Universidad hierve. Policías se pasean por el campus intentando allanar salones, empujando estudiantes, disparando gases, retirando la gente y, al mismo tiempo, bloqueando las salidas. Los vigilantes de Miro, desde la portería del Río, salen corriendo. Dan la vuelta a la Universidad y desde el Bar de Ciro, a dos cuadras, David Roldán los ve correr juntos y quitarse el uniforme. En el Parque E, donde también hay vigilancia de Miro, pudieron entrar y cambiarse la ropa. En Barraquilla, Julián Henao ve como un policía vestido de verde dispara un revólver para ahuyentar una turba que golpea a dos agentes del ESMAD. Nuevamente, todos corren. Al salir del campus, las tanquetas siguen a los estudiantes con chorros y más gases. Los vecinos sacan bolsas de leche y vinagre para que los que respiraron gases lacrimógenos se recuperen.
En el Parque de los Deseos, los niños están espantados, también se asfixian y lloran por los gases que allá mismo están lanzando los policías. La Estación Hospital del Metro es cerrada por quince minutos, casi anocheciendo, porque las agresiones del Esmad se extienden hasta acá. Frente a Policlínica, uno de ellos lleva un muchacho agarrado por la camisa. Aunque no pueden detener, esa noche 8 estudiantes resultaron en estaciones de policía; siete fueron los heridos que recibieron atención médica -Esteban el más grave con coágulos de sangre y un tumor en la cabeza-; y cero secuestrados.
8:00 p. m. Apenas una decena de personas queda en la Universidad. Sara, Cecilia, Camilo, Santiago, Ricardo y otros conforman una comisión verificadora. Con megáfono, Sara, morena,
alta, pesada, de rasgos bruscos y voz delicada, informa que la Fuerza Pública ya no está en el
campus, que pueden salir, que si alguien necesita ayuda salga ahora. Encuentran profesores en oficinas con cerrojo, estudiantes en los rincones de pasillos de los pisos altos de los bloques de Biología y Matemáticas.
El Rector, un par de horas antes, salió por la puerta que tiene acceso al río. A unos 100 metros
de la puerta, dentro de la Universidad, funciona el expendio de cocaína, marihuana, heroína y licores, según algunos, más movido de Medellín. Esa zona deportiva, El Aeropuerto, se salvó de los gases lacrimógenos. No hay noticia de jíbaros heridos o detenidos. Pero sí versiones de que, a pesar de la vigencia de la Tip, estaban ahí con un tendal de sustancias ilegales mientras la policía reprimía la protesta estudiantil.

*Con investigación de los egresados y estudiantes del programa
de Periodismo: Javier Bergaño, Daniela Gómez,
María Flórez, Jorge Caraballo, Róbinson Úsuga y Andrea
Aldana.

Por: Katalina Vásquez Guzmán
Tomado de: delaurbedigital.udea.edu.co

martes, 2 de noviembre de 2010

The Coca-Cola Case


Dos abogados y activistas de los derechos laborales ', Daniel Kovalik del Sindicato de Trabajadores del Acero de América y Terry Collingsworth del Organismo Internacional de Defensores de los Derechos, y el socio de Ray Rogers, de la Campaña Corporativa firmemente convencidos de que las corporaciones multinacionales EE.UU. deben rendir cuentas por las prácticas de miserable de sus socios comerciales en todo el mundo. Para llevar su batalla, recurren a una ley que data del origen de la Constitución de Estados Unidos - The Alien Tort Claims Act "- que permite a los extranjeros a presentar una demanda en los EE.UU. contra los estadounidenses que violan las leyes internacionales. La película cuenta la historia de su lucha contra uno de los iconos estelares de Estados Unidos: la empresa Coca-Cola.


Los cineastas hacen un seguimiento al trabajo de los abogados Daniel Kovalik y Terry Collingsworth, y del militante Ray Rogers, director de la Campaña Stop Killer-Coke, quienes levantan un acta de acusaciones contra el imperio de Coca-Cola por los delitos de secuestro, tortura y asesinato de dirigentes sindicales que luchan por el mejoramiento de las condiciones de trabajo en países como Colombia, Guatemala y Turquía. Con ello, los abogados buscan obligar al gigante norteamericano de la industria de bebidas gaseosas a responder por sus actos en una lucha jurídica por los derechos humanos.
























Por: The Coca-Cola Case - Sinaltrainal - Killer Coke

lunes, 1 de noviembre de 2010

Brad Will: Una Noche Más En Las Barricadas


Brad Will: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

Brad engrosa la lista de víctimas del terrorismo de estado que se practica impunemente en México amparado bajo la Iniciativa Mérida

El 27 de octubre de 2006 las fuerzas represivas del gobernador Ulises Ruiz asesinaron a Brad Will,documentalista independiente de Indymedia N.Y, mientras cubría un enfrentamiento desatado por elementos policiales y para policiales contra manifestantes en las barricadas del municipio de Santa Lucía del Camino en el Estado de Oaxaca,México.

Hace cuatro años que su muerte continúa impune ,mientras los responsables, a quienes se le
conoce sus rostros y sus nombres, siguen libres mientras desde el poder se encarcela chivos expiatorios como sucedió con Juan Martínez Moreno,quien estuvo detenido mas de un año acusado injustamente de tal crimen.

Lamentablemente Brad engrosa la lista de víctimas del terrorismo de estado que se practica impunemente en México amparado bajo la Iniciativa Mérida cuyo objetivo es aniquilar todas las manifestaciones de resistencia,que de una u otra forma, atenten contra los intereses políticos y económicos de una clase que opera desde la total impunidad.

Por eso una vez más denunciamos y exigimos :

¡Justicia y castigo a los asesinos de Brad!
¡Basta de criminalización y represión en Oaxaca!
¡Basta de impunidad en México!
¡Alto a la Iniciativa Mérida!



Contraimpunidad
no nos rendimos, no nos callamos, no l@s olvidamos


Por: kaosenlared.net





Director: Miguel Manzaneda
País: Brasil/España
Fecha: 2007
Duración: 58 Minutos


Ver también en Archive.org o en Youku (mejor calidad).


La película está escrita y dirigida por Miguel de "Videohackers", amigo de Brad y miembro activo de indymedia, que presentará en persona su trabajo.

Sinopsis:
Rebelión popular en Oaxaca, Mexico, 2006.

Cuando los paramilitares le pegan un tiro de fusil a Brad Will, la cámara cae, pero sigue grabando. Esa cámara pasa de una mano a la otra, contándonos la historia de Brad.

El documental narra en primera persona, las interesantes reflexiones de su autor, ante la muerte de un amigo, de un compañero, de un miembro de indymedia…Reflexiones que inevitablemente giran entorno al trabajo y la lucha de estxs reporterxs anónimos y a ese movimiento de movimientos conocido como antiglobalización.

A través de los pensamientos del realizador, nos acercamos a la vida de Brad, a las luchas de unos okupas en Nueva York, a un piquete ecologista en Oregón, a la batalla de Seattle, a Praga, a Genova, a Quito, a Oaxaca…

Detrás de las cámaras están muchos amigos de Brad que como él, se dedican a mostrar lo que no veremos en la televisión.


Brad Will
- 1970 - 2006 -

miércoles, 27 de octubre de 2010

Jóvenes y barricadas

En Los Cachorros, la estupenda novela breve de Vargas Llosa, en la que experimenta con los narradores y los puntos de vista, se describe una generación mediocre, sin aspiraciones políticas de cambio.

Sólo objetos de consumo, de jóvenes de la pequeña burguesía que buscan pasar la vida sin alteraciones ni preguntas existenciales. Y así van envejeciendo, sin haber cuestionado el mundo y haber permanecido en la imitación de prototipos norteamericanos como James Dean.

Ser joven, como protagonista de la historia, como ser reflexivo y vanguardista, comenzó a ser relevante en la década de los sesenta. Es en ese período cuando las juventudes asumen papeles clave en la sociedad, a la que leen de otras maneras y cuestionan en su estructura. Las protestas de los muchachos norteamericanos contra la guerra de Vietnam, el papel de los universitarios en procesos como el Cordobazo, en Argentina, las expresiones musicales de opinión que se manifiestan en América del Sur, en fin, van constituyendo un catálogo sobre la conformación del joven como ser pensante, indispensable en los cambios sociales.

Claro que entonces no se da un movimiento uniforme. Menos mal, dirán algunos. Hay de todo, como aquellos que se dejan crecer el pelo, no se bañan, se dejan engrupir por asuntos como el “hippismo”, al que consideran como una protesta contra lo establecido. Otros, se dedican a espantar beatas y asustar feligreses, y creen así que están cumpliendo una misión histórica. Sin embargo, va a ser en el mayo francés cuando irrumpen las juventudes con nuevos ideales y utopías, en una mezcla rara de anarquismo y socialismo. Es el activismo social, aunado, por ejemplo, a las luchas obreras y de otros estamentos de la sociedad.

Esos muchachos del 68 dejaron la idea colectiva de una insurrección. De la poesía en las calles, de la sangre nueva circulando por el asfalto, con un pálpito tenaz de que todo sería diferente. Suele pasar que, como en la novela de Lampedusa, las cosas cambian para seguir iguales. O peores. Sin embargo, ahí estaba la muchachada con sus propuestas imposibles, con sus gritos recientes. Con la piedra y el libro. Con la pregunta.

Y estas apreciaciones rápidas tal vez ahora tengan un sentido con lo que está ocurriendo en Francia, en donde la juventud se moviliza con orgullo al lado de los obreros en contra de las reformas a las pensiones. Dicen allá que “si el capitalismo nos va a quebrar la espalda, al menos no se la pongamos fácil”, y entonces vuelven a llenarse las calles con la protesta. Una suerte de renacer de aquel mayo lejano.

Aquí, en Colombia, tal vez faltó ese ingrediente intrépido cuando el neoliberalismo criollo la emprendió contra los trabajadores, cuando privatizó la salud, cuando convirtió el derecho a la salud en un negocio para el capital financiero, cuando aumentó la edad de jubilación, y cuando ha realizado tantas reformas adversas a los intereses populares. No ha habido las grandes movilizaciones obreras y estudiantiles. Hasta en eso somos subdesarrollados.

Tal vez aquí nos ha faltado el sentido poético de la barricada, ese mismo que Víctor Hugo describe en Los Miserables, o la barricada como parte de nuestra educación sentimental, a lo Flaubert. Ahora, los jóvenes en Francia, retomando una tradición, se unen a los trabajadores en las huelgas generales contra Sarkozy y lo que él representa. El capitalismo siempre trata de salir de sus crisis convirtiendo al trabajador en chivo expiatorio. Eso es lo que quiere Sarkozy: solucionar la crisis a costillas de los asalariados.

Para algunos, aquel mayo del 68 fue menos un alzamiento social que un acto poético. Allí estuvieron “aprendices de Rimbaud”, sólo por establecer la noción sin tiempo de la rebelión, del ser joven ahora, con canción y barricada. Y eso era suficiente.
A diferencia de los Pichula Cuéllar, los Chingolo y los Choto (y de los rebeldes sin causa), hubo otros jóvenes que vieron en la toma de calles y en los anuncios de conquistar lo imposible, una expresión de la vida breve, como la de una muchacha que en medio de la turba alza la bandera de la libertad.


Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: elespectador.com