viernes, 20 de junio de 2008

DEL CAPITALISMO AL HAMBRE... DEL HAMBRE A LA REVOLUCION

Del capitalismo al hambre... del hambre a la revolución


Tierra y Libertad


El escenario se desarrolla como estaba previsto… por los más lúcidos. Obligado a llegar hasta el extremo de su lógica, el capitalismo persigue su tarea parasitaria y necrófaga: es un sistema que ha acumulado con qué hacer saltar varias veces el planeta, pero que se ve incapaz de alimentar a la población que lo sostiene. Dos siglos de crecimiento económico han masacrado al planeta, agotado los recursos. El precio del petróleo arde, y con él, el de las demás fuentes de energía, las materias primas y, por tanto, el conjunto de la producción, incluidos los productos alimenticios. Se registran records de hace veinte o treinta años. El Banco Mundial advierte que, desde el año 2005, la carrera mundial de los productos de primera necesidad ha aumentado un 80 por ciento, y este aumento es irreversible. Desde hace varios meses, el ritmo se acelera: manifestaciones, revueltas, escenas de pillaje, sobre un fondo de represión. Más de treinta países conocen hoy los problemas políticos y sociales unidos al aumento de los precios de los productos de primera necesidad. El blanco de esta cólera es un sistema que proporciona a menudo lo superfluo -la innovación técnica permanente- privando de lo necesario -el alimento, la salud, el alojamiento, la enseñanza. Pan y juegos, pero cada vez más juegos y menos pan. Además, van a multiplicarse las penurias alimentarias y reaparecerán las hambrunas a gran escala.

¿Nos vamos a asombrar?

Explosión de la demanda (especialmente en China y en India, que adoptan el modelo occidental suicida), reducción de la oferta, incertidumbres climáticas, voracidad de la especulación financiera, de la gran distribución y de la industria agroalimentaria. Es todo un sistema el que se acelera porque, desde hace mucho tiempo, la agricultura no sirve para alimentar a las poblaciones, sino para generar beneficios. A cada nueva aceleración de la producción se habla oficialmente del bien de la humanidad, de combatir el hambre, hoy de luchar contra el efecto invernadero o de garantizar la autonomía energética: discurso de Truman, plan Marshall en Europa, Revolución verde en el tercer mundo, biotecnología y organismos genéticamente modificados, agrocarburantes.

¡Y un sistema tan putrefacto como el de Monsanto, una de las multinacionales más criminales, responsable de un desastre ecológico y sanitario (la piralena, hormona del crecimiento bovino) puede permitirse presentarse como salvador del planeta!

En nombre del progreso, se han multiplicado los monocultivos contra la biodiversidad, se han destruido bosques, desecado capas freáticas por una irrigación masiva, saturado los ríos con pesticidas, degradado los suelos por el recurso a las maquinarias agrícolas y los fertilizantes… En nombre de la modernidad se han vaciado los pueblos, desplazado cientos de millones de personas, arruinado las civilizaciones campesinas, prolongado el colonialismo. En nombre de la ciencia, y con la complicidad de los Estados, las multinacionales han privado a los campesinos de la libre disposición de semillas por el sistema de patentar los productos. Por todas partes progresa la deforestación, y las tierras fértiles retroceden.

¿Hemos de asombrarnos de que la competencia económica internacional haga resurgir el espectro del hambre mientras que, ya, la mitad de la humanidad vive con dos dólares al día?

El timo de los agrocarburantes

Los agrocarburantes se están convirtiendo en el factor de crecimiento principal de la demanda agrícola, y de desestabilización de la economía mundial. No, como se nos quiere hacer creer, para luchar contra el efecto invernadero, sino por razones puramente comerciales: mantener nuestra tóxico-dependencia del carburante, abrir mercados a la industria, hacer circular coches y caminones hacia el Norte… matando de hambre al Sur. Un verdadero premio gordo, un mercado promotor y subvencionado. Los países pobres ya producían la soja para alimentar a nuestros animales, a partir de ahora cultivarán también la palmera y la mandioca para llenar nuestros depósitos.

El consumo mundial de agrocarburantes podría superar los 15,5 millones de toneladas en 2004 hasta llegar a cerca de 150 millones en 2030. Indonesia tiene previsto transformar 16,5 millones de hectáreas de bosques de plantaciones industriales de palmeras; Malasia, 6. Y la misma obsesión en Camerún, en el Congo, Mozambique, Senegal, Colombia o Ecuador. En Brasil, decenas de miles de campesinos cortan la caña de azúcar -seis toneladas al día- para que los motores de Occidente puedan rugir. En México, a comienzos de 2007, a causa de los agrocarburantes, el precio de la tortilla pasó en pocos días de cinco a diez pesos el kilo. Y por todas partes encontramos el mismo esquema clásico: deforestación, monocultivo, aumento del precio de la tierra, desaparición de los cultivos de huerta, expulsión de los pequeños campesinos, expropiación masiva de comunidades. En todos los continentes se han olvidado las necesidades alimenticias en inmensas superficies agrícolas.

En Francia, con el concurso de la ADEME (Agencia del Desarrollo y Dominio de la Energía), del INRA, del CNRS, y con el apoyo de una buena parte del movimiento ecologista, se reservarán dos millones de hectáreas para agrocarburantes en 2010. A pesar de los numerosos informes críticos y de las llamadas de atención, Francia mantiene su objetivo de incluir el 7 por ciento de agrocarburantes en los depósitos de 2010.


Un porvenir explosivo

Jacques Diouf, director general de la FAO, declaraba en 2006: "Lejos de disminuir, el número de personas famélicas en el mundo está aumentando al ritmo de cuatro millones por año". Los stocks de cereales sólo aseguran 57 días de alimento a la población mundial, igual que hace treinta años. En las economías frágiles, el mínimo aumento del precio del maíz, del trigo o del arroz provoca una tragedia.

Según varios expertos, habría que doblar la producción alimentaria mundial en los próximos 25 años para satisfacer las necesidades crecientes de una población que aumenta en ochenta millones cada año. Habida cuenta de la erosión de las tierras, del fin del petróleo barato, de la urbanización galopante, de las incidencias negativas del clima y de la desaparición de la biodiversidad en el rendimiento agrícola, se hace cada vez más improbable que el planeta pueda alimentar, en 2050, a los nueve billones de habitantes con que contará. Y el desastre de la economía pública no permitirá por mucho tiempo a los Estados mantener a las capas sociales más afectadas. Las medidas de urgencia decididas en el pánico seguirán tal cual: la carabina de Ambrosio.

Una de las consecuencias a largo plazo, la más dramática de las políticas agrícolas llevadas a cabo desde hace más de medio siglo, es la degradación física y química de los suelos, en muchos casos irreversible. Medio vivo y complejo, el suelo cumple funciones esenciales: producción de biomasa agrícola y forestal, medio de vida, regulador del ecosistema, reserva genética.

Más de una cuarta parte de las superficies emergidas del planeta sufre erosión y degradación en los suelos. Y la desertización está directamente ligada a la pobreza, una pobreza largamente agravada por la economía capitalista, que empuja a las poblaciones a destruir sus frágiles suelos sólo para sobrevivir. Lo que está en juego es simplemente la capacidad de nuestros descendientes de alimentarse. "La calidad de los suelos podría marcar la diferencia entre la supervivencia y la extinción de la humanidad", escribió Garrison Sposito, profesor de Ciencia de los Ecosistemas.


De la revuelta a la revolución

Cuando se avivan las tensiones, el poder político muestra su verdadero rostro de defensor encarnizado del orden capitalista contra el bienestar de los pueblos. Estranguladas por el aumento de precio de los productos alimenticios, a veces de un 30 o un 40 por ciento, las poblaciones se manifiestan contra la carestía de la vida, implicándose en huelgas, incluso desautorizadas por sus dirigentes sindicales (como en Senegal, Burkina Faso, Egipto, Costa de Marfil, Pakistán o Uzbekistán): la respuesta de los gobiernos es la represión, la dispersión a golpe de gases lacrimógenos. Heridos, e incluso muertos (en Camerún, en Guinea, en Haití) por haberse negado a seguir sufriendo, por haber cometido el crimen de querer apagar la necesidad más vital. Son gobiernos que no pueden alimentar a sus pueblos, pero pueden pagar a la policía o al ejército para golpear a esos pueblos cuando piden pan. La ONU acaba de declarar que la subida de precios es una amenaza para la seguridad. ¿Para la seguridad de quién? Qué cabrones, estos pobres que vienen a alterar la serenidad de los ricos. Si la indignación no invade al planeta, nada podemos esperar de la especie humana.

Si la situación es menos preocupante en Europa, la inflación sube a pesar de todo (del 3 al 5 por ciento, dependiendo del país), afectando al poder adquisitivo, y las alzas actuales tendrán su repercusión los meses venideros. ¿Habrá que esperar a las grandes penurias alimentarias previsibles para enfrentarse a la eventualidad de un conato de sobresalto que pueda conducir a un esbozo de movilización? ¿Habrá que esperar a los dramas que se perfilan para comprender que el capitalismo está ya definitivamente embarazado por sus contradicciones? El traspasar los límites físicos del planeta le prohíbe la permanente huida hacia delante -el crecimiento económico- que hasta ahora le había permitido esquivar el problema de las desigualdades sociales. Al crecer su poder, el capitalismo ha aumentado también su vulnerabilidad. Serían posibles otros futuros: sólo una gran combatividad podría rehabilitarlos. Al pasar de la resistencia a la ofensiva, de la revuelta a la revolución.

Nadie puede pretender hoy día no saber nada. Cuando cientos de millones de personas no tienen nada que perder, todo es posible. Si no se quiere que la barbarie se instale por mucho tiempo en la superficie del globo, es el momento de salir de un sistema en el que cualquier salida legal está bloqueada. La única perspectiva, hemos de recordarlo, reside en que las poblaciones tomen de su mano el futuro. La soberanía alimentaria de los pueblos pasa por la autogestión. Dominar la producción, la gestión colectiva de los recursos definiendo ellos mismos sus propias necesidades, no será sólo un objetivo a alcanzar, sino una urgencia ineludible.



Jean-Pierre Tertrais
(Le monde libertaire)