Cada que hay revelaciones que no favorecen al Gobierno, el ambiente se llena de “cortinas de humo”, se genera algún hecho macondiano, como, por ejemplo, la cacería de un hipopótamo de parte del Ejército, con foto incluida de los cazadores y su botín; o, como en otros días, se apela a eufemismos, como aquél tan famoso y olvidado de que el Gobierno no compra votos ni conciencias sino que utiliza la “persuasión”.
Por qué cada vez que algún proceso sube de temperatura, como decir los de la parapolítica o el yidisgate, de inmediato se busca el modo de opacarlos, ya con algún sainete, ya con alguna intimidación. Es interesante hacer memoria. El año pasado, cuando la Corte avanzaba en las investigaciones de esos casos, desde la Casa de Nariño se lanzó la especie del “roscograma judicial”, en una actitud de querer, de un lado, desviar la atención y, del otro, de disimular la viga en el ojo propio.
Y lo que se intentaba camuflar era la serie de prácticas clientelistas y roscas posibilitada por el Gobierno, que ha logrado perfeccionar la politiquería, en particular después de la reforma del célebre “articulito”. Recordemos que el Ejecutivo tiene facultades para incidir en la elección de fiscal, procurador, defensor del pueblo, en la junta del Banco de la República, etc. Por aquellos días de disimulos, estaba en auge la feria de notarías y de puestos del servicio diplomático.
Vuelve y juega. Las recientes declaraciones ante la Corte Suprema de Justicia de Manuel Cuello Baute, ex superintendente de Notariado y Registro, prendieron de nuevo el ventilador de las notarías. Es decir, la yidispolítica está viva. El ex funcionario volvió a decir que la entrega de notarías había sido una orden del gobierno y 30 de ellas estarían comprometidas con la reelección presidencial.
Después de la declaración de Cuello Baute, la Corte abrió investigación preliminar a congresistas que presuntamente recibieron beneficios por haber votado favorablemente la reelección. Recordemos otra vez que por eso mismo, estaban comprometidos los ex representantes Teodolindo Avendaño y Yidis Medina, condenados por cohecho.
Si hacemos un poco de memoria, la versión calculada del cuento del “roscograma” surgió en momentos en que un fiscal de la Corte Penal Internacional, el argentino Luis Moreno Ocampo, solicitaba al gobierno colombiano juzgar a los políticos y congresistas que ampararon el proyecto paramilitar. También preguntaba si “la extradición de los jefes paramilitares a Estados Unidos presenta algún obstáculo para la investigación de estos políticos”.
Y, claro, las mamparas y telones de una versión como la del “roscograma” taparon el imprescindible debate sobre los crímenes de lesa humanidad y sus promotores. Lo dicho: aquí cada que se ventilan los casos de “falsos positivos”, las fosas comunes, las andanzas de los hijos del Presidente, la yidispolítica, en fin, aparecen como por artes ocultas decisiones como, por ejemplo, la de permitir, en un intempestivo cambio de posición del gobierno, que la senadora Piedad Córdoba apoye nuevas gestiones de liberación de secuestrados.
Aquí ya es común que se juegue, según la correlación de fuerzas del gobierno, con el asunto de los secuestrados, con el de los desplazados, con el de las víctimas. Si está en alza el termómetro de la parapolítica, entonces hay que inventar el de la farcpolítica; si algún senador de oposición está muy alebrestado denunciando las tropelías oficiales, entonces hay que meterlo en la farcpolítica, y así hasta el juicio final.
Cuando, por ejemplo, se empiezan a ver las malas costuras del referendo reeleccionista, entonces brincan las cabras y proponen una constituyente; cuando los hechos señalan, digamos, a un alto funcionario implicado en espionaje y nexos con el paramilitarismo, entonces se dice una frase de ficción: “es un buen muchacho”. Bueno, al fin de cuentas, nada parece raro en un país dominado por el crimen y la mentira.
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com