viernes, 20 de agosto de 2010

Monsanto hace negocio en Haití tras el terremoto

QUEMA DE SEMILLAS HÍBRIDAS. Acto simbólico de rechazo del campesinado.

Esta corporación y USAID, apoyados por el Foro Económico Mundial de Davos, han ‘donado’ al Gobierno haitiano 475 toneladas de semillas híbridas para distribuir entre el campesinado.

En enero de 2010 un terremoto asoló Haití, dejando tras de sí más de 300.000 muertos, medio millón de heridos y en torno a un millón de personas sin techo. Seis meses después, la multinacional Monsanto, junto a la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID, en sus siglas en inglés) y algunos grupos nacionales de poder pretenden controlar la recuperación de Haití dirigiendo sus políticas agrícolas hacia sus intereses particulares.

Con ventas por valor de 11.700 millones de dólares en 2009, Monsanto es la compañía más grande de semillas a nivel mundial; controla un 20 % del mercado propietario de simientes y un 90% de las patentes biotecnológicas en agricultura. En mayo, donó 60 toneladas de semillas híbridas de maíz y hortalizas a Haití, cantidad que quieren ampliar hasta las 400 toneladas a lo largo de 2010.

El negocio de las semillas

Haití manifiesta contra el seísmo Monsanto.

Según la propuesta, también la multinacional UPS proveerá la logística en cuanto a transporte, mientras que el programa WINNER, financiado por USAID, se encargará de distribuir las semillas y aportar servicios técnicos y otros insumos con el objetivo de “aumentar la productividad agrícola”. Según declara Monsanto, la decisión de donar semillas fue tomada en el Foro Económico Mundial de Davos, al que acudieron su gerente general, Hugh Grant, y su vicepresidente ejecutivo, Jerry Steiner, los cuales mantuvieron conversaciones con otros participantes del foro sobre “qué podría hacerse para ayudar a Haití”.

De acuerdo con Chavannes Jean-Baptiste, coordinador del Movimiento Campesino Papaye (MPP, por sus siglas en francés) y miembro de la Vía Campesina, en la actualidad existe escasez de semillas en Haití debido a que “muchas familias rurales utilizaron su semilla de maíz para alimentar a los refugiados”. Sin embargo, denuncia que detrás de la donación se esconde un intento de colonización económica: “El Gobierno haitiano está utilizando el terremoto para vender el país a las multinacionales”.

A pesar de que Monsanto ha subrayado que las semillas donadas son híbridas (producidas manualmente a través de polinizaciones cruzadas) y no son transgénicas (modificadas genéticamente), las organizaciones campesinas argumentan que su introducción en Haití no incrementará la soberanía alimentaria ni la autonomía campesinas, ya que las semillas no podrán ser reutilizadas cada año sino que habría que comprar nuevas simientes cada año a Monsanto.

¿Son un simple regalo?

La estrategia de la multinacional es la siguiente: distribuyen las semillas de manera gratuita a tiendas gestionadas por asociaciones de agricultores, las cuales venden a un precio reducido las semillas al campesinado. Según Monsanto, los ingresos de estas ventas serán reinvertidos en la agricultura local por las asociaciones campesinas, pero la propia empresa reconoce que los agricultores no podrán reutilizar estas semillas en el futuro debiendo comprarlas año tras año.

Además, desde Vía Campesina afirman que la contaminación del maíz haitiano con polen del híbrido de Monsanto “también ocurrirá y podría resultar que las variedades haitianas ya no sirvieran para guardar y resembrar, obligando a los campesinos y campesinas a depender de esa compañía”. Señalan que este tipo de cultivo necesita de insumos adicionales como fertilizantes y herbicidas (que también produce Monsanto), por lo que el destino de los beneficios recaería finalmente en la propia multinacional, bien por la compra de semillas o por la de productos fitosanitarios, y sumirá a la agricultura haitiana en una grave dependencia de las multinacionales semilleras y de productos agrícolas, como Monsanto, uno de sus mayores exponentes internacionales.

Tomado de: Nodo50
Por: Diagonal

martes, 3 de agosto de 2010

Arde Medellín

Uno de los peores legados del gobierno que está a punto de terminar ha sido la inseguridad urbana.

En ciudades como Medellín, históricamente azotada por distintas violencias, la incertidumbre y desazón se han vuelto pan cotidiano entre sus habitantes, debido a la omnipresencia de bandas, a las disputas territoriales y a la redistribución de poder de los nuevos capos de las mafias del narcotráfico.

Medellín, ciudad de altos contrastes, de “metra y metro”, es, de nuevo, centro de la criminalidad. Y mientras algún actor está recitando a Shakespeare en alguno de los teatros de la urbe, en otro espacio pueden estar asesinando a alguien, robándole el celular a una chica, despojando de sus pertenencias a una anciana, en fin. En los barrios suenan violines pero también disparos. Medellín es hoy una ciudad de bonita infraestructura y de miedos permanentes.

A veces da la impresión de que la avalancha de inseguridades quisiera ser disimulada por ferias y bengalas. O, como ocurrió en marzo pasado, por los festones y competencias de los juegos suramericanos. Todavía hay ecos en torno a los gastos (¿despilfarro?) de más de dos mil millones de pesos en las celebraciones del Bicentenario. Y los polvoreros de La Estrella y Caldas todavía no entienden por qué no se los utilizó a ellos para tales efectos, si, según dicen, son tan buenos como los extranjeros que contrataron.

Y si alguien va a barrios como el histórico de La Toma, oirá de sus moradores quejas en torno a cómo para construir allí el Parque Bicentenario, a ellos se les ha humillado de parte de las autoridades. O se les ha intimidado con la presencia de antimotines para no permitirles expresar sus protestas en torno a lo que consideran maltratos de parte de la administración local.

De otra parte, a principios de 2010, se conocieron cifras de espanto. Según Medicina Legal, en 2008 se presentaron en Medellín 1.044 asesinatos mientras al año siguiente hubo 2.178. Los focos de conflicto, ubicados en distintas comunas, se han extendido y las bandas de delincuentes, en general al servicio del paramilitarismo y las mafias, han “evolucionado”. Ahora son como una suerte de ejércitos con armamento pesado, fusiles y subametralladoras.

Además de ser “ley” en sus fracciones territoriales, muchas de esas bandas delictivas acuden, para su financiación, a las vacunas a comerciantes y habitantes. Y quien no pague está en situación de alto riesgo: o lo matan o se tiene que ir del sector. Según un estudio del Observatorio de Derechos Humanos del Instituto Popular de Capacitación, este tipo de delito ha aumentado en Medellín y “las víctimas del mismo deben soportar el asedio de dos y hasta tres grupos armados quienes imponen “vacunas” cuyos montos están poniendo en jaque la economía de las comunidades”.

Hay barrio de Medellín en los cuales las vacunas se las cobran hasta a las empleadas domésticas y a los vendedores de confites. El transporte público, según las mismas denuncias, es uno de los más afectados por las extorsiones. La ciudad es escenario de distintas trifulcas entre grupos armados, y los comerciantes, formales e informales del centro de la ciudad, también son vacunados por las bandas armadas y de “vigilancia”.

La espantosa herencia del Cartel de Medellín se manifiesta rediviva en las nuevas generaciones de grupos criminales. Y como se sabe, en la ciudad las que imponen la paz (una suerte de pax romana, según la hegemonía y los intereses en juego) o la guerra, son las organizaciones de delincuentes, tal como sucedió en los tiempos de “Don Berna”.

Medellín, ciudad de músicos y festivales poéticos, vuelve a estar en crisis. Y no sólo por la explosión de bandas criminales, sino, además, porque desde hace tiempos ha habido actitudes permisivas con clases emergentes y sus métodos non sanctos, con la privatización de la justicia y con modelos mafiosos de gobierno. Medellín suena a veces a serenatas de nostalgia, y en otras a la ordinariez de burdas cabalgatas y a balazos de ranchera.

Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: elespectador.com