lunes, 21 de abril de 2008

DEBATE LIBERTARIO: SOBRE LA AUTOGESTION

Debate libertario: SOBRE LA AUTOGESTION


Para continuar con otro tema el debate en torno a una nueva sociedad libertaria, hemos escogido este artículo que expone las ideas de un importante ideólogo libertario, el español Abraham Guillen, frente a la economía autogestionaria y las propuestas alternativas al mercado capitalista..

Guillen era un anarquista convencido de la viabilidad del proyecto económico libertario. Comenzó su militancia en las filas de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias desde muy joven (1920’s), luego pasó, con bastante gloria, por la CNT y la FAI. Siendo combatiente veterano de la guerra civil española y tras estar preso varios años en las cloacas de la dictadura franquista, Guillen hace su paso, en condición de exiliado, por varios países de Sur América, nutriendo sus ideas de algunas experiencias cooperativas y comunalistas que conoció en nuestro continente..

Sus ideas influyeron en varias experiencias latinoamericanas. Por ejemplo, la guerrilla anarquista argentina "Resistencia Libertaria", que combatió la dictadura en los años 70's y 80's, reivindicaba la influencia del teórico español en su accionar como organización clandestina con trabajo político de base..

Con vocación de periodista y habiéndose convertido en un reconocido experto en economía alternativa, Abraham Guillen muere en la capital de su país natal en 1933, dejándonos un inexplorado legado de interesantes ideas practicas que nos tientan a probar la plausibilidad del proyecto libertario..

Esperamos que esta lectura aporte a la batalla de las ideas,Saludos rebeldes.



La autogestión según Abraham Guillén.


Resulta paradójico que en una época de desencanto a consecuencia del hundimiento del “socialismo real” y del “fin de las utopías”, el advenimiento de un individualismo condicionado por el miedo social y la sed de consumir (y con ambas cosas reproduciéndose), la renuncia a superar la organización estatal de la sociedad y capitalista de la producción… los debates sobre la autogestión se limitan –al menos en Francia- a trabajos sociológicos e históricos, confinando esta práctica social a la categoría de objeto de estudio(1). Paradójico porque la autogestión ha supuesto desde siempre un conjunto de respuestas contemporáneas y de experimentaciones sociales(2) que siguen siendo un antídoto a la desesperación que nos ofrecen estos tiempos opresivos. Esta conclusión es aún más sorprendente cuando afecta a los partidarios de la autogestión generalizada, que son los libertarios, y que pusieron en marcha las colectivizaciones de la España republicana. Para ellos esta aspiración es una reivindicación histórica(3) y una práctica actual..

Surge así la cuestión del ineludible esfuerzo por reactualizar la idea autogestionaria anarquista y sus necesarios debates. Sin duda, este renacer pasa por una primera reapropiación: la del trabajo realizado no hace tanto tiempo y que no ha contado con un eco significativo. Entre quienes han intentado profundizar en la autogestión libertaria y no han contado con nuestro suficiente reconocimiento –más que conociendo su nombre o sus ideas fuerza- hay que señalar al español Abraham Guillén(4)..

La lectura de una de sus obras consagrada a la economía –ha escrito unas cincuenta sobre temas muy diversos- es una forma de conocer sus concepciones de la autogestión. Sin perder nunca de vista su sentido político (“Así pues, sin autogestión no hay emancipación del pueblo por el pueblo mismo. Éste es un axioma político.”) hizo el esfuerzo de pensar la construcción libertaria y sus consecuencias, e incluso su enfrentamiento con el mercado capitalista, aunque sea siguiendo a veces caminos poco frecuentes para un anarquista. La última obra de este autor, que falleció en 1993, fue publicada en 1990(5) y puede ser una primera divulgación de sus tesis, bastante desconocidas más allá del mundo hispanohablante..


Práctico y pluralista.

En este voluminoso trabajo, Abraham Guillén desmenuza con cuidado los mecanismos y las teorías económicas de su tiempo para mostrar sus mentiras desde el punto de vista de la justicia social y la igualdad. Sus observaciones no dejan nunca de señalar con el dedo a la economía capitalista pero también a la economía de Estado, enfrentando cada tipo de organización con sus propios límites o contradicciones, puesto que éstos se apoyan siempre en las injusticias y la aparición, según las distintas áreas económicas, de una clase capitalista o tecnoburocrática que se apropia de las plusvalías generadas por el mundo trabajador. Para liberarse de estos poderes y de la alienación de los productores por la mercancía (dinero, objeto), hay que asociar con pragmatismo el pensamiento crítico con “la praxis” autogestionaria: “En la “praxis” se revela la realidad económica, el reparto desigual de la riqueza según los grupos privilegiados, la división del trabajo entre dirigentes y dirigidos, la servidumbre del obrero en su trabajo enajenado al capital privado o de Estado.” (pp. 340-341). Pero no es cuestión de someterse a teorías económicas rígidas: “Hay que conocer las leyes objetivas de la ciencia económica sin divinizarlas, sin alienarse en ellas, y tomarlas como conceptos puros del entendimiento humano para justificar regímenes económicos anacrónicos […].” (p. 152)..

Con esta perspectiva abierta, afirma la necesidad de que la organización económica libertaria sea plural, como un medio y como un fin: “Debe haber plena libertad de ensayo económico (empresas mixtas, municipales, cooperativas, mutuales y autogestionarias) sin estalinismo, monopolios ni elitismo.” (p. 201). Como origen de desigualdades, Abraham Guillén insiste en la división del trabajo entre trabajadores manuales e intelectuales. El socialismo autogestionario libertario debe remediarlo radicalmente: “La participación creciente de los trabajadores en la gestión de sus empresas, siendo todos capaces de hacer todo, es la condición esencial del socialismo autogestionario. Sólo así todos participarían por igual en la gestión y la distribución del excedente económico, producto de un trabajo común y en igualdad de condiciones para todos […].” (p. 395).


En este sentido, la empresa autogestionada debe ser un lugar de formación permanente para, asociada a la gestión colectiva de los instrumentos de trabajo, permitir un acceso igual a los saberes con el fin de abolir la diferencia entre trabajadores manuales e intelectuales e impedir la reproducción de una nueva clase gestora que se apropie en el futuro del fruto del trabajo de los demás. Y advertía: “Si el socialismo autogestionario no fuera capaz de superar la vieja división del trabajo entre ejecución de la producción y dirección de la misma, no sería entonces posible la emancipación de los trabajadores […].” (p. 395)..

La trayectoria de este teórico de la autogestión le llevó a conocer, siendo muy joven, las colectivizaciones españolas, y más tarde el sector cooperativista de Perú, al tiempo que trabajaba como experto para Naciones Unidas. Sus estudios unidos a sus experiencias personales han alimentado su reflexión. Sin duda, esto le ayudó a concebir modos originales de organización autogestionaria. Por otra parte, a diferencia de los anarcosindicalistas, para quienes la organización sindical es la columna vertebral de la organización social o económica autogestionaria, hay que señalar que Guillén no atribuye ningún papel preponderante a los sindicatos..

Parte de la idea de que la autogestión generalizada es también una investigación en la acción: “En los primeros tiempos de un nuevo régimen de democracia libertaria, de economía autogestionaria, habrá que tener muy en cuenta la prueba y el error, la experiencia histórica, para no ideologizar el saber, para no caer en dogmas más cerca de la metafísica que de la realidad cotidiana. En este orden de ideas experimentales, de verificación de programas y de resultados de planes, los autogestores tendrán que ser muy autocríticos, pensando que lo que ayer era positivo mañana puede ser negativo, ya que habría cambios cuantitativos, hacia delante o hacia atrás, lo cual determinaría cambios cualitativos.” (p. 285)..


La organización social y local.

Guillén describe una organización social bastante completa e incluso presenta algunas perspectivas: “En su calidad de autogestores, los trabajadores liberados de la dictadura del capital privado o de Estado, deben participar en la gestión de sus empresas y en el reparto del excedente económico obtenido en ellas por su trabajo asociado; participar en la toma de decisiones de la actividad económica de las empresas autogestionadas; definir la política económica de la empresa de propiedad social, a fin de que sea asegurado su continuo progreso económico, tecnológico, cultural, social, educativo e informativo; dirigirse los autogestores a los órganos del autogobierno empresarial con justas peticiones a las cuales éstos están obligados a responder practicando la democracia directa sin trámites burocráticos” (p. 390). “Los trabajadores de la empresa de propiedad social autogestionada deben tener acceso a sus decisiones fundamentales: cálculo de los gastos de producción; precios; plan de cuentas; informes periódicos; convenios y contratos de todo tipo; decidir sobre la elección de candidatos al consejo autogestor; votar el reglamento de derechos y deberes de los trabajadores; informarse sobre gastos y recursos; concertar créditos; vincularse con otras empresas y organismos; considerar el saldo de resultados económicos mensual, trimestral y anualmente; apercibirse de los planes económicos a corto, mediano y largo plazo.” (p. 391)..


El consejo obrero de la empresa autogestionada es “el Autopoder supremo de la empresa”, elegido democráticamente. Sus miembros son revocables y se eligen por dos años, no pudiéndoseles renovar hasta después de otros dos años más (p. 391). “El consejo autocrático de la sociedad anónima capitalista será sustituido por un Consejo Obrero Autogestor de Empresa; y la asamblea de accionistas, por la asamblea de productores directos, eligiendo, por voto directo y secreto, a sus consejeros autogestores rotatorios y renovables.” (p. 317)..

Aunque no se pronuncia sobre la cuestión del autogobierno municipal, Guillén defiende concepciones interesantes respecto de un tema actual, la “relocalización”: “Si los agricultores estuvieran agrupados en combinados agro-industriales autogestionados, incluyendo en su sistema la producción de elementos primarios, su transformación en productos industrializados y su distribución en el mercado, asociando así el capital agrícola, el industrial y el mercantil, sin falsos intermediarios, la producción llegaría al mercado con la menor diferencia posible entre el costo de producción y el precio de venta, para beneficiar, con precios baratos, a toda la sociedad, como hicieron en su mercado socialista libertario las colectividades anarquistas españolas durante la revolución de 1936-1939.” (p. 235). Adquieren valor los recursos locales: “Por ejemplo, en comunidades autogestionarias locales, integradas comarcalmente, de acuerdo con el entorno económico, ecológico y demográfico, se pueden crear complejos autogestionarios constituidos por la integración de la agricultura, la industria agro-alimentaria y de transformación de materias primas (agrícolas, animales, forestales, pesqueras), utilizando para ello fuentes de energía locales: biomasa, carbón mineral, vegetal o turba, energía solar, eólica, metano y alcohol de la biomasa, a fin de tener una empresa autosuficiente o, por lo menos, no tan dependiente de sus materias primas y fuentes de energía como la mercantilizada empresa capitalista, dependiente de la mercancía.” (p. 121)..


Autogestión y mercado.

Para este enemigo del fetichismo materialista mercantil, deben darse las leyes de cooperación entre colectividades al mismo tiempo que se establece un sistema de valores de cambio. Se trataría del valor trabajo y del valor de uso, por oposición al valor comercial que integra la plusvalía capitalista: “En el socialismo autogestionario (con democracia directa en los escalones de la comuna, el auto-gobierno regional y el co-gobierno federal) ningún grupo autogestor de trabajo cambiaría el trabajo de un año por el de seis meses, sino un valor de uso por otro valor de uso del mismo valor-trabajo, de modo que el cambio no produzca injusticia distributiva, creando así clases parasitarias, burocracias y Estado caro y malo. […] En cualquier producto del trabajo humano –independientemente del modo de producción histórico- hay un valor de cambio y un valor de uso, pero una sociedad autogestionaria se identifica con el valor de uso, desbordando el valor de cambio. Pues, para que cada uno aporte según su capacidad y reciba según su necesidad, fórmula de la distribución comunista, debe haber al menos cierta abundancia de bienes y servicios, una moral de consumo y un reparto equitativo, independientemente de las capacidades y las cualidades del trabajo individual para que haya igualdad económica entre los hombres, sin la cual no hay libertad.” (p. 123)..

La riqueza producida deberá ser superior a las necesidades de las empresas, creando así un capital social gestionado colectivamente con el fin de aumentar la productividad y liberando al trabajador de sus tareas, pero también permitiendo la investigación y el desarrollo, la educación, el ocio, la cultura, etc. El objetivo es, en definitiva, provocar un “decrecimiento de los precios” –gracias a un valor de cambio estable y no especulativo-, un “decrecimiento del tiempo de trabajo” –por la mejora técnica del rendimiento financiada por el aumento del “capital social”-..

El autor anticapitalista evoca el mercado: “Con socialismo de autogestión, la planificación nacional es programática, indicativa, pues deja las decisiones básicas a las empresas autogestoras que saben lo que necesita el mercado socialista, en cantidad y calidad, en precios competitivos […]. El socialismo libertario no tiene necesidad de planificación centralizada, sino de un socialismo de mercado, de la competencia entre grupos colectivos de trabajo, de la democracia directa en las empresas por medio de los consejos autogestores.” (p. 135). Este concepto del mercado se usa aquí sin ambigüedades en cuanto a las intenciones: “[…] el único sistema socio-económico que puede hacer cumplir la ley del valor-trabajo en los intercambios, dentro de un mercado socialista (libre de mercachifles, de agiotistas monetarios y bursátiles, de capitalistas que consumen mucho y producen poco), es la economía autogestionaria (en las empresas, explotaciones agro-industriales, servicios, talleres y fábricas) y la democracia directa (en la política).” (p. 201)..


Las estrategias.

Y A. Guillén cambia el paso; considera y argumenta a favor de ¡una competencia entre la economía autogestionaria y las economías capitalistas o de Estado! Y desarrolla su idea: “Una economía autogestionaria debe ser competitiva, desafiante e imbatible en el mercado mundial; pero no sólo porque sus protagonistas auto-organizados hagan sacrificios económicos en el sentido de consumir poco e invertir mucho, sino más bien por ponerse a trabajar todos útilmente; reducir la burocracia al mínimo; elevar la fuerza de trabajo productivo al máximo; abolir las clases parasitarias e invertir inmediatamente sus rentas, que eran improductivas, en inversiones productivas; y no olvidar que la investigación científica y la educación generalizada son grandes fuerzas productivas para el desarrollo de la sociedad libertaria.” (p. 261). Rechaza la idea de que la revolución será simultáneamente en todo el mundo, pero muestra también que si este modelo de desarrollo no convence, tampoco habrá otras regiones del mundo que se unan a esta idea de abolir el capitalismo: “En consecuencia, si el crecimiento económico y el progreso tecnológico y cultural no son mayores con una economía autogestionaria que con una economía burguesa o burocrática, se estará en el reino de las ideologías, pero no de las realidades económicas. Pero si todo un pueblo autogestionario trabaja, investiga, consume prudentemente e invierte mucho para progresar más, si desaburguesa y desburocratiza la economía, competirá con ventaja en el mercado mundial y, a mediano plazo, se colocará a la vanguardia del progreso internacional, encarnando así el protagonismo de la historia universal.” (p. 261). Y el economista libertario no quiere mentir; afirma que el desarrollo autogestionado sería cuestionado en su vocación misma si no permitiera el acceso a un modo de vida envidiable en comparación con otras economías de mercado: “Queramos o no hay que ser desarrollistas en el buen sentido; pero no aumentar la producción por la producción misma; […] pues la humanidad no quiere perder fuerzas productivas, nivel de vida y bienestar adquiridos, cambiando de régimen.” (p. 394)..

Mientras, se plantean las cuestiones estratégicas con el fin de alcanzar una economía autogestionaria. El autor afirma la complementariedad entre el pensamiento y la acción: “Así pues, necesitamos una contracultura que saque al pueblo de su pasividad animal (doméstica) de consumo; unir el pensamiento y la acción para interpretar y transformar el mundo al mismo tiempo; pues el pensamiento por sí [mismo] nunca produce ningún cambio. Por eso, en ciertos momentos históricos, mejor que decir es hacer, uniendo el pensamiento y el acto en una “praxis” coherente; pues sólo así podrán los trabajadores transformar el capitalismo en socialismo libertario.” (p. 134). Paralelamente preconiza la constitución de “comités”, liberados del control de las élites de los partidos o sindicatos institucionalizados: “La estrategia básica consiste en romper el equilibrio del sistema institucionalizado, tanto por las burguesías como por las burocracias, a fin de provocar la ruptura violenta, la lucha de clases conducente a la Revolución.” (p. 340). Y en esas estamos hoy día..

Si bien no escapa a ciertas imperfecciones líricas, cientificistas o economicistas que conviene tomar con precaución, Abraham Guillén nos ha legado, sobre todo, una serie de pensamientos y tomas de posición dignas de interés y capaces de enriquecer nuestras propias reflexiones sobre el camino hacia la autogestión libertaria. Hay que lamentar que este pensador de la autogestión sea tan poco conocido, y con él, su obra..

Federación Anarquista - Grupo Gard Vaucluse (Francia). Extraído del semanario Le Monde libertaire, n° 1447, 21-27 de septiembre de 2006. Traducido por Luis B..

NOTAS:
(1) “Habríamos dejado atrás, pues, la autogestión. Pero ciertas cuestiones que la autogestión ha planteado bien pudieran afectarnos en el presente.” Autogestion, la dernière utopie?, Éditions la Sorbonne, 2003, p. 9.

(2) Léase L’autogestion libertaire, Editions du Monde Libertaire, 2006.

(3) “Los instrumentos de trabajo, así como la tierra, serán propiedad de la comunidad, no pudiendo ser utilizados más que por los trabajadores, y éstos, agrupados en asociaciones industriales y agrícolas, serán remunerados según su trabajo.” Miguel Bakunin, Programa de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista.

(4) Aunque Daniel Guérin permanece como una referencia, citemos sin embargo a Georges Gurvitch y Jean Bancal cuyos escritos o investigaciones sobre la autogestión libertaria son bastante poco accesibles.

(5) Se trata de Economía autogestionaria. Las bases del desarrollo económico de la sociedad libertaria, 504 páginas, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo. No se citan aquí más que las ideas más significativas del autor (especificando entre paréntesis la página de donde se extraen y respetando las cursivas del original); la lectura del libro resulta pues imprescindible.

DE LA DIMENSIÓN MORAL DE UMAÑA MENDOZA AL HEDOR DE URIBE

De la dimensión moral de Umaña Mendoza al hedor de Uribe Vélez

Biografías y necrografías para la memoria de un país

En recuerdo de la lucha de Eduardo, a 10 años de su asesinato I. Hombres e insignias La vida de la dialéctica tiene algo que ver con la dialéctica de la vida, y con la historia. Un ejercicio de homenaje y memoria de quien fue para muchos de nosotros-as uno de los más aguerridos, inteligentes, valientes y consecuentes luchadores de la izquierda colombiana desde su profesión de abogado, profesor e intelectual, defensor de los derechos humanos y de los pueblos, al lado de los de abajo, no puede hacerse al margen de impugnar lo que le asesinó para escalar, es decir, por oposición, lo que está hoy día en la cumbre de un poder ominoso.


Parte de las coordenadas sí han cambiado, pero qué duda cabe que las miserias de ahora son las mismas que fueron combatidas entonces por Eduardo Umaña, y que sus asesinos estaban organizándose para mayores conquistas, para lo que requerían purificar de rebeldes una sociedad. Por eso le mataron. Para entronizar el crimen y sus rentas.


Si como homenaje a la vida debemos recordar a quien la honró, a Eduardo Umaña Mendoza, asesinado el 18 de abril de 1998, debemos también hacer memoria de los victimarios de un país. Y en esa dialéctica posible, tanto la sombría biografía, como la necrografía escabrosa de los triunfales. Por eso recabo signos de muy diferente índole, conjugados forzadamente, que hacen parte de la masa material y moral de la que podemos derivar una y otra, de Álvaro Uribe Vélez, por entonces ex gobernador del departamento de Antioquia, proyectado ya en 1998 para asaltar lo que ostenta diez años después: el cargo de presidente de Colombia.


La biografía es el relato de una vida. Y la difícil palabra necrografía nos sirve para referir desde el retrato de un muerto hasta su lectura como cuerpo de un crimen, o de muchos crímenes. En este caso el que vive y simboliza la muerte, goza de muy buena salud, pues además de estar vivo en el espejo público, este espejo, cuantas veces le pregunta, le dice que además no es un vivo cualquiera, que no está vencido, sino que es un triunfador. Que ahora Uribe Vélez no es un cadáver político.


Mientras, José Eduardo, yace en la tierra, o indisolublemente su lucha, que hace parte de esa otra memoria por hacerse, de un pueblo por hacerse también. Memoria y pueblo como la dignidad por forjar, literalmente torturada, desplazada, exiliada, supuestamente aniquilada al contar los registros de miles de asesinatos y desapariciones que él señaló hasta hacerse uno más; al testimoniar, con su entrega por un ideal, el compromiso radical de toda una vida.


II.De Uribe Vélez, “nuestro h…”

En el sentido moral, hay biógrafos publicitados por días, o mantenidos por años, que no necesitan escribir sobre la vida de un personaje. Basta con que sus cotizados actos respecto de aquel, sean concluyentes y recalquen para la galería, fuera de toda narración explícita, que, de quien se trata, es un ser humano digno de ser reconocido. De ir a conversar con él y de ser aceptada su trama. Convalidan de ese modo implícito no sólo el valor de una vida, sino, en este caso, su obra, por ejemplo de quien se nos enseña como presidente de un país de muertos, y con él su triunfo, de quien se exhibe bravuconamente como un hombre por ahora no interfecto, sino victorioso, que se deleita con mutilaciones y arrepentimientos, de otros. Su curso vital y su cometido histórico quedan aprobados como valores en sí. De ese cuño son tanto la visita que un ex comandante insurgente hace a Uribe, para reconocer días después su renuncia a la lucha armada, según informa la prensa, como las propias palabras de George W. Bush sobre Uribe: “valiente aliado… ha hecho todo lo que le hemos pedido” (7-04-08).


Sobre Uribe, este hombre con historia que merece esos espaldarazos, debe hablarse cuando resulte imperiosa la memoria de un país descompuesto en un mundo no menos pútrido, que los dispensa. Es decir, ahora mismo. Por eso, en este mes de abril de 2008, fue presentado en Madrid y París un libro. Su autor se llama Sergio Camargo. Su título: “El Narcotraficante Nº 82 Álvaro Uribe Vélez, Presidente de Colombia” (Ed. Universo Latino, París/Madrid, 2008). Estamos ante un nuevo documento sobre Uribe, sobre el narcotráfico, sobre Colombia, sobre lo que somos. Pero no es cualquier libro. Salta a la vista su naturaleza. El mismo autor explicaba que es una recopilación, de lo que miles de personas han señalado sobre quién es el que alardea como presidente de aquel país suramericano. La modestia del periodista Camargo también salta a la vista. Habla con sinceridad y humildad. De cómo hizo este libro porque tiene que ver con los fundamentos éticos que sus padres cultivaron en su persona y hacer. Dice que le ha costado. Durante semanas debió suspender lo que estaba escribiendo. Y se sobrepuso a la parálisis del dolor. Ha habido llanto, desgarramiento, repugnancia, miedo, decisión. Con determinación hizo un trabajo de campo en Colombia. Como profesional del periodismo en Europa ha podido acceder a información inconmensurable, ha entrevistado a muchos personajes, ha visto desde adentro qué se esconde, qué se calla, qué se teje.


El libro biografía-necrografía se podrá leer en Europa. Es legal. No será sometido a censura, ni secuestrado. Por lo tanto, puede ser apenas una obligación ética procurar que no se cierre la puerta tan pesada que Sergio Camargo empuja para que entre algo de luz, no siendo el poseedor de una verdad absoluta, ni juez, pero tampoco un espectador ni menos un periodista cualquiera. Además del reflejo militante de su trabajo sindical de hace dos décadas, y de la importancia de su oficio, es un hombre que, consciente de su responsabilidad, ha entendido que entre la opresión de dos posibles errores, escoge dar un paso. Un error, desde un determinado punto de vista, es hacer lo que acaba de realizar: desafiar con una especie de querella la lógica gansteril. Eso sabemos qué puede acarrear. Él lo sabe. Lo ha reconocido. Y el otro y más grave error: quedarse inmóvil. Traicionar sus principios. Sale avante. Documenta y suscribe lo que escribe. Y vive ahora un libro libre, abierto, como una pregunta que retumba entre tanto silencio.


Para hablar del libro-texto, se debe de alguna manera desentrañar el contexto. Es necesario saber los códigos revelados que ahí existen, y las claves, lo no visible, lo que está cifrado. Por eso vale otra vez desmontar y rearmar el puzzle sobre el narcotráfico, tan socorrido arsenal a la hora de explicar lo que pasa en Colombia, como si todo, y lo fundamental, pudiera ser explicado desde ahí. Para lo cual debe recordarse que en esencia no es distinto ni antagónico a la mercantilización capitalista, a la acumulación de ganancias, que, basada en la manipulación de necesidades/demandas creadas, a diario somete y ocupa, para un poderoso negocio -ilegal, sí- cuyo profundo foso corresponde al mismo de la destrucción humana. Una industria, un comercio, una cadena, un perverso circuito que explota la (falta de) salud física y mental, la dependencia, verdaderos y terribles dramas, del espíritu cosificado, que mengua las potencialidades y libertades de los sujetos. Mercado puro e impuro, duro o implacable, de miserias producidas por modelos sociales de consumo contra vacíos, de status, de reconocimiento, de escape, de acceso, de relaciones hueras. Lo dicho no es una dosis de moralina. Es apenas básico indicarlo, para comprender la racionalidad de concentración de un problema global, internacional primero que nacional. Más que una columna vertebral, un conjunto de negocios surtidores de miles de millones de dólares o euros en todo el mundo, que conforman más bien un sistema nervioso, con redes intensas, en las que es primordial distinguir los eslabones débiles (el campesino cocalero del Caquetá, en Colombia, o el consumidor pobre en New York o Barcelona, y sus respectivos dolientes). Distinguirlos de los grandes señores muy blindados y pujantes, por lo general personajes en la sombra, hasta cuando algo pasa y cae entonces el nombre del alto ejecutivo, del famoso de turno, del político, o cuando algo se escapa, sobre el uso sistemático de drogas en ejércitos como el estadounidense o acerca de las alianzas de este país que financia guerras con aquellas, como ha sido probado en casos que se nos olvidan con la aplicada lobotomía mediática.


Debemos entonces descodificar, desarmar el rompecabezas que una perversa e hipócrita lógica global nos ha dado, y volverlo a armar, tanto para desestigmatizar el asunto complejo del narcotráfico, en general, y en especial su papel en la situación colombiana, a fin de reubicar con pruebas las responsabilidades, refutando lo que nos han querido vender en sintonía con esa narcotización, sin tragar entero todo lo que se nos explica a partir de ese negocio, supuesto origen y motivación de la guerra en aquel país. Deconstruir y volver a ensamblar desde la propia realidad, no desde su manipulación informativa y formativa por los poderes, no desde las mentiras, para resituarnos, recobrando comprensión de lo que son los terribles volúmenes de ese negocio, que fluye y revigoriza al capitalismo, en el orden planetario, y dentro de Colombia, donde vive un protagonista excepcional.


El libro de Camargo trata de Álvaro Uribe Vélez, quien fue reseñado por agencias de inteligencia de los Estados Unidos en 1991 como colaborador directo del Cartel de Medellín, en el puesto 82, siendo el 79 el ya retirado de escena Pablo Escobar Gaviria. De Uribe se dice que se ha involucrado en negocios vinculados al narcotráfico, que su padre fue asesinado por sus conexiones con narcotraficantes, etc., etc. Camargo nos recuerda esto y muchísimo más, en relación con el prontuario de una carrera política, que trasluce una carrera de muerte. No la del protagonista, sino la de miles de personas, auténticos sacrificios humanos, en la historia de un país que está en titulares de diarios y medios poderosos, no para explicar lo que en realidad allí pasa, sino para esconder.


Como dice Sergio Camargo, no se trata de un país que tiene narcotráfico. Se trata de una estructura del narcotráfico que tiene en sus manos un país. El libro es por eso un mazazo sobre nuestras cabezas. Nos pone de presente lo que está ahí, desde hace mucho tiempo, y no vemos. No porque siempre se nos enmascare lo que pasa, sino porque se nos ha convertido en banal. El libro grita. No es un alegato frívolo desprovisto de indignación y pensamiento en obra. Gravita sobre Uribe, y sobre aquella reseña, para lanzarnos un interrogante certero, acerca de un asunto diferido, que para comprender suficientemente deberíamos recordar otro, pues Uribe no es el único marcado en algún momento por Estados Unidos. Viene a la mente entre muchos ejemplos, el del panameño Manuel Antonio Noriega, quien trabajó para el gobierno de los Estados Unidos, y fue luego procesado y condenado por narcotráfico. El pragmatismo de estos giros, se sintetiza en lo que el presidente Roosevelt o Cordell Hull (uno de los creadores de las Naciones Unidas, Premio Nobel de la Paz en 1945), uno de los dos, expresó para explicar la política internacional estadounidense, cuando dijo sobre “Tacho” Somoza, de Nicaragua, a quien la prensa calificaba como hombre sangriento: “sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Otro comprometido investigador y periodista, Hernando Calvo Ospina, en su último libro, también sobre el terrorismo de Estado en Colombia (Colombia, laboratorio de embrujos, Foca, Madrid, 2008), en la última página cita a Kissinger: “es peligroso ser nuestro amigo. Es fatal ser nuestro aliado”. También se dice que no hay amigos, sino intereses.


Jugando a ser abogado del diablo, o de ciertas causas perdidas por lo confusas, pero en este caso triunfantes por lo turbias, puede uno contradecir a Camargo, viendo que lo que se dice, de lo que se acusa a Uribe, quien tiene en principio derecho a ser tomado como inocente, hasta que se compruebe lo contrario (tanto como cada uno tiene derecho a ser estúpido), no es nuevo respecto de una persona para asombrarnos tanto, y además no está totalmente probado. Evidentemente la réplica es obvia tanto como insuficiente: si estuviera probado y juzgado, sobraría ese libro. Para comenzar, no sería el primer político mafioso o viceversa (en Europa hay ejemplos, como la hoy Italia de Berlusconi); no sería el primer presidente de un gobierno que ha desplegado una estrategia paramilitar (del tamaño que sea. También en Europa hay ejemplos); ni el primero que desde la jefatura del gobierno o en la cabeza del Estado, promueve y encubre acciones de guerra sucia o crímenes de lesa humanidad (abundan los ejemplos, uno de ellos Fujimori, como Franco o Pinochet); no sería Uribe el primer hombre que despliega toda esa violencia para limpiar la sociedad a fin de cumplir su otro papel: ser un neoliberal consumado, que subasta lo público y al país entero, que crea verdaderas condiciones de miseria y hambre; no es tampoco el primer pro imperial, sátrapa, gobernador de provincia, que apoya la guerra en Irak y que da muestra de haber aprendido bien la lección cuando ordena invadir suelo de otro país y cometer una masacre; tampoco es el primero que se reviste de modos e ideas fascistas, ni el primer católico, machista y figurón de padre de todo un país que posa de tutor, ganadero, terrateniente y “patrón”, que da consejos a los jóvenes de no tener relaciones sexuales antes del matrimonio, mientras hay quien muere por sus políticas. La cuestión no está en que sea uno o dos de esos tipos. La cuestión está en ser todo eso al tiempo, y seguir siendo considerado un demócrata. Es ser todo eso al tiempo, y que nada (le) pase, un asunto judicial por ejemplo. Acaso lo más grave en su vida, que sigue ahí pendiente, y por eso busca sostenerse como sea, es ser el Nº 82.


No es sólo que sea todo eso, sino que comenzando a ser demostrado objetivamente que lo es, porque ha hecho agua, porque ha reventado desde hace tiempo por varias partes ¡no pase nada consecuente y decente! No por invención de un periodista (hay que conocer lo escrito o documentado por al menos diez periodistas en estos años, entre los que están J. Contreras, de Newsweek, o el escritor F. Garavito, y más gente proba, y por lo menos lo que hierve en la aproximación de unos cinco libros). Hay vídeos con sólidos indicios (pueden verse en YouTube, de Uribe candidato con paramilitares que lo candidatizaban), hay muertos, de estos años y de antes (Camargo sostiene que existiría responsabilidad directa de Uribe en algunos asesinatos); más del 90 % de los para-políticos en la cárcel son sus hombres: lo que tejieron con grupos enlazados, las plataformas de alianzas para Uribe y su programa de exterminio, ya basado previamente en el genocidio, y apuntando a asegurar éste, quedando muchos sin investigar siquiera, aunque decenas y decenas de políticos-paramilitares no son en conjunto una evidencia despreciable o de segundo orden, como no lo es que el jefe de la inteligencia política o de la principal agencia de seguridad que salvaguarda al presidente (el caso DAS/Noriega) haya entregado información a paramilitares para asesinar defensores de derechos humanos, o haya desparecido registros de los prontuarios de sus socios, como está probado, o que en el elenco de colaboradores directos de Uribe, en preeminente lugar, esté José Obdulio Gaviria (primo de Pablo Escobar) y otros. Con todo ello, sigue sin pasar nada ¿Qué esperamos? ¿La prueba imposible? ¿Qué falta? No para juzgarlo, sino al menos para abrir una investigación, si no de una instancia judicial, al menos de un organismo ético internacional conformado ex profeso. El libro de Camargo pide por ahora una cosa: abandonar la desidia, investigarlo, y para averiguar hay que tomar distancia. Al menos por un sentido de profilaxis política.
Lo que aparece en el texto, con una extensa lista de personas comprometidas en el narcotráfico y el paramilitarismo, lo lleva a uno a preguntarse, tras ese proceso de asalto al poder que lo uno y lo otro en una misma inmanencia representan, ¿qué es lo que hace posible ya no sólo la penetración material sino la aceptación y la simpatía/empatía hacia este fenómeno?


Podemos avanzar una hipótesis que me parece tiene fundamento, de lo que apenas Colombia es un paradigma dentro de otro mayor, materia ya estudiada por quienes han revelado claves de las condiciones psico-sociales de aceptación del fascismo (Fromm, por ejemplo, o recientemente en un libro sobre Derechos Humanos y Cristianismo, el sacerdote jesuita Javier Giraldo, también contradictor del régimen de Uribe, quien ha propuesto mirar el tema de la esquizofrenia como imagen que manifiesta ese desdoblamiento entre enunciados y hechos). Diríamos entonces que pasa todo eso, por una serie de anclajes, amarres o resortes: políticos, jurídicos, mediáticos, económicos, culturales. Todos a su vez con su doble cara. Por ejemplo los mecanismos políticos hoy en Colombia frente al fenómeno de la parapolítica, precisamente, para urdir una depuración funcional que refuerce la trampa, reciclando la institucionalidad ya perversa por su orientación e intereses, que está podrida por dentro. O como los económicos, sosteniendo el lavado de millonarios recursos del narcotráfico en el repunte que se justifica como crecimiento y expectativa con el padrón de actividades legales. O judiciales, con la jugada de procesos y extradiciones selectas trenzadas como componendas y vendettas legales. Una esquizofrenia cuyos dispositivos mediáticos irradian en aparente contradicción habitus culturales compartidos por diversos sectores sociales en la estratificación y su articulación.


Ciertamente, un anclaje mayor de orden psicológico se traduce y multiplica socialmente, afanado y fino, más que el mismo contorno de la coacción, por cuanto el país tiene parte de su alma conquistada por el imaginario del paramilitar, del narcotraficante, del corrupto y del clientelista, bien abonados por la tradición de un poder oligárquico y su tránsito neoliberal, y por lo tanto necesitado de crimen e impunidad. Giran como engranajes de reproducción del poder político y económico, para el ascenso y acceso social y, sin la menor duda, para el enquistamiento de una identidad que, por más trazos de “Estado comunitario”, como lo postula Uribe, no supera el plano individual-lista, indispensable en la competencia descarnada, sin importar lo que cueste llegar, cuántos haya que matar y cómo. Fenómenos que en parte se explican mediante procesos de establecimiento y revalidación conductual del arribismo que el uribismo logra representar con estima social, siendo así efectivamente una parte del país, en la que fuera de todas las encuestas amañadas y las conjuras mediáticas, Uribe sí ha calado con éxito, porque encarna, simboliza, interpreta, ilustra y ejemplifica al macarra exitoso.


Esa es una parte del país, sin idealizaciones. El mismo que felicita al señor ganadero, que es patrón, uno de los cientos de terratenientes que aseguran con látigo la tierra poseída, y usurpada. El mismo que esconde lo hecho y acumulado como matón, bajo el sofisma del trabajo, muy de la imagen de una idiosincrasia regional cruzada entre el tipo señorial o feudal y el equivalente empresarial de hoy, de donde proviene y hacia donde va, alardeando con su precepto que manda trabajar, trabajar y trabajar (“Arbeit macht frei”: “el trabajo os hará libres”. Es la frase con la que te recibe la puerta de entrada en Auschwitz), pero que favorece y aplica la explotación más salvaje, los asaltos leoninos suyos y de sus socios, como el de su ex ministro Londoño, de quienes en el 2000 le recibieron con el saludo fascista en el congreso del gremio ganadero, o con quienes compartió mesa en el acto de desagravio a Rito Alejo del Río, criminal de guerra. Cúpulas crápulas, por definición ociosas y expoliadoras.


Un gestor así que hizo puentes mafiosos, siendo él mismo un soporte en una historia gansteril de tres décadas, patenta muy bien algo que durante muchos años algunos negamos como tesis con la que se pudiera explicar en gran medida la violencia política. Se decía de Colombia que había una cultura de violencia allí, como inoculada, y contestábamos que no era así. Hoy día debemos rectificar. Sí existe una cultura de violencia, de arriba hacia abajo. Si no, no habría un continuum de eficacia, una continuidad de métodos. Se desintegrarían sus objetivos estratégicos, en gran parte cumplidos: liquidar la lucha revolucionaria y sembrar de desolación el futuro de un país esquilmado, como lo han hecho con aplauso. Y no hay antídotos de una buena educación que impidan esa cultura, ni en Oxford, donde estuvo Uribe, ni en Harvard. Más bien la recargan algunos nexos y legados que pueden sofisticar y enmascarar las racionalidades violentas que el sistema capitalista requiere. Si no existiera tal cultura como sistema, no de otra manera sería viable la rutina de la muerte selectiva, cada hora a cuenta gotas, desde la concepción de la necesidad de matar para asegurar intereses, hasta la enseñanza, planificación, preparación, inducción, ejecución, recompensa e impunidad de los crímenes. Eso explica el éxito hasta cierto punto, del genocidio político contra la Unión Patriótica, y la selectiva eliminación de cientos y cientos de dirigentes, activistas y luchadores sociales de otras formaciones. Explica por qué los mejores hombres y las mejores mujeres del pueblo, y no es demagogia, quienes tenían anticuerpos éticos y bregaban por condiciones políticas de libertad para animar la utopía, fueron cayendo asesinados o inmovilizados bajo diferentes formas que sólo el terrorismo de Estado es capaz de ordenar y encubrir.


En otro momento debemos proseguir con el análisis de lo que hace posible que estas consecuencias se trasvasen al olvido, con impunidad, bajo el pleno respaldo o consentimiento internacional, de un sistema global y de naciones con demostradas complicidades. A Uribe se le sostiene sabiendo la podredumbre. Se le salva para que no salpique, porque al caer hoy en su plenitud, sería costosa la foto de ayer. Se le ayuda, para no tener que repudiarlo. Son anclajes planetarios, por paradigmas de relaciones, por intereses y modelos de asociaciones o alianzas, desde el realismo hasta el cinismo, que hacen parte de la esquizofrenia compartida, de la misma comunidad transnacional que pone hoy día cientos y miles de micrófonos tratándose del penoso cautiverio de Ingrid Betancourt, pero calla y mira para otro lado frente a los miles de detenidos-desaparecidos y asesinados por el régimen colombiano, hoy encabezado por Uribe Vélez, el Nº 82. Hace falta tener mucho sentido de la higiene para poder intervenir en la política, y en la internacional no menos, por supuesto.


Que esa cultura de muerte es reversible, que es combatible, que es posible que algún día y muchos días sea vencida, es cierto, no por lo que vendrá con la posibilidad de lucidez de las rebeliones materiales y morales, sino por lo que hoy ya muchas personas testimonian con su trabajo, entre muchas soledades. Así, entre pocos periodistas, Sergio Camargo, Hernando Calvo, con sus recientes libros, y quienes investigan fuera y dentro del país con compromiso, para develar el terrorismo de un Estado hoy además secuestrado, literalmente, por mafias, sin metáforas ni más adjetivos. Hemos dicho otras veces que frente a la impunidad y el olvido, debe romperse con la lógica de “los monos sabios”, con el no ver, el no oír y el no hablar. Y hoy hay un libro testimonio más, que no es cualquiera: “Las altisonancias del silencio”, de Camilo Eduardo Umaña Hernández, abogado y joven intelectual, hijo de José Eduardo. Un texto diáfano del que hay que aprender dignidad, que reafirma de modo insobornable el derecho a la memoria, en cuyas líneas vuelve y asoma la sonrisa y la mirada de quien confirmó con su vida-muerte, como reza su epitafio: “Más vale morir por algo, que vivir por nada”, despuntando la respuesta dolorosa que él traspasó.


III.De un luchador social

Eduardo Umaña Mendoza lo hizo. Si hoy estuviera vivo entre nosotros, no cabe duda que estaría demostrando que la violencia política, social, económica y cultural, la violencia contra los pobres y los pueblos, sí tienen responsables; que no son leyes hechas por manos invisibles. Estaría, como Eduardo Umaña Luna, su padre, realizando la impugnación inteligente de los poderosos y la defensa de los de abajo, asumiendo riesgos, como siempre, hasta las últimas consecuencias, como lo aprendió de su familiar y faro, Camilo Torres Restrepo.


Eduardo sí que invirtió y enriqueció, no sin desgarro, no sin dilemas, el valor moral de aquella máxima: “Somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras”. Aunque la aplicara, aunque en el sigilo y el desierto reservara para sí muchas claves que su conocimiento del país le ofreció, fue capaz de denunciar sin mezquindades a los que transigieron y agraciaron crímenes contra el pueblo, desde el Estado, desde el imperio, desde la oligarquía, desde las mafias, desde sus comunes engendros paramilitares, señalando militares y “civiles”, políticos y fiscales, periodistas alcahuetes y demás cómplices. A los que hoy día son esclavos de silencios partidarios o permisivos, por lo tanto responsables, como los que ejecutaron de otros modos los crímenes de Estado. Bertrand Russell, quien creó el Tribunal ético luego continuado como Tribunal Permanente de los Pueblos, del que Eduardo también hizo parte, se refirió a los “criminalmente ignorantes de las cosas que tienen el deber de saber”. Y también que “es imposible mantener la dignidad sin el coraje para examinar esta perversidad y oponerse a ella”.


Eduardo estaría haciendo la biografía y necrografía de los victimarios, de los responsables de carne y hueso del hambre de millones, de quienes no invisibles ni invencibles siempre, toman decisiones letales, de los que indican dónde apuntar, como alcanzó a narrarlo mes y medio antes de su asesinato, señalando con nombre propio a algunos de los sicarios que preparaban su ejecución. Nadie como él llegó a investigar su propia muerte, como él lo hizo, dejando por escrito su constancia, su manifiesto, entregando un relato a la corrompida justicia de un país. La Fiscalía de lo que se llama Colombia, algunos de cuyos funcionarios de corbata estaban implicados en el asesinato, abrió un expediente, dejó libres a los matones indiciados, uno de ellos detenido en Madrid y extraditado, al parecer miembro de un grupo tapadera. Luego de cientos de folios vacuos, ese ente huero cerró el proceso, instituyendo así un monumento de impunidad espeluznante.


En abril de 1999 y en 2001, algunas palabras de homenaje a Eduardo fueron apuntadas. Las siguientes reflexiones que hoy trasplanto sin alterar, basadas en discernimientos de él mismo, son la lectura que hago como un tercero cercano, reflejando lo de entonces, aunque quisiera para reforzar aquellas y apuntalar humildemente éstos, reescribirlas con la terrible actualidad del parcial triunfo fascista, y para poder glosar muchos sentimientos y muchas conclusiones, sin dejar el grito como fue dicho, sin exponerlo a cambio de una sensatez hipotecada, arrepentida y reconciliada. Sólo retiro la poética y lo más personal. Me remito a las notas sobre la interpelación que fue, es y será Eduardo Umaña Mendoza como ser político que optó por una senda, cuya cualidad y trascendencia queda demostrada en el libro altamente esclarecedor que elaboró su hijo Camilo Eduardo.


Quiero referirme a la presencia de su pensamiento, es decir a su obra, porque los impulsos de días y años como ideas maduradas y conciencia florecida fueron acciones con sentido, que conectaban la realidad, que la sacudían, interfiriendo él con pasión en las versiones oficiales; las contradecía, para ser, como lo fue, voz de muchos, de miles en diferentes escenarios de la vida de un país expoliado, en la miseria, con un futuro negado… Eduardo Umaña nombraba auténticamente como Pueblo, “nuestro Pueblo” decía, ese sujeto que encontraba encarnado por ejemplo en los trabajadores, en los sectores que se abrazaban en el concepto de las clases populares, como Camilo Torres, su pariente y amigo, o su padre, el maestro Eduardo Umaña Luna, lo enseñaron en una práxis volcánica, que giró en torno al honesto reconocimiento de los orígenes de la violencia política en esa violencia estructural, histórica. Por eso el compromiso de Eduardo se ancló llamando a las cosas por su nombre, hasta el final. Su exposición coherente daba cuenta de la dependencia, del imperialismo, de las elites o la oligarquía y de sus voraces estrategias. Por eso su acompañamiento y desarrollo no se vinculó con opresores, sino desde muy joven al lado de los otros, comenzando en los espacios políticos y de una Universidad en ese entonces crítica, en los sesenta, con una cierta inserción en el devenir transformador.


Antes de mencionar los setenta, debe recordarse su comprensión integral de los derechos humanos como derechos de los pueblos a una vida digna, como el derecho a la libertad, a la liberación, a construir patrias y matrias en las que no muera la gente de hambre, sino de vieja, en condiciones decentes, humanas. Y que debían defenderse esos humanos derechos como él consideraba debía defenderse, abogando, defendiendo, a quienes abrían el campo histórico para su auténtica vigencia, a los que eran perseguidos y castigados por su lucha, a los presos políticos que abogaban y actuaban por romper la opresión, la antidemocracia. Por eso se formó como su padre, como el más esclarecido defensor de los rebeldes en esa década, como en los ochenta y hasta el día de su muerte. Y por esa misma razón, para ir tras la verdad, tras la justicia, tras la denuncia del terrorismo de Estado y la reconstrucción de los sueños, asumió representar como abogado y portavoz -y lo fue siempre brillantemente- a las madres de los desaparecidos, de los torturados; a las organizaciones de los día a día asesinados o masacrados; campesinos, obreros, sindicalistas, activistas, dirigentes políticos y sociales.


En junio de 1987 Eduardo Umaña Mendoza realizó una intensa actividad de sensibilización y denuncia en Europa sobre la situación de violación sistemática a los derechos humanos en Colombia. Sus análisis se escucharon en numerosos recintos; fueron muchos sus auditorios, y diversos los frutos de ese trabajo. Uno, poner de relieve algo que estaba escondido: la estructuración de los grupos paramilitares, la responsabilidad del Estado y el terrorismo que las clases dominantes imponen como lógica de supuesta solución a través de la barbarie, salida de sangre a lo que han sido incapaces de resolver. La muerte como respuesta frente a los problemas del país. Puso en conocimiento de diferentes públicos, cómo estaba dada una legislación de guerra en tiempos de paz aparente. Las mismas normas que hoy se reeditan y que posibilitaban entonces la acción de juntas de autodefensa que al cabo de los años se nos presentan con siglas confeccionadas en los batallones y en los medios de comunicación que se han puesto como altavoces de sus gritos de guerra sucia.


En una ficha de los organismos de inteligencia se observa el seguimiento que desde muy joven (1966) se le hizo a Eduardo, hasta matarlo. De él se dijo, a la par de sus estudios de Filosofía, de Derecho, entre muchas líneas y sentencias, que era “agitador estudiantil del movimiento CAMILISTA P.C.C. y J.C.C. modus operandi agitación y saboteo”; que “integra el movimiento camilista frente unido... (1968) fue organizador de la marcha a pie de la Universidad a la plaza de Bolívar...(que) integra organización FES frente de estudios sociales organismo de fachada de partido comunista, para llevar campañas de agitación... (1969) es uno de los encargados de dirigir saboteo estudiantil por la llegada al País del señor ROCKEFELLER (...) (1971) miembro de la red urbana de apoyo al ELN... (...) (1978) hijo del líder comunista de la Línea Pekín EDUARDO UMAÑA LUNA, profesor Universitario izquierdista (...) Se transcribió textualmente las anotaciones registradas en las tarjetas de los señores CARLOS REYES NIÑO y JOSE EDUARDO UMAÑA MENDOZA, las cuales reposan en los archivos del Grupo de Inteligencia de...”. Quien firma esta ficha, entre muchas otras, es un alto mando policial, quien participó en las torturas a Reyes Niño en 1977. Reyes Niño fue ejecutado con otro comandante del ELN en las calles de Bogotá el 28 de marzo de 1995. Sus asesinos fueron miembros de la Inteligencia Militar. Impunes, condecorados, premiados, en servicio. …mucho más arriba, en escritorios civiles, se alistaron las fichas desde las que veían crecer a Eduardo. De donde se dieron las órdenes de asesinar.


Queremos hoy recordar a Eduardo como en otras ocasiones, no sólo a partir de sus palabras, sino de lo que hizo. Así, cuando sin ceder un milímetro en lo irrenunciable, dijo qué estaba pasando en Colombia con la acción de los paramilitares como recurso del terrorismo de Estado y del Establecimiento; sin consultar o sopesar tras masacres o asesinatos si la denuncia a fondo gustaba o no a algunas agencias de financiación de Ongs o fundaciones que piensan primero cómo apagar insumisiones y domesticar bajo el ala de sus egoístas términos; sin escuchar sórdidos y escabrosos argumentillos de conversos aliados con la podredumbre del poder; sin pagar por interpretar con ardor la verdad de un pueblo sufriente; sin desdecirse de la defensa de los presos políticos y del derecho a la rebelión, como lo hizo en su brillante trayectoria profesional, académica y vital como luchador social. Contando al mundo de los humanos cómo el engendro del paramilitarismo y la impunidad, estaba siendo extendido a lo largo y ancho del país, como hoy está; y que no había ninguna justicia posible nacida de los verdugos para perseguirse ellos mismos, a salvo la pantomima de los responsables materiales de tantos crímenes y dolor, y sobre todo el cinismo de sus beneficiarios y benefactores.


A su compromiso por los derechos humanos unió las soledades de los derechos de los pueblos a su autodeterminación y liberación, señalando los intereses de imperialistas y siervos, así como elevó un pensamiento sobre las luchas sociales dentro del legado de ideas de emancipación que cultivó con cerebro, corazón y abrazos, por que las asumió desde sus amores primeros hasta su último segundo de humano y humanista.


Cuando hoy se negocia por algunos en la rutina de los discursos y sus cálculos, a espaldas de la cruda realidad que nos recuerda que nada de ese salvajismo contra nuestro pueblo ha cambiado para bien; cuando se trafica con los padecimientos de miles, con los derechos humanos imposibles de hacerse vigentes en estructuras de opresión, gran falta nos hace recordarle como ser insobornable, que demostró la inmensa corrupción de un sistema, el que en fichas y amenazas lo fue declarando su enemigo, como con otros miles de forjadores y forjadoras de esto que hoy queda entre los dedos, escasos hilos de agua que tenemos como posibilidad de matria y patria. Haces mucha falta, para esclarecer que la defensa de los derechos humanos implica cavar la tumba de los privilegios inhumanos, como lo enseñaste.


Así pasó hace más de 25 años a fundar y potenciar la defensa de los derechos humanos a través de asociaciones de profesionales, de víctimas de la guerra sucia. Analizaba el país, su política, su economía; se había formado en la Sociología, en la Administración, en el Derecho, para estudiar como profesor en su cátedra en varias universidades la sucesión de instituciones y procesos. Sin hacer más nudos y sin ingenuidad iba al núcleo de la aplicación del Derecho y su dirección política en estructuras de injusticia social: "la ley es como un abanico; se puede cerrar, o abrir apenas un poco, o desplegarlo totalmente, a condición de que no se rompa"[1]. Y la confrontaba como un jurista que está al servicio de la vida, y no ciegamente al servicio de la ley en una nación policlasista, sometida, optando él por los Derechos de los Pueblos, por la lucha anti-imperialista, por los Derechos Humanos "para los de abajo"[2].


Horas de trabajo intenso en su oficina, de enfrentar enérgicamente funcionarios de la ignominia e inteligentemente causas en los estrados, cuando había posibilidad de conocer rostros y más rastros de los victimarios, antes de que optaran por encubrirse en el paramilitarismo, en los "sin rostro" y la degradación del conflicto.


Estaba Eduardo Umaña visitando a los presos; en reuniones con los familiares de las víctimas, de los desaparecidos del Palacio de Justicia por ejemplo, o de los hombres y mujeres que asesoraba, detenidos, agredidos, objeto de persecución, piezas y tejidos de organización social que él apoyaba, resistencia en la que creía sin pecar de iluso, venciendo con su experiencia al optimismo de moda, al febril grito y a la mirada corta e individualista de algunos que posaban a veces como baratos protagonistas. Sin dejarse llevar por coyunturas su convicción profunda la tradujo y planteó al lenguaje de la política inmediata con unas tesis sobre un programa mínimo (lideró entre 1990 y 1992 un pequeño núcleo político: Movimiento Vida y Dignidad, con activistas sociales), dialogando desde la realidad de su entorno con la autoridad moral que le dio trabajar siempre del lado de la esperanza y la transparencia para un Pueblo, lo que no ocultó en los ámbitos formales o convencionales que no obstante usó, como cuando acudía a las Naciones Unidas, por ejemplo, para acusar al Estado colombiano y su práctica de muerte e impunidad, sin dejarse perder en la frialdad de la letra de códigos escritos por poderosos, y tampoco, nunca, se puso en venta ni en moldes. Fue claro para los que en él buscaron luces y convocó para andar en la noche, en la niebla, con el riesgo de perecer con la cabeza en alto. Contradictoriamente es lo que ha movido a la humanización de la vida. Y él se movía todos los días. Terminó diciendo: "Seguiré hasta que me dejen. Porque yo sé que si la vida no se entrega por algo, uno acaba dándola por nada"[3].


En ese horizonte luchó en concreto como apoderado en cientos de procesos contra el terrorismo de Estado cuyos ejecutores se orientaron en la concepción de guerras de baja intensidad y se protegieron en mecanismos de impunidad como el fuero penal militar[4], señalando Eduardo la responsabilidad del gobierno de los Estados Unidos en el crimen institucionalizado y el origen de los grupos paramilitares[5]. Impugnó un orden de ideas y necesidades del poder político, de su brutal ejercicio de la fuerza acabando el sistema como sea con el llamado "enemigo interno" para la defensa del statu quo[6]. Eduardo alimentó su conocimiento, que desdoblaba en horas de conversación, de clase o en exposiciones en seminarios regulares como un gran educador que era, leyendo y releyendo expedientes, cuadernos y libros, enseñando ante todo con su ejemplo, y creció en el diálogo de saberes, intercambiando desde la tragedia y la tristeza, pues vio caer también a miles de compañeros y amigos, sufrió por ello con otros. Aconsejó a desplazados internos refiriéndose a las estrategias tras el éxodo, al tener que abandonar el "terruño", igual que a refugiados (fue asesor jurídico de la oficina del ACNUR), y ayudó a que muchos salvaran sus vidas saliendo del país.


Hubo desconcierto, respuestas duras y rabia al comprobar incoherencias, traiciones y falsedades, y por ello estableció distancias y cuestionamientos. Personalmente creo: antes que afectar a algunas ONG de derechos humanos, su asesinato conmovió más allá de ellas y de algunos que en su oportunidad diluyeron lealtades y no podían tenerlo al frente; las huellas y consecuencias de su desaparición física y de no contar ahora con su valiente y alta opinión, hieren de verdad a quienes Eduardo se entregó en una fuerte lucha en esta década de grises y sombras, alentando para confrontar, por ejemplo, el aparato penal articulado como otro motor en el terrorismo de Estado, herramienta de represión que seguramente está en el círculo que decidió su asesinato, porque Eduardo Umaña como ningún otro jurista demostró la complementariedad de la “justicia sin rostro, sin rostro de Justicia”[7] en esa lógica de terrorismo y sojuzgamiento. Pidió, incluso minutos antes de ser asesinado y habiendo denunciado él de ese evento a funcionarios de esa “justicia”[8], que sea derogada “totalmente la justicia sin rostro”[9]. Hoy algunas ONG y por ahí algunos comodines respaldan unidades o partes de su estructura, admiten graves matices con letales alcances y se ubican como fin en sí mismos. En esa apreciación fue contundente, como radical al denunciar la corrupción, a los mercenarios ideológicos, como él los llamó, que actúan por ejemplo como testigos sin rostro, a los reinsertados en ese papel; no consintió la mediocridad; tampoco le pedía "peras al olmo".


Estuvo una y otra vez analizando los anuncios y los discursos, las medidas y los cientos de normas; cómo se perfeccionaba un lenguaje, un discurso, en torno a la exculpación del Estado colombiano y a las clases y el imperio que lo manejan, y de eso se separó, volviendo a lo que nunca dejó de valorar sobre el panorama de los derechos de los humanos y de los derechos de los pueblos, recordando entre otras miles de citas que constituyeron un pensamiento sólido, el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y por eso expresó sobre principios que hay "un cierto acumulado cualitativamente representativo de lo más alto que ha conquistado la humanidad", y que entre esos derechos, o ese derecho, "que puede pasar a ser positivo, o sea un derecho escrito, sentado en textos, están consideraciones sobre el trato humanitario, sobre la dignidad del ser humano merecedora de respeto, a pesar de las guerras, en medio de ellas, aunque éstas sean en sí dolorosas y trágicas, como quizá necesarias en determinadas condiciones"; que uno de esos pilares, "sobre los cuales se desarrollan tensiones mayores, ha tenido que ver con el reconocimiento de uno de los más sagrados derechos de los pueblos: el derecho a la rebelión"[10].


"Para que sea ejercido en beneficio de los pueblos, para lograr estructuras de justicia social. Y ese derecho, al que se refirieron tanto pensadores de la Iglesia, del Cristianismo, como Tomás de Aquino, o filósofos del liberalismo, supone al tiempo inmensas y cruciales responsabilidades. Porque no se puede ejercer la fuerza de cualquier manera, porque la guerra también tiene límites... obligaciones que podríamos pensar en dos sentidos: no hacer lo que no es necesario y lo que además está prohibido en el derecho internacional, y hacer lo que en esa normatividad es permitido y que corresponde hacer en el contexto de los antagonismos"[11].


Y se preguntaba: "¿Cómo se obliga a una institucionalidad que crea estructuras paramilitares, que profundiza la impunidad de crímenes de lesa humanidad, que desplaza a miles de familias y comunidades, que victimiza a opositores políticos, que enseña en los manuales militares a odiarlos y motiva a exterminarlos?[12]". "Lo único que está al alcance del Estado, de sus fuerzas armadas o de sus estructuras paramilitares, es la degradación, intencional, de la guerra, en cuyo contexto la guerrilla se mantiene actuando cometiendo también atropellos, incurriendo en serias arbitrariedades"[13].


Y agregaba Eduardo Umaña al lado del requerimiento para que se desmonten los grupos paramilitares y la "justicia sin rostro", para que se salve a la niñez del horror de la guerra, por ejemplo, que "se precisa que las organizaciones guerrilleras den a conocer sus códigos, normas sustantivas, procedimientos y tribunales bajo los cuales actúan o establecen relación con las comunidades en el contexto del enfrentamiento armado a fin de que constituyan un referente público sobre el cual se pronuncien terceros veedores y por supuesto la población"[14].


Eduardo no podía aprobar el dolor, más dolor para los más pobres y abogó por humanizar la guerra, por recomponer el conflicto.


Días antes de morir escribió: "Negar la necesidad de la Paz es ubicarse en una posición absurda que ningún honor hace a mente alguna. El problema no es hablar del beneficio de la paz. No es apoyar unos planes plenos de promesas pero sin asidero alguno en la escueta realidad Socio-Económica del país... Hoy: mucho discurso y ajena la acción real de nuestro problema vital: la miseria económica de la mayor parte de Colombia (...) Hablar de paz sin Democracia Real y Justicia Social es una entelequia. Como lógica consecuencia cualquier planteamiento que no asuma el problema real no pasa de ser una gran mentira"[15].


Concluyó José Eduardo Umaña Mendoza: "Se hace necesario por lo menos hablar de la humanización de la guerra, para que la paz de mentiras se derrumbe, para superar esta pantomima de sobrevivencia cómplice y pueda hablarse con dignidad, con la voz y las manos de todos, de la humanización de la vida"[16].


Eduardo Galeano, amigo de Eduardo, escribió alguna vez que "somos lo que hacemos y sobre todo lo que hacemos para cambiar lo que somos". Umaña Mendoza hizo hasta sus 51 años lo que realizó una opción ética de amor a la humanidad, que verbalizó y talló día a día, hora a hora, no sin vacíos y defectos, hasta cuando negó irse de la mano del terror y el chantaje -no quería ser un desaparecido- y cumplió como pocos seres humanos lo hacen hoy (alguna vez hablamos de esos hombres como Camilo, como Guevara, como tantos que conoció, que “no se encuentran a la vuelta de la esquina”. Por esa razón, con su eliminación se fueron tantas fuerzas no fácilmente recuperables de nuestro pueblo, y nos da también por lo mismo rabia que se haya dejado matar si es que le cabe a Usted alguna culpa…). Temas como la paz, la guerra, la impunidad, salen a borbotones de bocas-cuerpos-mentes que reposan en la tibieza del decir sin hacer, o del hacer-decir funcional en la dialéctica guerra-paz conveniente para "los de arriba".


Hacen falta inmensa sus reflexiones abiertas.
Las tenemos como constancias, citas de textos y pretextos del encuentro, algunas escritas, grabadas, archivadas en rincones de memorias dispersas, la memoria de la Unidad, que nos hace falta recuperar…


Un homenaje no puede ser sin imaginar con fundamento qué diría; que actitud tomaría en la fraterna e inteligente entrega de quien sospecha y espera de los actos, aunque al final haya abandonado un momento esa trinchera, para quedarse solo y decidir dejarnos un tanto, enormemente, solos; qué puntos de una mirada siempre limpia y resuelta trazaría con sonrisa y seriedad. Al hablar hoy de los planes que fumigan los de arriba y los del norte; de la explotación que no cesa; de la justicia verdadera que no llega; del terruño dejado con llanto causado por las balas asesinas; de que la paz sólo es la lucha de un pueblo por la libertad y su dignidad… Enseñaste que los derechos humanos y de los pueblos se defienden si se luchan… Hoy nos hablaría del tirano, del régimen, de las inquietudes, de estar siempre alerta, primero y al final con las propias dialécticas, casadas con las del enemigo. Para no ser como ellos, ni su botín. Falta mirar las bregas y los frutos, la alegría que nos dejó, dibujada también con poesía de madrugada.


Ante el féretro, el día 20 de abril, en la Plaza Ché, en la Universidad Nacional, con la familia de Eduardo, tan depositaria y tan fuente de su amor, Javier Giraldo lo despidió afirmando: "Creer en un profeta derrotado y creerlo vencedor, no por ingenuidad o autoengaño consolador, sino porque ha sido posible, en algún momento, asomarse a los valores últimos y absolutos de la existencia y de la historia, y hacer, desde allí, una apuesta existencial (...) muy honda, en cuya lógica, aquellos que arrastran en su muerte ciertos rehenes, arrebatados a los valores más hondos del sentido, son vencedores indiscutibles en su misma muerte (...) no podemos ocultarnos que el camino restante será más duro recorrerlo sin ti... Tu memoria será imprescindible en el momento de construir un mundo sin esclavitudes".


IV.El derrumbamiento frente a la esperanza

Mientras, el exánime esbirro Uribe vive, sin quién le investigue. La verdad, no porque se tenga ya, sino porque debe buscarse y encontrarse para sancionar y reparar, está en parte expuesta. Hace falta valor para verla, como hace falta gente con coraje y ética que en el periodismo y en esferas judiciales, o en la academia y en colectivos de lucha social, plante querellas y documente hacia un proceso que desvele la criminalidad organizada que ha empotrado a Uribe como presidente. El mismo que está asociado con narcos y paramilitares, con operaciones de rehegemonización estadounidense, con inversiones de las transnacionales más saqueadoras y con proyectos de rapiña de los recursos de un país deshecho. Para ello quiere vender que el país está superando la violencia, que no hay conflicto, que va ganando, como él, para acaudalar méritos que limpien su biografía falseándola, la cual desea transparente, inmaculada. Rivaliza por ello contra la memoria, para que su necrografía no sea pensable, para que en ella no resulte descendido, ni desmerecido, ni implicado.


Primo Levi, quien presenció y sufrió los crímenes nazis, escribió en su valioso libro “Los hundidos y los salvados”, refiriéndose a Hitler: “toda la historia del breve ‘Reich Milenario’ puede ser releída como una guerra contra la memoria, una falsificación orwelliana de la memoria, una falsificación de la realidad, una negación de la realidad, hasta la huida definitiva de la misma realidad. Todas las biografías de Hitler, los desacuerdos sobre la interpretación que debe darse a la vida de este hombre tan difícil de catalogar, están de acuerdo en que la huida de la realidad es lo que marcó sus últimos años… Había prohibido y negado a sus súbditos el acceso a la verdad, envenenando su moral y su memoria; pero, de manera cada vez más creciente hasta la paranoia del Bunker, había ido levantando barreras al camino de la verdad incluso a sí mismo. Como todos los jugadores de azar se había armado un decorado hecho de mentiras supersticiosas, en el que había terminado de creer con la misma fe fanática que pretendía de todo alemán. Su derrumbamiento no sólo fue la salvación del género humano sino también una demostración del precio que se paga cuando se manipula la verdad”.


Este escrito no ha tenido la más mínima intención de comparar lo incomparable. No se puede equiparar un luchador social ausente físicamente, por el crimen de Estado, con quien al mando de la barbarie ha triunfado y se erige como supremo temporal entre los victimarios. Sólo se ha estimado necesario y correcto reconstruir referencias, entre las grandezas y las miserias humanas, y específicamente las de un país, sin ocultar más el rastro que ha representado valores humanistas, ni el rostro de quien los despelleja y destruye así posibilidades de paz y justicia para todos.


Una lucha contra el olvido, contra la impunidad, obliga a no hacer abstracción de las memorias concretas, por lo tanto de las opciones vitales y desgarradoras de quienes han encarnado de un lado la esperanza, como José Eduardo Umaña Mendoza, frente a los sumarios de quienes han trasgredido y violado derechos desde el poder público, convirtiéndose en carceleros, como Uribe Vélez lo es de un país quebrado. La honesta memoria de Eduardo habla del crimen del que se cree siempre vencedor. El derrotado no es el que parece serlo. De uno se eleva su biografía, y debe honrarse porque honrado fue. De ahí que la dimensión moral de un hombre asesinado por buscar un mundo mejor, no pueda cotejarse con el hedor de quien, como Uribe Vélez, vivo e invicto tras el crimen, ha sido necrografiado por sus propios hechos de codicia y vileza, institucionalizadas y fortificadas hoy más que ayer, desde un palacio que es su guarida.


A José Eduardo, una rosa roja en su tumba.


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[1] El papel de los abogados frente al fenómeno de las Desapariciones Forzadas en Colombia. Bogotá, diciembre de 1986, pág. 9. Ponencia en el Primer Coloquio Internacional sobre Desapariciones Forzadas en Colombia. Eduardo terminó esta ponencia expresando (pág. 25): "el profesional del derecho en Colombia, conciente de la realidad de nuestro país y en particular del fenómeno de la “desaparición forzada” debe actuar en representación de las víctimas, de sus familiares y de la sociedad como hombres que “hacen del Derecho sólo un medio para realizar la justicia”".

[2] Fue en este carril de un pensamiento de emancipación en el que situó su quehacer, en Consejos Verbales de Guerra o bajo otras formas defendiendo a centenares de presos políticos, guerrilleros o no guerrilleros; en cientos y cientos de conferencias en universidades, colegios, centros populares, foros internacionales. Fundó con otros destacados defensores de derechos humanos la Sección Colombia de la Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los Pueblos, siendo también su paradigma el humanismo social: los derechos humanos en el cumplimiento de los Derechos de los Pueblos (Declaración de Argel del 4 de julio de 1976).

[3] Fragmentos de un diálogo con Umaña. Frente al cadalzo (veinte días antes de ser asesinado). En Revista Alternativa, No. 19, Mayo-Junio 1998, Bogotá, pág. 21.

[4] Tribunal Permanente de los Pueblos. Proceso a la impunidad de crímenes de lesa humanidad en América Latina. Sesión de Instrucción en Colombia. Noviembre 4 a 6 de 1989. Eduardo Umaña actuó en ese momento como portavoz de la acusación contra el Estado colombiano. Se desempeñó en ese proceso como Fiscal y sería luego nombrado Juez del Tribunal para otros casos. Ver por ejemplo: Sentencia sobre La Conquista de América y el Derecho Internacional. Sesión especial. Padua - Venecia 5-9 de octubre de 1992. Eduardo Umaña fue también miembro del Comité Ejecutivo de la Organización Mundial contra la Tortura.

[5] Ver su serie: Informe Analítico de la Situación de Derechos Humanos en Colombia, Corporación Colectivo de Abogados "José Alvear Restrepo", sobre este tema el correspondiente a julio-diciembre de 1988. Bogotá, págs. 229 y 230.

[6] Véase su ponencia MECANISMOS INSTITUCIONALES DE IMPUNIDAD, en PROCESO A LA IMPUNIDAD DE CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD EN AMÉRICA LATINA. Tribunal Permanente de los Pueblos. Edit. Liga Internacional por los Derechos y la Liberación de los Pueblos. Sección colombiana. Bogotá, junio de 1991, pág. 375 y ss.

[7] A LOS TRABAJADORES DEL MUNDO! Represión a los trabajadores de la USO... (cfr. Bogotá, 27 de febrero de 1998), con este título denunció el caso U.S.O. (Unión Sindical Obrera) y cómo se estaba planeando su asesinato por diferentes instancias (pág. 20) comprometidas en esa guerra sucia, donde prevalece la apariencia jurídica o de legalidad. Cfr. Revista Alternativa, cit. (págs. 18 a 21), entre muchos otros documentos, o para el caso Telecom: La lucha contra la privatización de las telecomunicaciones en Colombia. Estado actual de los procesos judiciales contra los trabajadores. Entrevista con Eduardo Umaña. En Boletín Alerta a la Apertura, No. 15, mayo de 1997, ILSA, Bogotá, págs. 11 y 12.

[8] Ibid.

[9] A LOS TRABAJADORES DEL MUNDO!..., cit., pág. 21, entre muchos otros textos donde se mantuvo crítico frente a su utilización.

[10] Entre la degradación y la regulación de la guerra. En Memorias de la Asamblea por la Paz. Oficina del Alto Comisionado para la Paz, de la Presidencia de la República, Empresa Colombiana de Petróleos y Unión Sindical Obrera, agosto de 1996, Santafé de Bogotá (1, en adelante), pág. 82. Aparece también publicada esta ponencia en la Revista de Derechos Humanos, JUSTICIA Y PAZ, (2, en adelante) de la Comisión Intercongregacional (hoy, 2005, Intereclesial) de Justicia y Paz, Abril-Junio de 1998, No. 8, Bogotá, pág. 66.

[11] De la nota anterior, (1; pág. 82), (2; 66).

[12] Citaba el texto CONOZCAMOS A NUESTRO ENEMIGO, editado por la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova, Oficina de Relaciones Públicas, Editorial Blanco, 1ª edición, diciembre de 1985. (1; 85), (2; 70).

[13] Ibid, (1 ; 87), (2 ; 71).

[14] Ibid, (1; 87-88), (2; 74-75).

[15] ¿Hacia la Paz?, en Voz Posadista, marzo de 1998, Bogotá, pág. 4.

[16] Entre la degradación y la regulación de la guerra (1; 90), (2; 77).Por, Carlos Alberto Ruiz

TÍBET Y PALESTINA, ¡TÚ NO, EL OTRO!

Tíbet y Palestina, ¡Tú no, el otro!

Uri Avnery

“¡Eh, quita tus manos de encima mío! ¡Tú no! ¡El otro!”, grita una joven en un cine durante la proyección, según un viejo chiste.


“¡Eh, quitad vuestras manos del Tíbet!”, grita la opinión pública internacional a coro, “¡Pero no de Chechenia! ¡Ni de Euskadi! ¡Y, desde luego, no de Palestina!”, y esto no es un chiste.


* * *


Apoyo tanto como cualquier otro el derecho del pueblo tibetano a su independencia o, al menos, a su autonomía. Y condeno como cualquier otro las acciones que realiza el gobierno chino en el Tíbet. Pero a diferencia de muchos de ellos, no voy a unirme a las manifestaciones.


¿Por qué? Porque tengo la incómoda sensación de que alguien está tratando de lavarme el cerebro, y de que lo que está teniendo lugar no es más que un ejercicio de hipocresía.


Personalmente, no me importa que haya un poco de manipulación. Después de todo, que los disturbios empezaran en vísperas de los Juegos Olímpicos de Pekín no es una casualidad. Nada que objetar: un pueblo luchando por su libertad tiene el derecho a emplear cualquier oportunidad que se le presente para hacer progresar su lucha.


Apoyo a los tibetanos a pesar de la obviedad de que los americanos están explotando esta lucha para sus propios propósitos. La CIA ha planeado y organizado los disturbios claramente, y son los medios de comunicación estadounidense quienes lideran la campaña mundial. Es una parte de la lucha oculta entre los Estados Unidos, la superpotencia dominante, y China, la superpotencia emergente, en una nueva versión del “Gran Juego” que tuvo lugar en Asia Central durante el siglo XIX entre el Imperio Británico y Rusia. Tibet es una moneda de cambio en ese juego.


Estoy incluso dispuesto a ignorar el hecho de que los gentiles tibetanos han llevado a cabo un pogromo criminal contra civiles chinos del todo inocentes, asesinando a mujeres y hombres, y quemando sus hogares y tiendas. Excesos detestables como éstos suceden en una lucha de liberación nacional.


No, lo que me irrita de veras es la hipocresía de los medios de comunicación mundiales. Cuando toca hablar de China, truenan y claman: son miles los editoriales y debates que lanzan invectivas y maldiciones contra la maliciosa China. Parece como si los tibetanos fueran el único pueblo sobre el planeta cuyo derecho a la independencia está siendo negado por la fuerza bruta, y que si Pekín sacara sus sucias manos de encima de los monjes de túnicas azafranadas, todo sería perfecto en éste el mejor de los mundos posibles (1).


* * *


No cabe duda de que el pueblo tibetano tiene el derecho a gobernar su propio país, fomentar su cultura propia, promover sus instituciones religiosas y prevenir a los colonos extranjeros de ahogar todo ello en una cultura ajena.


¿Pero no tienen los kurdos en Turquía, Irak, Irán y Siria el mismo derecho? ¿Ni los habitantes del Sahara Occidental, cuyo territorio está ocupado por Marruecos? ¿Ni los vascos en España? ¿Ni los corsos en Francia? Y la lista es larga.


¿Por qué los medios de comunicación mundiales hacen suya una lucha por la independencia, pero a menudo ignoran cínicamente otras luchas con los mismos fines? ¿Qué es lo que hace que la sangre de un solo tibetano sea más roja que la de miles de africanos del Congo Este?


Una y otra vez trato de encontrar una respuesta satisfactoria a este enigma. En vano.


Immanuel Kant nos exigió “actuar como si el principio por el cual actuamos fuera una ley universal de la naturaleza” (siendo un filósofo alemán, lo expresó con un lenguaje mucho más complicado, claro).


¿Se ajusta esta actitud hacia el problema del Tíbet a esta regla? ¿Refleja nuestra actitud hacia la lucha por la independencia de otros pueblos oprimidos?

Desde luego que no.


* * *


¿Qué es lo que hace, pues, que los medios de comunicación internacionales discriminen entre las luchas de la liberación nacional que están teniendo lugar en todo el mundo?

Veamos algunos factores relevantes:

- ¿Tiene el pueblo que busca su independencia una cultura exótica especial?
- ¿Son un pueblo atractivo, esto es, son “sexy” a ojos de los media?
- ¿Está su lucha encabezada por una personalidad carismática que caiga bien a los medios de comunicación?
- ¿El gobierno opresor es rechazado por los medios de comunicación?
- ¿Pertenece el gobierno opresor al campo proamericano? Este es un factor importante, dado que los Estados Unidos dominan buena parte de los medios de comunicación internacionales, y sus agencias de noticias y plataformas de televisión definen la mayor parte de la agenda y de la terminología de la cobertura informativa.
- ¿Hay intereses económicos implicados en el conflicto?
- ¿Posee el pueblo oprimido hábiles portavoces capaces de atraer la atención de los medios de comunicación y manipularlos?


* * *


Desde estos puntos de vista, no hay nadie como los tibetanos: ellos reúnen las condiciones ideales.


Rodeados por la cordillera del Himalaya, están situados en uno de los paisajes más bellos de la tierra. Durante siglos, alcanzar el lugar era una aventura. Su singular religión despierta curiosidad y simpatía. La no-violencia que predica es muy atractiva, y lo suficientemente elástica como para cubrir las peores atrocidades, como el reciente pogromo. El Dalai Lama, su líder en el exilio, es una figura romántica, una rock-star de los medios de comunicación. El régimen chino es odiado por la mayoría de gente: los capitalistas lo odian porque es una dictadura comunista, los comunistas lo odian porque se ha convertido al capitalismo. Promueve un materialismo feo y grosero, radicalmente opuesto a la espiritualidad de los monjes budistas, que invierten todo su tiempo en el rezo y la meditación.


Cuando China construye un ferrocarril que llega a la capital tibetana a través de miles de kilómetros de territorio inhóspito, Occidente no lo admira como una proeza de la ingeniería, sino que lo ve (en parte correctamente) como un monstruo de hierro que trae consigo cientos de miles de colonos chinos de la etnia Han al territorio ocupado.


Y, por supuesto, China es una potencia emergente, cuyos éxitos económicos amenazan la hegemonía norteamericana. Gran parte de la renqueante economía estadounidense pertenece, directa o indirectamente, a China. El gigantesco imperio americano se hunde sin esperanza en la deuda, y China será pronto su mayor prestamista. La industria manufacturera china se está desplazando a China, y con ella, millones de puestos de trabajo.


Comparados con estos factores, ¿qué nos ofrecen, por ejemplo, los vascos? Como los tibetanos, habitan en un territorio contiguo al del estado opresor, la mayor parte de él en España, y una parte en Francia. También son ellos un pueblo con una larga historia, que posee su propio lenguaje y cultura. Pero ni su lenguaje ni su cultura resultan exóticos a los ojos de los medios de comunicación. No tienen mandalas. Ni monjes en túnicas.


Los vascos no tienen un líder romántico, como Nelson Mandela o el Dalai Lama. El estado español, que se alza sobre las ruinas de la odiosa dictadura franquista, goza de una enorme popularidad en todo el mundo. España pertenece a la Unión Europea, lo cual significa que se encuentra, más o menos, en el campo proamericano. Algunas veces más, algunas veces menos.


La lucha armada clandestina de los vascos es aborrecida por buena parte de la población y considerada como “terrorismo”, especialmente después de que España acordara con los vascos una amplía autonomía. En estas circunstancias, los vascos no tendrán mucha suerte si quieren ganar apoyo internacional para su causa independentista.


Los chechenos están en una posición más favorable. Ellos también son un pueblo por derecho propio, oprimido durante mucho tiempo por los zares y el Imperio ruso, incluyendo a Stalin y Putin. Pero son, ay, musulmanes, y en el mundo occidental la islamofobia ocupa ahora el lugar que durante siglos se reservó al antisemitismo. El islam ha pasado a convertirse en sinónimo de terrorismo, y es visto como una religión asesina y sangrienta. Pronto se nos revelará que los musulmanes sacrifican a niños cristianos para cocinar pitas con su sangre. (En realidad es, por supuesto, la religión de docenas de pueblos muy diferentes, que se extiende desde Indonesia a Marruecos y desde Kosovo a Zanzíbar).


Los EE. UU.no temen a Moscú como temen a Pekín. A diferencia de China, Rusia no aparece como un país que podría llegar a dominar el siglo XXI. Occidente no tiene ningún interés en renovar la Guerra Fría tanto como en renovar las Cruzadas contra el islam. Los pobres chechenos, que no tienen un líder carismático ni portavoces sobresalientes, han sido desterrados de los titulares. Como no hay atención mundial, Putin puede machacarlos tanto como quiera, matar a miles de ellos y arrasar ciudades enteras.


Lo que no impide que Putin apoye las demandas de Abkhazia y Osetia del Sur de independencia de Georgia, un país que enfurece a Rusia.


* * *


Si Immanuel Kant supiera lo que está sucediendo en Kosovo, empezaría a rascarse la cabeza tratando de averiguar de qué va la cosa.


La provincia reclamó su independencia de Serbia, y yo, sin ir más lejos, lo apoyé de todo corazón. Es un pueblo propio, con una cultura diferente (albana) y religión propia (islam). Después de que el popular líder serbio, Slobodan Milosvic, tratara de expulsarlos de su país, el mundo se alzó en contra de su decisión, proporcionándoles apoyo moral y material en su lucha por la independencia.


Los albanokosovares son el 90% de los ciudadanos del nuevo estado, que tiene una población de dos millones de personas. El restante 10% son serbios que no quieren formar parte del nuevo Kosovo. Quieren que las zonas en las que viven sean anexionadas por Serbia.


De acuerdo con la máxima kantiana, ¿tienen el derecho a hacerlo?


Yo propondría un principio moral pragmático: cada población que habite en un territorio definido y tenga un carácter nacional claro tiene derecho a la independencia. Un estado que quiera retener a esa población debe de tener en consideración si la población se siente cómoda en su marco estatal, si recibe todos sus derechos, disfruta de igualdad de derechos con respecto al resto del estado y tiene una autonomía que satisface sus aspiraciones nacionales. En otras palabras: que no tengan ninguna razón para desear la independencia.


Este principio puede aplicarse a los franceses en Canadá, a los escoceses en Gran Bretaña, los kurdos en Turquía, varios grupos étnicos en África, a los pueblos indígenas en Latinoamérica, a los tamiles en Sri Lanka y a muchos otros. Cada uno de ellos tiene el derecho a elegir entre una igualdad efectiva con el estado, la autonomía y la independencia.


***


Todo esto nos lleva, por supuesto, a la cuestión palestina.


En la competición por ganarse la simpatía de los medios de comunicación mundiales, los palestinos son los más desafortunados. De acuerdo a los estándares que hemos mencionado, tienen exactamente el mismo derecho a la independencia que los tibetanos. Habitan en un territorio definido, son una nación con un carácter que la identifica y existen fronteras definidas entre ellos e Israel. Para negar estos hechos hay que tener una mente de veras retorcida.


Pero los palestinos están sufriendo de muchos de los crueles envites del destino: el pueblo que lo oprime reclama para sí la corona del victimismo definitivo. El mundo entero simpatiza con los israelíes porque los judíos fueron las víctimas de los crímenes más horribles en el mundo occidental. Se crea una situación extraña: el opresor es más popular que la víctima. Cualquiera que apoye a los palestinos es automáticamente sospechoso de antisemitismo y de negación del Holocausto.


La gran mayoría de los palestinos también son musulmanes (nadie se acuerda de los palestinos cristianos). Como el islam es temido y aborrecido por igual en Occidente, la lucha palestina ha pasado a ser automáticamente parte de esa amenaza siniestra e informe que responde al nombre de “terrorismo internacional”. Y desde la muerte de Yasser Arafat y el Jeque Ahmed Yassin, los palestinos no tienen ningún líder especialmente destacable, ni en Fatah ni en Hamas.


Los medios de comunicación mundiales derraman lágrimas por el pueblo tibetano, cuya tierra les fue arrebatada por colonos chinos.

¿Pero quién se preocupa por los palestinos, cuya tierra está siendo arrebatada por colonos israelíes?


Pescando en el río revuelto tibetano, los portavoces israelíes se comparan a sí mismos con los pobres tibetanos -tal y como suena- y no con los malvados chinos. A muchos les parece lógico.


Si desenterrásemos a Kant y le preguntásemos sobre los palestinos, a estas alturas probablemente nos contestaría: “dadles lo que creáis que se le tiene que dar a todo el mundo, y no me despertéis otra vez para preguntarme más tonterías.”


Nota del traductor: (1) Referencia al Cándido de Voltaire.



Uri Avnery es un escritor y veterano activista israelí por la paz. Ha colaborado en La política del antisemitismo, el último libro de CounterPunch.

¿Y SI IRÁN HUBIESEN INVADIDO MÉXICO?

¿Y Si Irán Hubiese Invadido México?

De Noam Chomsky



No sorprende que George W. Bush anunciase un "aumento" del número de tropas en Irak a pesar de la firme oposición de los ciudadanos norteamericanos a dicha actuación y de una oposición incluso mayor de los (totalmente irrelevantes) ciudadanos iraquíes. Este anuncio estuvo acompañado de siniestras filtraciones oficiales y declaraciones, de Washington y Bagdad, sobre cómo la intervención iraní en Irak tiene como objetivo desestabilizar nuestra misión de conseguir una victoria, un objetivo que por definición, es en sí mismo noble. Lo que siguió fue un solemne debate sobre si los números de serie de las modernas bombas de carretera (IDEs) pueden relacionarse con Irán, y, si es así, con los Guardias Revolucionarios de ese país o incluso con alguna autoridad más alta.


Este "debate" es una ilustración típica de un principio básico de la propaganda sofisticada. En sociedades rudimentarias y primitivas, la Línea política del Partido se proclama públicamente y debe ser obedecida... o atenerse a las consecuencias.. Lo que realmente creas es asunto tuyo y tiene mucha menos relevancia. En sociedades donde el estado ha perdido la capacidad de controlar por la fuerza, la Línea política de Partido simplemente se presupone, y se promueve el debate dentro de los límites impuestos por una ortodoxia doctrinal no especificada. El más rudimentario de los dos sistemas lleva, naturalmente, a la incredulidad; la variante sofisticada da la impresión de sinceridad y libertad, y resulta mucho más eficaz para inculcar la Línea de Partido. Se convierte en incuestionable, más allá del propio pensamiento, como el aire que respiramos.


El debate sobre la intervención iraní en Irak continúa sin producir vergüenza alguna, bajo el supuesto de que Estados Unidos es el dueño del mundo.
Por ejemplo, en los años 80 no entramos en un debate similar sobre si los EE. UU.
estaba interfiriendo en el Afganistán ocupado por los soviéticos, y dudo que Pravda, probablemente reconociendo lo absurdo de la situación, se indignase sobre ese hecho (que los funcionarios norteamericanos y nuestros medios de información, en cualquier caso, no trataron de ocultar). Quizá la prensa oficial nazi también promovió grandilocuentes debates sobre si los aliados estaban interfiriendo en la soberanía de la Francia de Vichy, aunque si lo hubieran hecho, la gente cabal se hubiera muerto de vergüenza.


En este caso, sin embargo, incluso la vergüenza, notablemente ausente, no sería suficiente porque las acusaciones contra Irán forman parte de una repetición de declaraciones que tienen como objetivo movilizar el apoyo para la intensificación del conflicto en Irak y para un ataque a Irán, la "causa del problema". El mundo está horrorizado ante esa posibilidad. Incluso en los estados sunníes vecinos, que no son amigos de Irán, cuando se les pregunta, están más a favor de un Irán con armas nucleares que de cualquier intervención militar contra el país. De la limitada información de la que disponemos, parece deducirse que partes importantes de la institución militar y de los servicios de espionaje estadounidenses. están en contra de dicho ataque, junto con casi la totalidad de la población mundial, incluso más que cuando el gobierno de Bush y el de Tony Blair invadieron Irak, desafiando una enorme oposición popular en todo el mundo.


"El Efecto Irán"El resultado de un ataque a Irán sería horroroso. Después de todo, según un estudio reciente del "efecto Irán", realizado por los especialistas en terrorismo Peter Bergen y Paul Cruickshank, utilizando datos del Gobierno y de la Corporación Rand, la invasión de Irak ya ha servido para multiplicar por siete el terrorismo. El "efecto Irán" sería probablemente mucho más grave y de una mayor duración. El historiador militar británico Corelli Barnett habla en nombre de muchos cuando avisa de que "un ataque a Irán provocaría con seguridad la Tercera Guerra Mundial".


¿Cuáles son los planes de la camarilla cada vez más desesperada que mantiene a duras penas el poder político en EE. UU.? No podemos saberlo. Por supuesto, estos planes del Estado se mantienen en secreto en interés de la "seguridad". Un análisis de los informes desclasificados revela que existe un mérito considerable en esa alegación, aunque sólo si entendemos que "seguridad" significa la seguridad del gobierno de Bush contra su enemigo doméstico: la población en cuyo nombre actúan.


Incluso si la camarilla de la Casa Blanca no estuviese planeando una guerra, el despliegue naval, el apoyo a los movimientos secesionistas y actos terroristas dentro de Irán, y demás provocaciones podrían fácilmente desencadenar una guerra accidental. Las resoluciones del Congreso no serían una barrera. Invariablemente permiten excepciones en nombre de la "seguridad nacional", abriendo agujeros lo suficientemente grandes como para que varios grupos de portaaviones estén pronto en el Golfo Pérsico, siempre que dirigentes sin escrúpulos hagan declaraciones catastróficas (como hizo Condoleezza Rice en 2002 con esas "nubes en forma de hongo" sobre ciudades norteamericanas). Y la trama de esta clase de incidentes que "justifican" dichos ataques es una práctica conocida. Incluso los peores monstruos sienten la necesidad de dicha justificación y adoptan la estratagema que utilizó Hitler para defender a la inocente Alemania frente al "terror salvaje" de los polacos en 1939, después de que estos hubiesen rechazado sus sabias y generosas propuestas de paz, no es sino un ejemplo más.


El obstáculo más efectivo a una decisión de la Casa Blanca de comenzar una guerra es la clase de oposición popular organizada que asustó a los lideres político-militares lo suficiente en 1968 como para que fuesen reacios a enviar más tropas a Vietnam, temiendo, según los Papeles del Pentágono, que podrían necesitarlas para controlar los desórdenes civiles en casa.


Sin duda, el gobierno de Irán merece duras condenas, incluidas sus acciones recientes que han atizado la crisis.Es, sin embargo, útil preguntar como hubiésemos actuado si Irán hubiese invadido y ocupado Canadá y Méjico y detenido allí a representantes del gobierno de EE. UU.bajo la acusación de que se estaban resistiendo a la ocupación iraní (llamada "liberación" por supuesto).Imaginen también que Irán estuviese desplegando grandes fuerzas navales en el Caribe y lanzando amenazas creíbles de una ola de ataques contra un amplio abanico de instalaciones, nucleares y de otras características, en los EE. UU., si el gobierno de EE. UU.no pusiese fin inmediatamente a todos sus programas de energía nuclear (y, naturalmente, desmantelase todas sus armas nucleares).Supongan que todo esto ocurriese después de que Irán hubiera derrocado al gobierno de EE. UU.e instalado un atroz tirano (como hizo EE. UU.en Irán en 1953); y más tarde apoyase una invasión rusa de EE. UU.que mató a millones de personas (igual que EE. UU.apoyó la invasión de Saddam Hussein de Irán en 1980, matando a cientos de miles de iraníes, un número comparable a millones de norteamericanos).

¿Nos quedaríamos mirando en silencio?


Es fácil entender una observación hecha por uno de los principales historiadores militares de Israel, Martín van Creveld.Después de que EE. UU.invadiese Irak, sabiendo que estaban indefensos, dijo, "Si los iraníes no han intentado construir armas nucleares es que están locos".

Es seguro que ninguna persona cabal quiere que Irán (o cualquier nación) desarrolle armas nucleares. Una resolución razonable a esta crisis sería permitir que Irán desarrolle energía nuclear, de acuerdo con sus derechos según el Tratado de No-Proliferación, pero no armas nucleares.
¿Es factible esta solución? Lo sería con una condición: que EE. UU.e Irán fuesen sociedades con funcionamiento democrático en las que la opinión pública tuviese un impacto significativo en la política pública.


Da la casualidad que esta solución tiene un apoyo masivo entre los iraníes y los estadounidenses, quienes generalmente están de acuerdo en temas nucleares. El consenso iraní-estadounidense incluye la eliminación completa de las armas nucleares en todo el mundo (82% de los norteamericanos); si esto no se puede lograr todavía debido a la oposición de la elite entonces por lo menos una "zona libre de armas nucleares en Oriente Próximo que incluiría a los países islámicos e Israel" (71% de los estadounidenses). El setenta y cinco por ciento de los estadounidenses prefieren establecer unas mejores relaciones con Irán a amenazar con la fuerza.En resumen, si la opinión pública tuviese una influencia significativa en las políticas de Estado en EE. UU.y en Irán, la resolución de la crisis estaría al alcance de la mano, junto con unas soluciones a más largo plazo para el problema nuclear mundial.


Promover la Democracia en casa


Estos hechos sugieren una posible vía para prevenir que estalle la crisis actual, incluso en una versión de la Tercera Guerra Mundial. Esta impresionante amenaza puede evitarse buscando una propuesta conocida: la promoción de la democracia, esta vez en casa, donde más se necesita. La promoción de la democracia en casa es ciertamente factible y, aunque no podamos llevar a cabo dicho proyecto directamente en Irán, podríamos actuar para mejorar las perspectivas de los valientes reformistas y opositores que están buscando conseguir eso mismo. Entre dichas figuras que son, o deberían ser bien conocidas, estarían Saeed Hajjarian, el premio Nobel Shirin Ebadi, y Akbar Ganji, y también aquellos que, como siempre, permanecen en el anonimato, entre ellos activistas sindicales sobre los que sabemos muy poco, quienes publican el Boletín de los Trabajadores Iraníes podrían ser un ejemplo.


La mejor manera de perfeccionar las perspectivas de promoción de la democracia en Irán es cambiando, aquí, radicalmente las políticas de Estado para que reflejen la opinión popular. Esto supondría el cese de las amenazas habituales que son un regalo para los radicales iraníes. Las amenazas son ferozmente condenadas por los iraníes que están realmente preocupados con el desarrollo de la democracia (a diferencia de aquellos "partidarios" que exhiben eslóganes democráticos en occidente y se les premia como a grandes "idealistas" a pesar de su claro historial de odio visceral a la democracia).


La promoción de la democracia en EE. UU.podría tener unas consecuencias mucho más amplias. En Irak, por ejemplo, se pondría en marcha de inmediato o lo antes posible, un calendario definitivo para la retirada, de acuerdo con la voluntad de una aplastante mayoría de los iraquíes y una mayoría muy significativa de los estadounidenses. Las prioridades de los presupuestos federales se invertirían prácticamente. Donde se está elevando el gasto, como en las partidas militares suplementarias para llevar a cabo las guerras en Irak y Afganistán, bajarían drásticamente. Donde el gasto se mantiene o baja (salud, educación, formación profesional, promoción de la conservación de energía y las fuentes de energía renovables, ayudas a veteranos, fondos para la ONU y las operaciones de paz de la ONU; etc..) aumentarían bruscamente. Los recortes de impuestos aplicados por Bush a personas con ingresos superiores a los 200.000 dólares al año serían abolidos inmediatamente. EE. UU.debería haber adoptado un sistema de Seguridad Social nacional desde hace tiempo, rechazando el sistema privado responsable del doble del coste per capita que en otras sociedades similares, y de algunos de los peores resultados del mundo industrializado. Debería haber rechazado lo que quienes prestan atención al tema consideran de forma abrumadora "ruina fiscal" en proceso.EE. UU.debería haber ratificado el Protocolo de Kyoto para reducir las emisiones de dióxido de carbono y haber tomado medidas más drásticas para proteger el medio ambiente. Debería haber permitido que la ONU liderase las crisis internacionales, incluida la de Irak. Después de todo, según las encuestas de opinión, desde poco después de la invasión de 2003, una gran mayoría de estadounidenses han querido que la ONU hubiese tomado el control de la transformación política, reconstrucción económica y del orden civil en ese territorio.



Si la opinión pública se tuviese en cuenta, EE. UU.hubiera aceptado las restricciones de la Carta de la ONU sobre el uso de la fuerza, contrarias al consenso bipartidista de que este país, por si solo, tiene el derecho a recurrir a la violencia en respuesta a amenazas potenciales, reales o imaginarias, incluyendo amenazas a nuestro acceso a mercados y materias primas.EE. UU.( y los demás ) renunciarían al veto en el Consejo de Seguridad y aceptarían la opinión de la mayoría incluso cuando está en contra.La ONU podría regular la venta de armas; mientras que EE. UU.recortaría dichas ventas e instaría a otros países a hacer lo mismo, lo que sería una importante contribución para la reducción a gran escala de la violencia en el mundo. Se haría frente al terrorismo con medios diplomáticos y medidas económicas, no mediante la fuerza, de acuerdo con la opinión de la mayoría de los especialistas en el tema y de nuevo, completamente en sentido contrario a la política actual.



Además, si la opinión pública tuviese influencia en la política, EE. UU.tendrían relaciones diplomáticas con Cuba, beneficiando a los ciudadanos de ambos países (y, al sector agropecuario de EE. UU., compañías de energía y demás ), en vez de estar casi solo en el mundo imponiendo un embargo (junto con Israel, la Republica de Palau y las Islas Marshall). Washington entraría en el amplio consenso internacional para el establecimiento de un acuerdo sobre dos estados en el conflicto entre Israel y Palestina, que (al lado de Israel) ha bloqueado durante 30 años, con excepciones temporales y aisladas, y que todavía bloquea de palabra, y más importante todavía, a pesar de sus fraudulentas alegaciones de su compromiso diplomático.Asimismo, EE. UU.igualaría la ayuda a Israel y Palestina, recortando la ayuda a cualquiera de las partes que rechazase el consenso internacional.


Pruebas de todos estos temas se analizan en mi libro Failed States y también en The Foreign Policy Disconnect de Benjamín Page (con Marshall Bouton), que también proporciona exhaustivas pruebas de que la opinión pública en temas de política exterior (y probablemente en la doméstica) tiende a ser coherente y consecuente durante largos periodos de tiempo. Los estudios sobre opinión pública tienen que considerarse con cuidado, pero ciertamente son muy sugestivos.


La promoción de la democracia en casa, aunque no sea una panacea, sería un paso muy útil para ayudar a que nuestro propio país sea una "parte responsable" en el orden internacional (adoptando el término utilizado por los adversarios), en vez de ser objeto de miedo y antipatía por la mayor parte del mundo. Además de ser un valor en sí mismo, una democracia que funciona en casa supone una promesa real para tratar constructivamente muchos temas actuales, internacionales y domésticos, incluyendo aquellos que literalmente amenazan la supervivencia de nuestras especies.


Noam Chomsky es el autor de Failed States: The Abuse of Power and the Assault on Democracy (Metropolitan Books), que acaba de publicarse en rústica, entre otros trabajos.


[Este artículo fue publicado primero en Tomdispatch. com, un weblog de Nation Institute, que ofrece un suministro continuo de fuentes alternativas, noticias y de opinión de Tom Engelhardt, durante largo tiempo editor y co-fundador de The American Empire Project y autor de "The End of Victory Culture" historia del triunfalismo norteamericano en la Guerra Fría, una novela "The Last Days of Publishing" y "Mission Unaccomplised" (Nation Books), primera colección de entrevistas de Tomdispatch.]