jueves, 4 de noviembre de 2010

Entre nubes de gases - Reconstrucción de los hechos del 15 de septiembre en la Universidad de Antioquia


Asamblea en el Camilo, mitin en el 16. Corre por aquí, arenga por allá.
Policías de negro acorazado, estudiantes y docentes desconcertados, miedo
en la Administración… aquí la reconstrucción de lo sucedido el miércoles
15 de septiembre, un día que está marcando un antes y un después de
incertidumbres en la Universidad de Antioquia


Un instante antes del impacto, Esteban lo vio venir con el ojo izquierdo. En el patio del bloque 16, bajo un Cristo Redentor y en medio de una multitud de manifestantes y decenas de policías, el muchacho vio llegar volando la granada con gas que lo rompió arriba de sus cejas. Cayó al piso.
¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! Caras pálidas, corridas, gritos. La policía persigue a los civiles por el campus universitario lanzando gases y gomas contra sus cuerpos. Con la ayuda de personal de Derechos Humanos, logran salir en grupos y, en la calle, los comandos antidisturbios atacan con chorros de agua y gases a los estudiantes que, corriendo con la mochila alzada, se protegen la cabeza. Ese miércoles 15 de septiembre
la Universidad de Antioquia conoció el pánico.
Por cuatro horas, una nube de humo de bromuro de bencilio se expandió unos 50 mil metros en el centro oriente de Medellín, desde el río Medellín hasta la Estación Hospital. El químico, que atrofia la respiración, corta la capacidad sensorial temporalmente, irrita la nariz, la boca y puede dejarte ciego, comenzó su recorrido antes de las cuatro de la tarde, cuando el primer grupo de comandos antidisturbios entró a la
Universidad.
¡Tun, tun, tun, tun! Retumban los pasos de sus botas negras, duras como sus protectores de pecho, testículos, piernas y cabeza. “No sabes lo que es ver un grupo de hombres armados avanzar lentamente, formados ordenadamente, en dirección a un mitin que estaba calmado”, dice pensativa Sara Fernández. Muchos lo supieron ese día.
Daniela, de la carrera de Bioingeniería, creyó que ese día encontraría la muerte. Los ojos de Hernán, verdes y grandes, se cierran por la fuerza del gas pimienta y, aturdido, también cae al suelo. En otra parte de patio, del lado del parqueadero, a Mildelia, defensora de Derechos Humanos, le corre sangre por la frente. No sabe qué la golpeó. Luquegi Gil, el Secretario General del Alma Máter, se esconde detrás de un carro.
Acaba de entrar el tercer grupo de escuadrones antimotines a la ciudadela universitaria. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Según declaró a De La Urbe, el Coronel Luis Eduardo Martínez Guzmán, comandante de la Policía Metropolitana: “La orden era ingresar para proteger la rectoría. Por eso entra el ESMAD”. El rector, Alberto Uribe, quien al principio dijo sentirse secuestrado, en la noche se retractó y fue a su casa a dormir.
“La Fuerza Pública entrará una y las veces que sea necesario a la Universidad de Antioquia porque ese no es un territorio de despeje”, dijo previo a los fuertes disturbios de ese miércoles, el gobernador de Antioquia, Luis Alfredo Ramos, aludiendo a la crisis de seguridad del Alma Máter: micro tráfico de drogas, robos, muertes, violaciones y otras prácticas criminales tienen alarmada a la ciudad que, al mismo tiempo, vive una época de mafias, paramilitarismo, guerrilla y delincuencia.

Dos días antes

El lunes 13 de septiembre se estrena la Tarjeta de Identificación Personal (TIP). Funcionarios de la Universidad exhiben petos nuevos y limpios que informan que, desde hoy, no sirven para nada los tradicionales carnés. Invitan, amablemente, a visitar la Facultad de Medicina donde te toman la foto, los datos y te imprimen la tarjeta que además puede usarse para viajar en el Metro. En las afueras, se ven tanquetas blindadas y agentes antidisturbios; también policías con motos y revólveres, y Ejército. Nadie sin Tip podrá ingresar a las instalaciones, a menos que consiga un permiso especial. La asamblea de estudiantes, por meses, ha manifestado su desacuerdo.
El profesor Eufrasio Guzmán, Director del Instituto de Filosofía, se pone el peto y va a la portería. Son las 11 de la mañana. Un grupo de estudiantes recorre las entradas a la U a manera de mitin, por momentos violento, en señal de rechazo a la medida. El Departamento de Vigilancia le informa a Guzmán que están rompiendo y quemando material publicitario y arrebatando las nuevas tarjetas plásticas. La turba llega al costado oriental, portería del Ferrocarril.
A la Emisora Cultural Universidad de Antioquia, más tarde, Eufrasio le cuenta: “Estaba con el peto, que era emblemático para la campaña, y trataron de arrancármelo (…) Incrementaron su nivel de protestas, pasaron a los gestos intentando quitármelo, empujando, y un estudiante me lanzó una patada”. Camilo Durango, estudiante de Antropología, estaba presente y cuenta que el profesor señaló, también enérgicamente, que quienes rechazan la Tip apoyan el paramilitarismo dentro de la Universidad. Entonces, la patada. “En ese momento, otros estudiantes en tónica muy diferente se acercaron, me rodearon, me acompañaron, y disuadieron a los agresores para que no continuaran con el maltrato”, dice el docente.
Para la vigilante Gallo, una mujer joven, tierna y corpulenta, es el primer día de trabajo en la empresa privada de vigilancia Miro Seguridad que, contratada por 7 mil millones de pesos, vigila esta Universidad. Cuando ve que los estudiantes furiosos entran a su puesto y rompen un computador, se acuerda de sus hijas. Para no salir corriendo aterrorizada, piensa en la necesidad económica que pasaría si llega a perder el empleo. Algunos de sus compañeros sí que salen en fuga ahuyentados por los coros que los señalan de paramilitares, hijueputas, asesinos.

El día previo

Asamblea de estudiantes. Atardece. Bajo el cielo nublado, en la plaza Barrientos, Gabriel Bocanument Rollo -líder estudiantil por décadas- grita: “¡Compañeros, periodistas del canal Cosmovisión preguntan si pueden grabar”. Entre unos doscientos, la mayoría levanta la mano y gritan sí. La reunión continúa pero la U empieza a vaciarse. Nadie puede entrar. A un costado, en la portería de la calle Barranquilla, se forma un alboroto. Dos policías intentan entrar. Lo impide el Decano de la Facultad Nacional de Salud Pública, Álvaro Cardona. Fue enviado hasta allí como delegado de la administración para dialogar sobre la Tip.
“Luego de sesionar desde las dos de la tarde hasta las 5:50 pm, recibir el informe del profesor Álvaro Cardona, observar todavía la presencia de Esmad en las porterías, notar cómo el administrativo y Miro Seguridad mediante tintas especiales marcan a los que a conciencia no ingresan con TIP, observar algunos malintencionados tirando explosivos buscando la confrontación en la plaza Barrientos, la Asamblea Extraordinaria del 14 de septiembre define: “Reanudar la Asamblea Extraordinaria el día miércoles 15 de septiembre en el Teatro Popular Camilo Torres desde las 10:00 am”, se lee esa noche en el blog de los estudiantes.

Llegó el día

Las porterías continúan militarizadas. Unas 500 personas llegan hasta el Teatro Camilo Torres. Los líderes dan informes y comienzan las intervenciones. Por radio, los vigilantes se piden estar atentos. Al mediodía, un estudiante molesto, vestido de camisa verde, se toma el micrófono. Cuenta que el día anterior los vigilantes de Miro lo golpearon en la portería del Metro por negarse a mostrar la Tip. Pudo al fin entrar con defensores de derechos humanos de la Personería de Medellín y el colectivo Gustavo Marulanda.
Hoy, antes de llegar a la asamblea, pasó de nuevo por esa portería. “Niño mimado, ¿por qué no venís hoy con tus papás? ¡Malparidito! Aquí sos alguien pero espérate que te cojamos en la calle”, relata en el Teatro. Narra que lo agarran y le toman una foto. “¡Ya te tenemos reseñado, hijueputa!”, cuenta. La masa se altera. “Como nos están retratando, vamos a hacer lo mismo”, pide uno de los muchachos. Acuerdan que a las dos de la tarde saldrán en mitin por las porterías y terminarán con un plantón en el Bloque Administrativo. “No vamos a desalojar a nadie violentamente. Vamos a arengar para que nos escuchen”, dice otra voz y la mayoría asiente.
2:30 p. m. Cecilia Plested, profesora de la Escuela de Idiomas, escucha el mitin desde la carrera Carabobo, apura el paso, ve la puerta peatonal cerrada, pide permiso, los Esmad están adentro y ella, sorprendida pero clara, empieza a gritar a los estudiantes: “¡No se dejen provocar!, ¡no se dejen provocar!”. Llama a una jovencita para pedirle que, por favor, le diga al encapuchado que está bajo un árbol que se aleje del lugar. “¡Ustedes no saben lo que es una universidad militarizada! ¡No se dejen provocar!”, grita Cecilia meneando la cabeza y alborotándose el pelo.
Cecilia corre al Bloque 16, sube a la oficina del Rector, le cuenta lo que vio. “Tengo cinco minutos, cuéntame rápido”, le dice a la profesora que no para de gritar. Otros funcionarios llegan. Se forma una discusión. Martiniano Contreras, Vicerrector General, no se sorprende con la denuncia de la profesora. “Si a mí me preguntan si yo sabía que iba a entrar el Esmad ese día, yo digo: ‘Yo suponía que iba a entrar el Esmad después de lo que estaba pasando, de lo que dijo el Gobernador’ ”, explica un mes después a De La Urbe.
3:10 p. m. Un coro se acerca al Cristo Redentor. “¿Y dónde está? ¿Y dónde está? Alberto Uribe, ¿dónde está?”, cantan y saltan los estudiantes. No hay encapuchados ni gente armada visiblemente. El Rector cancela su cita. No sale del bloque. La multitud llegó hasta el patio y la profesora Cecilia se asoma. Les pide calma, que vayan al Teatro Camilo Torres para dialogar.
Le responden con chiflas. La creen vocera de la administración y ella, aireada, pide respeto, además de que no pisen las matas. “¡No pisen las maaaaaaaaatas!”, grita, grita y grita.
Ricardo Toro, de la Unidad de Derechos Humanos de la Personería, tiene un radio en la mano que levanta una y otra vez, ansioso. Está parado junto a la entrada del Bloque Administrativo comunicándose con Jesús Sánchez, quien está en la portería del Ferrocarril. “¿Cómo está la situación allá adentro?, ¿es cierto que hay un secuestro de los directivos?”, le pregunta Jesús a Ricardo.
“A lo sumo, Ricardo manifiesta que no es cierto, que eso es una medida de seguridad (las puertas cerradas), que custodia el Administrativo cuando se presentan este tipo de sucesos”, relata Jesús. “Entonces, el Mayor Hernández, al mando de la policía en ese momento, nos escucha la comunicación y nos dice: ‘Bueno, yo estoy tranquilo entonces’.
Cuando de un momento a otro, ingresamos a la Universidad verificando cómo se encontraba la situación y nos encontramos con que a nuestras espaldas entran uno o dos escuadrones del Esmad -por ahí de 20 a 30 hombres- sin mediar palabra, haciendo sus disparos de gases lacrimógenos y de granadas aturdidoras”, declara Jesús Sánchez.
-¿Qué pasó, Mayor? ¿Por qué ingresan los ESMAD si hace cinco minutos usted y nosotros estábamos escuchando la comunicación de que esto era una protesta, pero pacífica?- increpa Jesús al policía.
El comandante de los antimotines dice que está recibiendo órdenes.
-¿Y que quién le da esas órdenes?
-La dan el Gobernador de Antioquia y el Rector de la Universidad. Que cuando a él le cambien esa orden esas dos personas, él retira sus hombres de allá”, recuerda el Coordinador Administrativo de la Unidad de DDHH de la Personería de Medellín.
Marco y Sara, de la Asociación de Profesores, caminan en dirección a la salida de Ferrocarril. Ven la reunión en los bajos del Bloque 16 y solo los sorprende lo numerosa que es. “Un mitin normal, con arengas, organizados, pidiendo la palabra”, recuerda Sara. En la acera del bloque 18, de frente a la portería y de espaldas al 16, se detienen. “Veo a los de Miro abriendo las puertas a un grupo numeroso del ESMAD. En la malla están los de Personería alzando las manos. ¡No, no, no! ¡No entren, no entren! Les piden y pido yo”. ¡Booom! Explota una granada de gas lanzado por los policías desde el parqueadero.
El escuadrón avanza hasta el costado oriental del bloque. Daniela y todos corren. Junto a la fuente del Hombre creador de energía, la pequeña se derrumba, entra en shock, no puede parar de llorar. “Llamo a mi casa y me despido de todos”, cuenta. A unos pocos metros, por la Biblioteca, Julián Henao, estudiante de Derecho regresa al Bloque 16. Quiere saber si alguien está herido, averiguar qué pasó. Un centenar, como él, regresa asustado y enojado.
Sara y Marco se apuran a mediar. Líderes de oficinas estudiantiles, que andaban reunidos en el bloque 9 paralelo a la Asamblea, llegan al lugar para lo mismo. Nadie, entre los representantes profesorales y estudiantes, quiere el tropel. Todos hablan con todos y llaman por celular, buscan soluciones. Llegan los periodistas y las cámaras de tv. Casi la mitad de la unidad de Derechos Humanos de esta ciudad se concentra a esta hora en la Universidad de Antioquia. También hay funcionarios de la Defensoría del Pueblo y, según el Rector, gente armada entre la multitud.
Arriba, en las oficinas, la gente ruega por sus vidas. Rocío se aferra a un rosario. Está escondida en la oficina de Presupuesto. Los insultos que se escuchan abajo y el intento de estudiantes de llegar -con una escalera y una mesa- hasta el segundo piso, le disparan los nervios. Ella, Auxiliar de Presupuesto, imagina que se está repitiendo la toma del Palacio de Justicia, cuando el Ejército ingresó al edificio público tomado por guerrilleros asesinando y desapareciendo civiles. “Si alguna cosa me pasa, demanden la Universidad. ¡Para qué nos encierran aquí!”, dice enojada y triste a sus familiares por teléfono.
Algunos se esconden en los baños, otros, como Eufrasio Guzmán observan desde adentro; el Secretario General, Luquegi Gil, es enviado a dialogar. La propuesta es que los estudiantes vayan al Teatro Universitario y, en otras condiciones, continúen la asamblea. El comandante del operativo, otro vestido de negro al estilo RoboCop, acepta dialogar con los profesores. “Yo recibo órdenes”, les dice a Marco Antonio Vélez, Presidente de la Asociación de Profesores, y a Sara Fernández, Vicepresidenta. “Que baje el Rector para ver que está bien, que salga o me den una orden”. Marco saca el celular, marca el número de Alberto Uribe, como lo hizo cuando vio entrar el primer grupo. Policía y Rector hablan pocos minutos. El Policía cuelga, le devuelve el celular al profesor. “No tengo órdenes de retirarme”, explica y regresa al frente de su escuadrón.
El Rector, según cuenta, llama al Gobernador y le informan que éste se encuentra en Bogotá. “Lo que me decía el Secretario de Gobierno, para acabar de ajustar, era que la orden del Coronel era que ni yo ni los demás funcionarios nos fuéramos a mover hasta que él personalmente viniera por mí, porque no me garantizaban nada ante la información que tenían. Yo no pregunté qué información había, guardé mucha calma. María Eugenia (su secretaria) entraba, los Vicerrectores entraban, pero yo decía: ‘Guardemos la calma, que lo peor que nos puede pasar es que la perdamos’ ”, explica.
Mientras tanto, Cecilia orienta la cadena humana para proteger la salida de los funcionarios administrativos que, por decisión del gobierno de la Universidad, quedaron encerrados en el edificio. Desde el segundo piso, agarra la mano de Rocío, quien hasta ahora respira y siente la esperanza de salir sana. “¡Despacio, no corran, por favor, no corran!”, les pide la profesora de la Escuela de Idiomas a los empleados que, poco a poco, terminan de salir. Quedan pocos adentro, sólo los que quisieron, y abajo están, cara a cara, los estudiantes que le cantan a los Esmad: ‘¿Qué se necesita para ser un policía? Ser un hijueputa de noche y de día’.
4:00 p. m. Ya el paisaje es de hombres de negro, escudos marcados con Policía en letra blanca, y estudiantes con palos y piedras en la mano. Ingresa un tercer escuadrón por la portería del Ferrocarril. Desde los bloques de Ingeniería y entre los carros, la gente silba. ¡Fueraaaaaaaaaaaa!, piden a gritos. ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! ¡Taque! Hernán Pineda, quien estaba en el Laboratorio de Electrónica cuando oyó la primera explosión, ahora se codea con un agente del Esmad que, sin saber por qué, le exprime un gas pimienta de frente a la cara, por un ladito del escudo que tiene frente al pecho y con el que lo empujó y lo tumbó al piso. ¡Jueputa! ¡Corramos!, se escucha.
La Universidad hierve. Policías se pasean por el campus intentando allanar salones, empujando estudiantes, disparando gases, retirando la gente y, al mismo tiempo, bloqueando las salidas. Los vigilantes de Miro, desde la portería del Río, salen corriendo. Dan la vuelta a la Universidad y desde el Bar de Ciro, a dos cuadras, David Roldán los ve correr juntos y quitarse el uniforme. En el Parque E, donde también hay vigilancia de Miro, pudieron entrar y cambiarse la ropa. En Barraquilla, Julián Henao ve como un policía vestido de verde dispara un revólver para ahuyentar una turba que golpea a dos agentes del ESMAD. Nuevamente, todos corren. Al salir del campus, las tanquetas siguen a los estudiantes con chorros y más gases. Los vecinos sacan bolsas de leche y vinagre para que los que respiraron gases lacrimógenos se recuperen.
En el Parque de los Deseos, los niños están espantados, también se asfixian y lloran por los gases que allá mismo están lanzando los policías. La Estación Hospital del Metro es cerrada por quince minutos, casi anocheciendo, porque las agresiones del Esmad se extienden hasta acá. Frente a Policlínica, uno de ellos lleva un muchacho agarrado por la camisa. Aunque no pueden detener, esa noche 8 estudiantes resultaron en estaciones de policía; siete fueron los heridos que recibieron atención médica -Esteban el más grave con coágulos de sangre y un tumor en la cabeza-; y cero secuestrados.
8:00 p. m. Apenas una decena de personas queda en la Universidad. Sara, Cecilia, Camilo, Santiago, Ricardo y otros conforman una comisión verificadora. Con megáfono, Sara, morena,
alta, pesada, de rasgos bruscos y voz delicada, informa que la Fuerza Pública ya no está en el
campus, que pueden salir, que si alguien necesita ayuda salga ahora. Encuentran profesores en oficinas con cerrojo, estudiantes en los rincones de pasillos de los pisos altos de los bloques de Biología y Matemáticas.
El Rector, un par de horas antes, salió por la puerta que tiene acceso al río. A unos 100 metros
de la puerta, dentro de la Universidad, funciona el expendio de cocaína, marihuana, heroína y licores, según algunos, más movido de Medellín. Esa zona deportiva, El Aeropuerto, se salvó de los gases lacrimógenos. No hay noticia de jíbaros heridos o detenidos. Pero sí versiones de que, a pesar de la vigencia de la Tip, estaban ahí con un tendal de sustancias ilegales mientras la policía reprimía la protesta estudiantil.

*Con investigación de los egresados y estudiantes del programa
de Periodismo: Javier Bergaño, Daniela Gómez,
María Flórez, Jorge Caraballo, Róbinson Úsuga y Andrea
Aldana.

Por: Katalina Vásquez Guzmán
Tomado de: delaurbedigital.udea.edu.co