La izquierda social bolivariana, para mucho además del oficialismo Este texto fue escrito originalmente de otra forma, para una difusión en uno de los grandes medios electrónicos de Brasil, y por cuenta de eso, en un tono más lavado. Esta es la versión libertaria, más cargada de nuestras categorías de análisis y vuelta para militantes y gente afín a las ideas federalistas y autogestionarias. Redacté el artículo cuando me encontraba en Venezuela, particularmente estas palabras fueron producidas en las ciudades conurbadas de Guatire-Guarenas, Estado Vargas, cerca de Caracas. El tema que resalto es lo de los conflictos internos del chavismo y el papel del ala izquierda del proceso, de las fuerzas político-sociales bolivarianas en búsqueda de protagonismo. En otro artículo, narraré la situación de los anarquistas en la actual coyuntura. En este próximo texto, centraré el análisis refiriéndome obviamente a los militantes tuteando en el campo popular (bolivariano) y no a los de tipo “escuálidos-equivocados” o sus pretensos dirigentes, que en nombre de la libertad, actúan como de hecho son: “ex-adecos travestidos de rebeldes liberales!”.
Volviendo al tema del artículo, es preciso notar que, al contrario del que pueda parecer, el movimiento bolivariano está lejos de ser homogéneo. Para entender esta dinámica es preciso retornar al mes de abril de 2002. Cuánto de la tentativa de golpe de Estado, el presidente electo se rechazó a resistir, apostando en el desgaste y desarticulación entre los golpistas.
La reacción vino de la población medianamente organizada. En este espacio político ocupan las posiciones hoy inflexible y de poca o ninguna creencia en la democracia representativa. En abril de 2002, en la garantía de las conquistas y en la lucha antigolpista, lo “muero literalmente descendió”, llegando a haber más de 100 mil personas en las calles protestando contra el intento. Las medidas espontáneas de rodear el Palacio de Miraflores (sede de gobierno), envolver en cordones humanos la sede del canal estatal retomado por los bolivarianos y cortar las entradas de Caracas con barricadas, generaron el impasse necesario para la rearticulación del gobierno de Hugo Rafael Chávez Frías. En la hora de hacer las cuentas, no fueron fuerzas oficialistas del entonces Movimiento Quinta República (MVR) que garantizaron el gobierno, y sí las bases sociales asistidas por el Estado, pero organizadas desde antes de 1998. Así como en el Caracazo, la pueblada caraqueña garantizó en la uña cualquier oportunidad de transformación social la tierra de Ezequiel Zamora.
Estos sectores, que conforman hoy el ala radical de la llamada “izquierda bolivariana” defienden el concepto de poder popular ejercido directamente por la población, yendo además del control del aparato de Estado. La base de ejercicio de este poder de momento es esencialmente territorial, donde en la capital y alrededores se destacan sectores más duros. Algunos colectivos político-sociales vienen de la histórica Parroquia (distrito) 23 de Enero, como el Simón Bolívar, Alexis Vive, La Piedrita, Tupamaros y Lina Ron. Otros, son movimientos más amplios, como las Comunidades al Mando, Misión Boves, Frente Campesino Ezequiel Zamora y la ANMCLA (Asociación de Medios de Comunicación Alternativos).
Todos ellos se dividen por el tipo de estructura interna (si vertical u horizontal) y en la relación con el Ejecutivo. Los primeros, referenciados en 23 de Enero, pueden correctamente ser definidos como verticalistas-bolivarianos. Ya los sectores que toman como referencia la horizontalidad, vienen de una práctica política radicalizada y nativa y ocupan espacios en aquello que definí como “movimientos más amplios”, siendo el Frente Zamora y la Anmcla los sectores más estructurados. Hay un padrón de conducta que aleja la radicalidad del oficialismo gigante practicado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). La relación se da en la existencia de cierta independencia política frente al gobierno y lealtad incuestionable al proceso bolivariano.
La radicalidad también reside en la lealtad a los caídos y el recuerdo vivo de los asesinatos y persecuciones del régimen anterior. Todas estas agrupaciones tienen militantes muertos en su histórico, buena parte de ellos ejecutados por la represión política de la llamada 4ª República (1958-1998). De ahí se refuerza la intransigencia con la Oposición. Para desesperación del propio Chávez, no son raros los enfrentamientos directos, algunas veces a tiros. La última arena de lucha directa fue durante la campaña por el Sí a la Enmienda que alteraba artículos de la Constitución, llevando a choques directos entre sectores “estudantiles” de clase media alta, organizados por el Mando Angostura (Estado-Mayor de la derecha por el No a la Enmienda) y estos colectivos.
Justicia sea hecha, dentro del movimiento bolivariano y sus alrededores la cosa no es tranquila. Tampoco son raros los conflictos (la mayoría aún no-violentos) con el aparato gubernista, dominado por dirigentes llamados de “derecha endógena”. El sobrenombre se justifica en la medida en que su práctica política aún se parece con los tiempos de los “adecos” (Acción Democrática). Esto se da por varias razones las cuales destaco tres. Una, el hecho del funcionario venezolano no entrar por concurso y sí por indicación. Como Chávez acabó con la estabilidad vitalicia, cada grupo que toma una rebanada de poder dimite una lleva y pone los suyos, del secretario de gobierno al continuo de local de trabajo. Otra es que en este proceso político, el PSUV es convocado por Hugo Rafael tras iniciada la cumulación de fuerzas y no al contrario. O sea, el ámbito masivo de inclusión política se da solamente después de derrotar la sabotaje en la PDVSA en el inicio de 2003. Y, la dirección del PSUV es menos legítima del que militantes históricos y líderes populares, incluyendo ejemplos estoicos de gente que hube renunciado a cargos para mantener la lealtad al proceso antes que proximidad al chavismo más oficialista. Por fin, el último factor que elenco, se da en los criterios del presidente para formar su equipo directo. Él se mueve en la base más de amistad personal del que de capacidad político-técnica. La lista de reclamaciones contra los “anillos de entorno al comandante” es enorme. Quién conoce sabe, se repite la “teoría del cerco al presidente”, como hube acontecido en la Argentina del segundo gobierno de Juan Perón (1973-1974). La pelea entre la dirigencia más corrompible y las estructuras de base ya ocurre, aunque aún de forma velada. Es cuestión de tiempo para la temperatura en la interna subir.
En la búsqueda de una conclusión para la lucha entre chavistas y bolivarianos, podemos afirmar que en Venezuela el gran juego del poder ha dos arenas simultáneas. Una, es marcada por el calendario electoral-plebiscitario (14 pleitos en diez años), donde se oponen el bloque de la derecha y la alianza chavista-bolivariana. Otra, dentro de este segundo campo, se da en la interna del gobierno y del movimiento. Aún venciendo en la primera arena, la definición de país y de sociedad cabrá al sector que forma la hegemonía dentro del movimiento bolivariano. Hasta el presente momento, la derecha endógena viene ganando.
Bruno Lima Rocha es politólogo y militante de la FAG
(blrocha@autistici.org /
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