Reflexiones sobre los recientes disturbios en Grecia; “Todos los elementos insurrectos están discutiendo el surgimiento de nuevas formas de organización y contenidos de lucha”…
“VIOLENCIA es trabajar 40 años recibiendo salarios de miseria y preguntándote cuándo llegará la jubilación…
VIOLENCIA son los bonos del Estado, los fondos de pensiones robados y el fraude del mercado de valores…
VIOLENCIA es verte obligado a pedir hipotecas que más tarde habrá que devolver como si fuesen de oro…
VIOLENCIA es el derecho de los directivos a despedirte cuando quieran…
VIOLENCIA es el paro, el empleo temporal, los salarios de 400 euros con o sin seguridad social…
VIOLENCIA son los “accidentes” laborales, ocasionados por el ahorro de los empresarios en costes de seguridad…
VIOLENCIA es enfermar por el duro trabajo…
VIOLENCIA es el consumo de psicofármacos y vitaminas para poder aguantar con jornadas laborales hasta la extenuación…
VIOLENCIA es trabajar para ganar dinero a fin de poder comprar medicinas que arreglen nuestra mercancía “fuerza de trabajo”…
VIOLENCIA es morir en camas preparadas en hospitales horribles, cuando no puedes permitirte un soborno.”
Proletarios de la GSEE ocupada, Atenas, diciembre de 2008 El pasado diciembre el viento de la insurrección sopló sobre las ciudades griegas. La alegre y festiva atmósfera navideña ardió junto al árbol de Navidad en la plaza de Syntagma. El asesinato de Alexis Grigoropoulos, de 15 años de edad, por parte de un agente especial de policía el día 6 de diciembre encendió la chispa.
En general el levantamiento social de diciembre se puede caracterizar como una violenta revuelta proletaria con un estallido repentino, masivo y salvaje que gradualmente fue dando paso a actos más políticos, menos violentos y más imaginativos, pero con menos gente involucrada.
En lo que respecta a la composición de clase de la revuelta, comprendió desde estudiantes de instituto y universitarios hasta jóvenes trabajadores y parados. Algunos de los estudiantes y trabajadores eran inmigrantes de la segunda generación (sobre todo albaneses, aunque también había inmigrantes de otras nacionalidades) y había también algunos trabajadores mayores con trabajos más o menos estables.
En cuanto al número, cada vez más y más gente participó en acciones que tomaron la forma de una insurrección. El primer día tan sólo había unos pocos cientos de antiautoritarios alrededor de Exarjia –el lugar del asesinato-, los cuales comenzaron los violentos enfrentamientos con la policía. Esa misma noche tuvo lugar una manifestación espontánea por la iniciativa de estudiantes e izquierdistas – participaron unas 2.000 personas que iniciaron disturbios en las avenidas Patission y Akadamias, mientras unas cien personas destrozaban la calle Ermou, la más comercial de Atenas. También hubo disturbios en las calles de Tesalónica, donde una manifestación espontánea atacó la comisaría central de la ciudad.
El segundo día aparecieron en las calles más de 10.000 personas (principalmente estudiantes, de nuevo antiautoritarios y militantes de los partidos y organizaciones de izquierdas); el tercer día ya fueron más de 20.000 en Atenas, 7.000 en Tesalónica y muchos miles más por toda Grecia, los que se unieron a las manifestaciones que pronto acabarían en disturbios. Fueron muchos los que participaron en las luchas callejeras contra la policía; 10.000 personas puede ser un cálculo moderado. Hubo muchos más por todo el país, particularmente el lunes, el tercer día de los disturbios. Ese día se destrozaron, saquearon y prendieron bancos, edificios públicos y tiendas (principalmente grandes). Ya no se trataba de una masa homogénea; había una multitud de jóvenes – estudiantes de instituto y universitarios, trabajadores asalariados, parados, inmigrantes, hooligans, drogadictos- y tan sólo unos pocos tenían alguna conexión con el ambiente antiautoritario. Precisamente por lo variopinto de la multitud y por su violencia, muchos políticos (incluso algunos anarquistas organizados) la encontraron demasiado “incontrolable” y se desmarcaron de lo que estaba ocurriendo. Desde la mañana del lunes y durante los días siguientes se produjeron ataques contra comisarías por todo el país, llevados a cabo en su mayoría por estudiantes de instituto. Algunos de ellos fueron muy violentos, con coches de policía volcados y lanzamiento de cócteles molotov (principalmente en los barrios periféricos del Oeste de Atenas y el puerto del Pireo), pero la costumbre de manifestarse frente a las comisarías se generalizó por toda Grecia, incluso en algunas áreas pijas o ciudades pequeñas, con formas de protesta más suaves. Fue de hecho mediante las violentas protestas espontáneas de los estudiantes de instituto como se extendieron los disturbios hasta alcanzar una escala nacional. Cuando hablamos de enfrentamientos con los policías, nos referimos sobre todo a barricadas, lanzamiento de piedras y cócteles Molotov y no a combates físicos. Generalmente, no sólo los manifestantes, sino también la policía, prefirieron no enfrentarse “cuerpo a cuerpo” utilizando, por el contrario, cantidades masivas de gas lacrimógeno.
Respecto a los inmigrantes, los jóvenes albaneses de segunda generación que tomaron parte en los disturbios están tan bien integrados en la sociedad que uno tan sólo se daba cuenta de su origen cuando hablaban su idioma. La mayoría de ellos han crecido aquí, y esa es la razón por la que pudieron participar de ese modo en los enfrentamientos con los policías, en los ataques a los edificios del Estado y los bancos y en los saqueos al lado de los jóvenes proletarios griegos. Se sentían más “cómodos” en estas acciones que otros inmigrantes, principalmente asiáticos y africanos, que aún viven al margen, aislados en sus comunidades étnicas. Fue sobre todo el miedo, y no una “falta de conciencia”, lo que impidió a las demás comunidades de inmigrantes unirse a los enfrentamientos violentos fuera de sus barrios. Era más fácil para ellos participar en los disturbios mediante saqueos o frecuentando la ocupación abierta de la Universidad Politécnica Nacional en el centro de Atenas, donde viven grandes comunidades de inmigrantes; cuando estallaron los disturbios cerca de “sus” barrios, esa fue su contribución. Por otro lado, recibieron el ataque más violento tanto por parte de la policía como de la propaganda mediática. Se los presentaba como “saqueadores” y “ladrones” y en algunos casos hubo ataques tipo progrom contra ellos por parte de fascistas y policías vestidos de paisano.
En general se podía decir que, aparte de los estudiantes de instituto y universitarios, quienes tuvieron un papel más activo en la revuelta fueron generalmente trabajadores jóvenes, la mayoría de ellos con trabajos precarios o “flexibles”. En las calles había trabajadores jóvenes (o no tan jóvenes) de varios sectores como la educación, la construcción, servicios de ocio y turísticos, el transporte e incluso los medios de comunicación. En lo que respecta a los trabajadores de fábrica, no hay estimaciones precisas sobre su participación en los disturbios, dado que no hubo muchos informes de estos centros de trabajo. Durante la ocupación de la GSEE (Confederación General de Trabajadores Griegos), surgieron algunas ideas de distribuir panfletos en las fábricas y llamar a trabajadores de sectores específicos para que acudiesen a la ocupación. Sin embargo, las divisiones entre los participantes (brevemente mencionadas en nuestra cronología de los acontecimientos) dificultó cualquier reacción –aparte de la intervención en call centers cercanos- y por lo tanto se perdieron muchas oportunidades. Poco después del ataque con ácido sulfúrico a la limpiadora inmigrante Kuneva, una de las trabajadoras que habían visitado la sede ocupada de la GSEE para encontrarse con los ocupantes, fueron los “trabajadores insurrectos”, junto con otras personas, los que organizaron las primeras actividades en solidaridad con ella. Incluso lograron implicar a algunos sindicatos en las actividades solidarias en enero. Los disturbios, en general, no se sintieron de manera significativa en los puestos de trabajo, en el sentido de que no se convocaron huelgas para apoyarlos. Las únicas excepciones fueron la huelga de profesores el día del funeral del joven Alexis, y la gran participación en la manifestación por la huelga general contra los presupuestos estatales el 10 de diciembre. Aparte de esto, la revuelta no afectó a los centros de trabajo.
A juzgar por las consignas y los ataques contra la policía, el sentimiento antipolicial fue dominante durante los días de la revuelta. La policía representaba al poder y, sobre todo, su brutalidad y arrogancia. Sin embargo, dado que eran símbolos de un cierto poder –el poder del dinero, el poder de imponer la explotación del trabajo y de profundizar las desigualdades de clase en la sociedad griega-, se atacaron, quemaron u ocuparon las grandes tiendas, los bancos y los edificios públicos (ayuntamientos, delegaciones del Gobierno, ministerios). Así pues, podríamos hablar de un sentimiento antipolicial, antiestatal y anticapitalista dominante y generalizado. Incluso los intelectuales izquierdistas reconocieron el elemento de clase de la revuelta y algunos periódicos burgueses[1] admitieron que “la rabia de los jóvenes” no se expresaba sólo a causa de la violencia policial. Los policías eran la punta más visible y grosera de un iceberg formado por escándalos de corrupción en el Gobierno, un Estado policial -armado tras las Olimpiadas de 2004- que ni se lo piensa a la hora de disparar a sangre fría, un ataque continuo a los salarios, un aumento de los costes de reproducción de la clase obrera mediante la gradual demolición del anterior sistema sanitario y de pensiones, un deterioro de las condiciones laborales y un aumento de los trabajos precarios y el paro, una carga de exceso de trabajo impuesta a los estudiantes de instituto y universitarios, una destrucción tremenda de la naturaleza, y una fachada glamurosa consistente en objetos abstractos de deseo en los centros comerciales y los anuncios televisivos, que tan sólo pueden conseguirse a costa de endurecer la explotación y aumentar la ansiedad. Los primeros días de la revuelta casi se podían oler estas razones en el aire y por ello hubo un montón de textos, artículos y panfletos, escritos tanto por insurrectos como simpatizantes y “analistas”, que reconocían que había “algo más profundo”. Este “asunto más profundo” del que hablaba todo el mundo era la necesidad de superar el aislamiento individual de la vida real, comunal [gemeinwesen], un aislamiento creado por todas las razones históricas citadas arriba. La espontaneidad y la naturaleza incontrolable de esta insurrección se demostró con la ausencia de propuestas políticas y, por tanto, por un rechazo explícito de la política. Sobre todo los izquierdistas insistieron en demandas particulares como la dimisión del Gobierno, la retirada de la ley antiterrorista, el desarme de los policías y la disolución de las fuerzas especiales de policía. Sin embargo, el sentimiento de que había “algo más profundo” en todo ello era tan dominante que explica por su cuenta la impotencia de algunos partidos de la oposición, organizaciones izquierdistas e incluso de algunos anarquistas mencionados anteriormente. No había demandas políticas específicas y esto, combinado con su ferocidad, hizo que los disturbios fueran demasiado amenazantes para las fuerzas de la recuperación y la manipulación.
Desde los primeros días de la revuelta se ocuparon tres universidades en el centro de Atenas: la Universidad Politécnica Nacional de Atenas, la Facultad de Derecho y la Facultad de Economía. Cada una de ellas fue ocupada por una tendencia diferente del movimiento. La Universidad Politécnica Nacional, que es la más cercana a la plaza de Exarjia fue el lugar principal para organizar los enfrentamientos con la policía. Sus ocupantes eran una muestra casi exacta del perfil del rebelde ateniense: jóvenes trabajadores (inmigrantes o griegos), estudiantes y elementos marginalizados –y muchos de ellos anarquistas. Los ocupantes de la Facultad de Derecho, sobre todo izquierdistas y algunos antiautoritarios, organizaron manifestaciones y debates. En una de ellas, algunos sindicalistas de izquierdas se reunieron para organizar y “expandir la revuelta” a los puestos de trabajo, sin hacer nada más que repartir unas cuantas volatinas. La Facultad de Economía estaba ocupada sobre todo por grupos anarquistas y antiautoritarios que querían utilizar el edificio con fines contrainformativos. Se le dio una gran importancia a la organización de las actividades cotidianas. Se hicieron con el restaurante de la universidad y se formaron talleres para gestionar la ocupación y organizar las acciones fuera. Los ocupantes utilizaron los recursos expropiados a la universidad como infraestructura para otras actividades. Muchos compañeros tomaron parte en acciones organizadas desde allí, incluso aunque no participasen en la ocupación. Todas las ocupaciones sirvieron como “bases rojas” del movimiento, desde las cuales se organizaban las acciones y donde los rebeldes podían refugiarse en caso de necesidad. En Tesalónica hubo dos ocupaciones similares en el centro de la ciudad: la Escuela de Teatro fue ocupada por militantes anarquistas y estudiantes de teatro, mientras que las oficinas del Colegio de Abogados de Tesalónica fue ocupado hasta el cuarto día de la revuelta por estudiantes, sobre todo izquierdistas.
Hay que mencionar también las docenas de ocupaciones de departamentos universitarios votadas por las asambleas generales de estudiantes y los cientos de ocupaciones de institutos por todo el país.
Gradualmente, la violencia de los primeros días demostró ser creadora en el sentido de que fue la precondición necesaria para las acciones más imaginativas y organizadas que la siguieron. Tras los primeros cinco días de disturbios, se ocupó el Ayuntamiento de Agios Dimitrios (un barrio al sur de Atenas). La ocupación la organizaron grupos anarquistas locales y alguno de los trabajadores del edificio (predominantemente operarios “de mono azul”). Los ocupantes organizaron asambleas con la gente del barrio, llamadas “asambleas populares”, intentando ampliar la revuelta al organizar acciones locales, siempre conectadas con la revuelta. Incluso intentaron que ciertos servicios funcionasen en el edificio sin la mediación de las autoridades municipales. El día siguiente se ocupó en Chalandri, un barrio periférico del norte de Atenas, un mostrador de información del Ministerio de Interior. Desde allí se organizaron acciones y manifestaciones siempre conectadas con la revuelta.
En Tesalónica, en Sykies, un barrio obrero de la ciudad, se ocupó parcialmente el Ayuntamiento durante unos pocos días, y pocos días más tarde se ocupó la biblioteca municipal en el distrito de Ano Poli. La biblioteca ocupada sirvió como lugar para organizar “asambleas populares” y manifestaciones. En todas estas actividades, la novedad común era el intento de “abrir” la revuelta a los barrios. Estas asambleas se entendieron como “asambleas de lucha en el barrio” o “asambleas populares”, como se las llamó. En la mayoría de los casos, aparecieron distintas tendencias dentro de esta “apertura” social, especialmente a medida que la revuelta se iba calmando. Una tendencia quería organizar una comunidad de lucha que ampliase los asuntos de la revuelta, otra prefería un tipo de actividad más orientada a enfrentarse a los asuntos locales con un mayor asentamiento. Al comienzo, las asambleas parecían muy innovadoras y animadas. No había un procedimiento formal de toma de decisiones o regla de la mayoría y se fomentaban diferentes iniciativas. Sin embargo, a finales de enero, no prosperaron las ocupaciones de edificios –ya fueran públicos, sindicales o municipales- y no está claro si es posible que salga algún movimiento nuevo de esta práctica de corta duración.
Entre la “población”, o mejor dicho la clase obrera como un todo, se comprendía a los manifestantes violentos no sólo porque eran sus hijos quienes luchaban y se manifestaban, sino también porque sentían que se trataba de una lucha justa. Sobre todo fue muy popular la quema de bancos, dado que miles de personas están hasta el cuello de deudas. No se aceptaban los saqueos, al menos no abiertamente, debido al fuerte respeto a la propiedad privada –o, en el caso de los izquierdistas y muchos anarquistas, por razones morales. En términos generales, hubo mucha comprensión e interés en los insurrectos pero poca participación activa por parte de la “población”.
Desde justo después del asesinato el 6 de diciembre, los mecanismos del Estado y los medios de comunicación se activaron para enfrentarse a la explosión de rabia proletaria. Al principio, intentaron poner bajo control las posibles reacciones explotando la espectacular presentación de dimisiones por parte de Pavlopoulos y Chinofotis (ministro y ex vice ministro de Interior, respectivamente), la promesa del Primer Ministro de que todo responsable en la muerte del chico de 15 años sería “castigado ejemplarmente”, la desaprobación del Gobierno por parte de todos los partidos de la oposición y muchos periodistas y la “postura discreta” de los policías contra los manifestantes. Sin embargo, rápidamente dieron rienda suelta a todas las formas de represión: amenazas de declarar el país en estado de emergencia, movilización de fascistas y organizaciones para-militares de “ciudadanos indignados”, docenas de detenciones y palizas a manifestantes, más disparos de policías en Atenas. Todos los partidos de los jefes hicieron piña (el Partido Comunista (KKE) fue el más burdo de todos) y los “diablillos” de la televisión intentaron difundir el temor. De modo parecido, los dos mayores sindicatos, GSEE y ADEDY, cancelaron las tradicionales manifestaciones contra el presupuesto del nuevo año cuando temieron que estas convocatorias acabasen en disturbios. Sin embargo, contra los balbuceos de los burócratas sindicales sobre el fracaso del gobierno a la hora de asegurar la paz y el orden social, las manifestaciones tuvieron lugar durante el día de huelga y fueron, efectivamente, salvajes. Así pues, la realidad fue diferente: fueron los jefes quienes tuvieron miedo. Cuando el ministro de Asuntos Exteriores de Francia dijo los primeros días de la insurrección “Me gustaría expresar nuestra preocupación, la preocupación de todos por el progreso de los conflictos en Grecia”, debería haber hablado más bien del miedo de los jefes por la posibilidad de que esta explosión social traspasase las fronteras, dado que ya estaban teniendo lugar manifestaciones en solidaridad con los insurrectos griegos en muchas ciudades del mundo. Especialmente en Francia, donde el ministro de Educación retiró la reforma de la educación secundaria, dando fin de este modo a un emergente movimiento de estudiantes de instituto que aplaudían ante las llamas de la insurgencia en las ciudades y pueblos de Grecia.
Por parte de la propaganda mediática y del estado, la estrategia dominante fue la separación de los sujetos de la insurrección. O bien la presentaban como una aventura de adolescentes, cuya sensibilidad inherente debida a la edad les da derecho a rebelarse contra el mundo de sus padres (como si sus padres proletarios no deseasen con todo el derecho la destrucción de este mundo) o bien fomentaban el reflejo racista utilizando la falsa separación “manifestantes griegos – saqueadores inmigrantes”. Principalmente trataban de separar a los manifestantes entre buenos-pacíficos y malos-violentos. Los jefes y sus lacayos afirmaban el derecho a la manifestación sólo para suprimir la insurrección. Puesto que querían evitar cualquier socialización de los comportamientos violentos en las calles, trataron por todos los medios de presentarlos como acciones de “antiautoritarios” o “hooligans” que se introducían en las manifestaciones de lo que de otro modo serían pacíficos civiles. El destrozo como acción proletaria declaró la existencia cotidiana de los departamentos de policía, los bancos o las cadenas comerciales como momentos de una guerra silenciosa. También mostró la ruptura con la gestión democrática del conflicto social, que tolera las manifestaciones contra este o aquel asunto, siempre que estén desprovistas de cualquier acción autónoma de clase. Invocando el último recurso político de la dominación del capital, es decir, la democracia, el Primer Ministro declaró que “las luchas sociales por la muerte de un adolescente no pueden confundirse con las acciones contra la democracia”. La democracia, por supuesto, acepta la destrucción de las ciudades y el campo, la contaminación de la atmósfera y el agua, los bombardeos, la venta de armas, la creación de vertederos humanos, forzándonos a dejar de ser humanos a fin de convertirnos en objetos-que-trabajan (o buscan trabajo, dado que cada vez más personas están o van a estar en el paro por la crisis). Su declaración supone la aceptación de que algunas personas pueden destruir lo que quieran siempre y cuando se creen nuevas oportunidades de beneficio y se promueva el desarrollo. Sin embargo, hacer esto contra la propiedad privada es todo un escándalo para una sociedad que ha establecido este derecho esencial desde su nacimiento. La quema y los destrozos son heridas para la legitimidad de esta sociedad. La idea de “alborotadores encapuchados” es una noción vacía, para uso exclusivo de la policía. Ésta monopoliza la configuración del perfil amenazador. Hay que mencionar también que la represión a los manifestantes ha aumentado considerablemente desde el disparo a un agente antidisturbios en Exarjia el 4 de enero. Vecinos que defienden un parque en la ciudad de Atenas, granjeros que intentan llevar sus tractores al parlamento y manifestantes contra el encarcelamiento de los detenidos han sido atacados no sólo con gas lacrimógeno sino también con granadas.
Para la máquina productora de imágenes, la mayor oposición al “alborotador encapuchado” (esto es, la imagen construida para separar a los proletarios) era el “pacífico ciudadano cuya propiedad estaba siendo destruida”. ¿Quién era este célebre “ciudadano pacífico” enfurecido por los disturbios? En esta ocasión, los “pacíficos ciudadanos” eran los pequeños hombres de negocios, los propietarios de tiendas “pequeñas”, la pequeña burguesía. El Estado se ha dedicado a engañarles incluso a ellos, dado que muchos de ellos están sufriendo la crisis capitalista. Durante el pasado diciembre, la facturación fue la mitad de la de diciembre de 2007, no sólo en las calles con tiendas caras, sino también en los mercados abiertos; sin embargo ninguno de estos mercados fue atacado durante los disturbios… Los jefes afirmaban que los destrozos de tiendas habían hecho que mucha gente perdiera sus puestos de trabajo, mientras que pronto se van a anunciar cien mil despidos en Grecia debido a la crisis. Sin embargo, trabajadores de estas tiendas “pequeñas” ya comentaban que no se estaban llevando a cabo destrozos de estas tiendas por parte de sirvientes encapuchados del Estado, tal y como demuestra un panfleto escrito por la “Iniciativa Autónoma de Dependientes de Tiendas de Larisa”: “Denunciamos a cualquiera que intente aterrorizarnos y convencernos de que defender algunas propiedades es más importante que la vida y la dignidad humanas; además, estas propiedades han sido creadas mediante el exceso de trabajo, el trabajo negro e impagado de los trabajadores precarios; no se han dañado pequeñas propiedades durante los ataques simbólicos a los bancos y edificios públicos (de hecho, esto ha sido así en Larisa y otras ciudades de provincia). Si realmente les preocupan los dependientes comerciales, deberían aumentar los miserables sueldos que les dan, deberían aprender lo que es la seguridad social y deberían crear condiciones y jornadas laborales humanas”.
Los partidos de la izquierda quedaron desconcertados ante los disturbios y su actitud hacia ellos varió de unos a otros. SYRIZA (Coalición de la Izquierda Radical), una coalición de Synaspismos y otras organizaciones izquierdistas minoritarias, mantuvo una actitud moderada hacia la revuelta. Los líderes de la maquinaria del partido no dudaron en mantenerse distantes de la violencia de los manifestantes, incluso en denunciarlos, sin embargo, de una forma moderada comparados con el KKE. La formidable noche del 8 de diciembre manifestantes de Syriza insultaron a los manifestantes violentos, aunque sin intentar evitar sus acciones. Miembros de base o votantes de Syriza simpatizaban en la mayoría de los casos la revuelta aunque la presentaban como “explosión juvenil” y consecuentemente como algo ajeno a ellos. Los estudiantes de Syriza tomaron parte en las manifestaciones contra la policía y tuvieron una actitud más moderada la mayoría de las ocasiones. El KKE, entendiendo perfectamente que era su poder político como parte del sistema político lo que estaba en juego, adoptó una actitud policial parecida a la extrema derecha, condenando a los manifestantes violentos como “provocadores”, manipulados por “manos negras” domésticas y extranjeras. En lo que respecta a los partidos y organizaciones izquierdistas y el KOE en particular (un miembro de la coalición SYRIZA), adoptaron una posición favorable a la revuelta como una explosión “esperada” por ellos, pero echaban en falta unas demandas “positivas”. Por ello, se mostraban impacientes por presentar una lista de exigencias pidiendo al Gobierno que dimitiese de manera que ellos pudieran explotar políticamente el cambio de personal político. Entre los distintos grupos trotskistas unos fueron más activos que otros y participaron en la ocupación de la Facultad de Derecho. El KKE m-l adoptó una actitud más bien positiva ante la revuelta, absteniéndose por supuesto de los enfrentamientos con la policía. En general, los izquierdistas, excepto unos pocos grupos, tuvieron una relación más bien superficial con la revuelta, tomando parte principalmente en las manifestaciones pero no en el resto de actividades.
La fuerza de los fascistas en Grecia no puede compararse a la de los fascistas en Italia en los años ’70. La principal organización neonazi (Chrisi Avgi – Amanecer Dorado) cuenta con unos pocos cientos de militantes en toda Grecia. Está también LAOS, un partido populista de extrema derecha que es el quinto en el parlamento griego con el 3,8%, pero es difícil de calcular su base militante. Aunque los militantes de extrema derecha tomaron parte en la represión de la revuelta en las ciudades de Patra (principalmente) y Larisa (en menor grado), es imposible hacer una comparación entre la situación en Italia y la vivida en Grecia, ya que los fascistas griegos están menos organizados. Fue uno de los recursos del Estado cuando la propaganda mediática y la represión policial no fueron suficientes, pero tan sólo tienen una base organizacional en Patras (con larga tradición, de hecho –Temponeras, un profesor de instituto, fue asesinado en una escuela ocupada de Patras en 1991 por el entonces secretario de las juventudes del partido conservador, que ahora está en el Gobierno).
Los disturbios estuvieron conectados con una particular subcultura política, la de los anarquistas y antiautoritarios griegos, que jugaron un papel muy importante durante los dos primeros días de la revuelta; especialmente el primero. Su violenta reacción inmediata al asesinato apretó el gatillo de una explosión social que los sobrepasó y se extendió por toda Grecia. Debido a las actividades de los estudiantes y otros sectores del proletariado que dejaron su marca, la revuelta de diciembre no puede reducirse a los rituales enfrentamientos callejeros en los que esta subcultura parecía estar tradicionalmente tan dedicad, además de atrapada.
Aunque la revuelta ha terminado, aún hay rastros visibles. Algunas ocupaciones se mantienen, la solidaridad con los detenidos y el espíritu de la revuelta aún une a varios elementos que tomaron parte en la insurrección (aunque aparecen ciertos signos sectarios e ideológicos), surgen nuevas luchas con características más radicales y la violencia contra el Estado parece estar mucho más legitimada.
Todos los elementos insurrectos están discutiendo el auge de nuevas formas organizativas y contenidos de lucha. Políticamente, aquellos partidos y organizaciones de izquierdas a los cuales la revuelta les pilló desprevenidos y atemorizó no ofrecerán mucho. Tan sólo esperan nuevos miembros y parece más bien que la revuelta ni los ha tocado. Los sindicatos, tanto en la forma como en los contenidos de lucha, grandes o pequeños, se mantuvieron indiferentes e incluso hostiles hacia la insurrección. Los grandes partidos no pueden ocultar su miedo ante gestos tan potentes de desobediencia y ataque a todas las instituciones. Hay ciertos signos de una vuelta a la normalidad tanto de la vida cotidiana como de la política, pero también rasgos de nuevas alianzas y prácticas que necesitarán tiempo para tomar una forma y un contenido más claros.
TPTG, Blaumachen4/2/2009
Notas
[1] Cuando hablamos de periódicos burgueses, nos referimos a los periódicos más grandes y cuya posición política se corresponde con la comúnmente llamada opinión pública, los mainstream media.
Traducido por
Klinamen