lunes, 18 de mayo de 2009

Los hornos del horror en el Catatumbo

Así calcinaron los paramilitares a sus víctimas

El descarnado relato de un desmovilizado que le contó a la justicia cómo y por qué se implantó esta estrategia criminal.

La noticia de la siniestra práctica de las autodefensas de incinerar cuerpos para borrar cualquier rastro de su barbarie en el Catatumbo la dieron, en distintos escenarios, Salvatore Mancuso y Jorge Iván Laverde, alias El Iguano –y el país se estremeció–, pero los detalles más escabrosos sobre los hornos en los que fueron calcinados centenares de sus víctimas los entregó a la justicia Armando Rafael Mejía Guerra, alias Hernán. En un relato de una hora, el comandante que construyó estas parrillas de la muerte en la región de Juan Frío, en la frontera con Venezuela, detalló cómo esta rudimentaria forma de aniquilamiento a destiempos fue perfeccionándose al compás de las cenizas y el horror.

A orillas del río Táchira, al frente de un viejo trapiche abandonado, por orden del comandante Gato, un hombre al que apodaban Gonzalo construyó el primer horno en el año 2002. Estaba hecho de ladrillos y se le echaba carbón mineral para atizar la hoguera y, de paso, los cadáveres. Fue un avance, se diría, en estos asuntos de desaparecer los vestigios que dejó su guerra. Antes quemaban los restos de sus víctimas con llantas de carros, ahí, en cualquier lugar, sin fogones ni procedimientos previos, con los neumáticos consumiendo las pieles y abrasando las carnes de sus crímenes insepultos. “Se buscaban los cauchos, se prendían y se tiraban los restos”, contó secamente Hernán.

La idea partió de Gonzalo, quien advirtió que cuando estaba en la guerrilla se hacía lo mismo, y coincidió con unas pesquisas de la Fiscalía en las que se tenía certera información de decenas de fosas comunes de las Auc. “El comandante Richard me dijo: ‘Hermano, mire a ver cómo hace para sacar todo eso, que donde llegue a meterse la Fiscalía y nos consiga una fosa, nos matan’ ”. Fue la génesis de esta horripilante práctica que tuvo un aliento extra: según Hernán, en aquellos días, en Villavicencio las autoridades encontraron una fosa con 36 personas y “a mí me llegó la orden de que comandante que se dejara coger fosas lo daban de baja”.

Y recordó que durante cuatro meses, a finales de 2001, desenterraron las osamentas de unas 70 personas y las llevaron a los hornos rudimentarios de Juan Frío, cortando de tajo cualquier pista de la justicia para hallarlas. La estela de sangre que desplegaron las mafias del paramilitarismo desde los Llanos o el Urabá hasta los Santanderes consternaban al país, pero de muchos de sus muertos nadie tenía noticia. Estaban en cenizas ya. Hernán lo ratificó: sus hornos se volvieron leyenda aunque, en un súbito arranque de remota moral, le contó a la Fiscalía que en una reunión con varios comandantes “me tocó decirles que los que subieran gente para asesinarla allá, que ellos mismos lo hicieran”.


De su confesión a la justicia se desprende una paradoja del sanguinario ex paramilitar: “Pero yo no me ponía a mirar porque eso es duro, doctor, eso de incinerar y desaparecer gente”. Como en cualquier organización jerárquica, Hernán escudó su responsabilidad en que cumplía órdenes y punto, y que, luego de que las llamas carbonizaran lo que había, se le echaban baldes de agua al horno y se desaparecían las cenizas. “¿Y los restos que no se incineraban, como la mandíbula, los dientes o las prótesis?”, lo interrogó la Fiscalía. “Se quemaba totalmente todo. Doctor, a eso se le echaban un balde o tres de agua y eso se volvía nada”, contestó escueto. Y añadió que muchas de sus víctimas las llevaban desde Cúcuta.

“Pa fines de 2003, eso se descontinuó porque dieron una orden de que eso era prohibido, que iba en contra de la Corte Internacional”, agregó sin inmutarse Mejía Guerra. Por dos años, las fosas fueron reemplazadas por esas parrillas de la muerte. El ritual siempre fue el mismo: los cuerpos se enterraban y a los seis meses se exhumaban y se incineraban. Pero antes de que llegaran las prohibiciones, la quemazón se salió de madre y la Fiscalía cree que por esos hornos no pasaron sólo muertos. Nada de extravagante tendría, siendo los paramilitares una máquina de torturas. Como en los peores tiempos de la Inquisición, se diría.

Hernán contó que para facilitar las desapariciones, y ante la inesperada demanda de turno, se vieron obligados a construir otro horno, que fue testigo de crímenes execrables, como el de un niño de 14 años cuyo cuerpo quedó en cenizas porque, supuestamente, había extorsionado a una profesora de Villa del Rosario, municipio situado a 20 minutos de Cúcuta. O el de tres jóvenes que un sábado cualquiera estaban tomando cerveza y fueron acusados de “guerrillos” por Arbeláez, un comandante encargado que reemplazaba los fines de semana a Hernán en la macabra travesía de convertir humanos en polvillo. O el de un celador de Cúcuta al que asesinaron, desmembraron y después cocinaron.

El descarnado relato del ex paramilitar concluyó que tras la prohibición de los hornos, dizque para respetar normas internacionales, “en un acto de suma consideración” los cadáveres de los paramilitares ya no desaparecían entre las brasas de los hornos, sino al otro lado del río Táchira, en territorio venezolano, donde la policía de ese país desenterraba a diestra y siniestra los cuerpos que vomitaba la guerra colombiana. De cualquier manera, según Hernán, como podía, lograba escabullírsele a las imágenes siniestras que calcinaron sus parrillas rudimentarias. “¿Pero usted presenció algún asesinato?”, cuestionó la Fiscalía. “No, nunca –se apresuró a contestar–. Cuando iban a asesinar a una persona, yo nunca estaba ahí. No me gustaba ver eso”.

Jefes ‘paras’ hablaron de los hornos

Salvatore Mancuso, ex jefe del bloque Córdoba, Catatumbo y Norte de las AUC.


El primero en referirse a los hornos de la muerte fue el ex jefe paramilitar Jorge Iván Laverde, alias El Iguano, en octubre de 2008, en una audiencia de Justicia y Paz. Laverde manifestó que en Villa del Rosario se construyó un horno en 2001 con el objetivo de cremar 98 cadáveres de personas que fueron asesinadas en Cúcuta y en algunos municipios aledaños.


Asimismo, confirmó que dos años después construyeron otro horno crematorio en la finca Pacolandia, ubicada en Puerto Santander. En el sitio habían sepultado 20 cadáveres que luego fueron incinerados. Esa versión fue ratificada por Salvatore Mancuso desde Estados Unidos, el pasado 29 de abril. Aseguró que tenía como objetivo no dejar huella de los crímenes ni acrecentar las cifras de homicidios en el país.

Mancuso aseveró que la idea de los hornos fue del extinto jefe paramilitar Carlos Castaño, atendiendo una solicitud de dirigentes políticos y militares de desaparecer cadáveres de esta manera.

Catorce años al servicio de las autodefensas

Armando Rafael Mejía Guerra, alias Hernán, nació en el municipio de Galeras, en el departamento de Sucre, hace 37 años. De acuerdo con la información recogida por la Fiscalía, se incorporó a las autodefensas en 1995 en la región de Urabá y luego fue trasladado al bloque Catatumbo en el año 2000. Allí se convirtió en comandante en el municipio de Villa de Rosario, en Norte de Santander.

Dentro del marco de la Ley de Justicia y Paz es investigado por 26 homicidios y tres desapariciones forzadas. Buscando los beneficios de normatividad, el próximo 19 de mayo se realizará, en la ciudad de Barranquilla, la audiencia de imputación de cargos en contra de Mejía Guerra, quien se encuentra detenido.


Por: Redacción Judicial
Tomado de: EL ESPECTADOR

Denunciamos el asesinato de una de nuestras Autoridades Indígena Zenú


La Organización Indígena de Antioquia, OIA, denuncia ante la opinión pública el asesinato del gobernador indígena Manuel Martínez Velásquez del Pueblo Zenú, ocurrido en el municipio de Caucasia, Comunidad: “El Tigre Dos”, región del Bajo Cauca Antioqueño.

Caucasia, Bajo Cauca Antioqueño

La Autoridad Nacional de Gobienro Indígena, ONIC acompaña a los hermanos Zenú, quienes nuevamente son víctimas del conflicto armado, que ha dejado dolor y tragedia para familiares, amigos, para comunidades, pueblos y organizaciones indígenas. Exigimos a los actores del conflicto respetar la vida de cada uno los miembros de nuestras comunidades y no involucrar a la población civil en la guerra. De igual manera exigimos al gobierno nacional tomar medidas urgentes tendientes a garantizar la vida e integridad de todos los miembors de nuestros pueblos.

Organización Indígena de Antioquia

Denunciamos el asesinato del Gobernador Indígena Luis Manuel Martínez Velázquez


La Organización Indígena de Antioquia, OIA, denuncia ante la opinión pública el asesinato del gobernador indígena Manuel Martínez Velásquez del Pueblo Zenú, ocurrido en el municipio de Caucasia, Comunidad: “El Tigre Dos”, región del Bajo Cauca Antioqueño.

Hechos:

En la noche del 13 de mayo de 2009, siendo las 8:00 p.m. en la comunidad el Tigre Dos, un grupo armado entró a la vivienda del gobernador Luís Manuel Martínez Velásquez, solicitando hablar con él y luego fue llevado en contra de su voluntad, posteriormente el 14 de mayo fue hallado su cuerpo sin vida, en la carretera que conduce de la comunidad el Tigre Dos al municipio de Caucasia con seis tiros en diferentes partes del cuerpo.

La Organización Indígena de Antioquia denuncia y rechaza este asesinato. Exigimos a los actores del conflicto el respeto por la vida de los miembros de las comunidades indígenas de nuestros territorios. Este hecho ha infundido temor al interior de nuestras comunidades y puede conllevar a un posible desplazamiento del Pueblo Zenú.

En Caucasia y otras poblaciones del Bajo Cauca Antioqueño donde existe territorios indígenas se presenta una difícil situación de violencia, desatada por bandas emergentes del paramilitarismo que buscan el control del narcotráfico.

Requerimos a las autoridades competentes: Fiscalía, Defensoría del Pueblo realizar todas las investigaciones y tomar medidas pertinentes sobre el hecho para hacer justicia.

Solicitamos a organismos humanitarios y defensores de derechos humanos nacionales e internacionales, todo el apoyo y acompañamiento posible para mitigar la situación que padecen en materia de conflicto armado los territorios indígenas de nuestros hermanos del Bajo Cauca Antioqueño.

Los pueblos indígenas manifestamos que no somos ni queremos ser parte de esta guerra absurda que desangra nuestro pueblo, somos víctimas y no protagonistas de la guerra.


Consejo de Gobierno Indígena

Por la Defensa de la Vida, el Territorio, la Unidad, la Cultura y la Autonomía


Por: ONIC

Falleció Benedetti; su táctica, ser franco y quedarse en el recuerdo

Considerado uno de los autores más relevantes de la literatura uruguaya de la segunda mitad del siglo XX, el reconocido poeta, novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista Mario Benedetti falleció ayer domingo en Montevideo a los 88 años, informaron medios locales; a principios de mes había sido dado de alta en un hospital privado por una enfermedad intestinal.

Los familiares informaron que murió en su casa debido a una insuficiencia renal.

El miércoles, diversos centros culturales de España y Uruguay le rendirían un homenaje en Montevideo.


Entre Uruguay y España

Mario Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920, en la localidad Paso de Toros, en Tacuarembó; sus padres –Brenno Benedetti y Matilde Farugia– lo bautizaron con cinco nombres, según costumbre italiana: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno.

Durante sus últimos años repartía su estancia entre sus residencias de Uruguay y España, tanto por motivos de salud como para atender sus compromisos.

Después del fallecimiento de su compañera de toda la vida, su esposa Luz López Alegre, en abril de 2006, Benedetti se trasladó definitivamente a su residencia, en el centro de Montevideo.

Con motivo de ese traslado donó parte de su biblioteca personal en Madrid al Centro de Estudios Iberoamericanos, de la Universidad de Alicante que lleva su nombre.

Entre los múltiples reconocimientos y premios con los que fue distinguido, el 18 de diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, recibió la orden venezolana Francisco de Miranda, en su Primera Clase, la más alta distinción que otorga el gobierno de ese país, por el aporte a la ciencia, la educación y el progreso de los pueblos.

Mario Benedetti inventó la palabra “desexilio”, motivo de muchas de sus obras.

Tras 10 largos años alejado de su patria, en marzo de 1983 pudo retornar a Uruguay, con lo que inició su “desexilio”.

Benedetti tuvo que abandonar su país tras el golpe militar del 27 de junio de 1973. La dictadura lo persiguió por distintos países, “para detenerlo y cumplir la condena de muerte implícita que pesaba sobre él”.

Primero partió a Buenos Aires, posteriormente se exilió en Lima, Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado; luego se instaló en Cuba. Tiempo después, Benedetti recaló en Madrid, España.


El joven trabajador y puntual

El joven Mario realizó sus primeros estudios en el Colegio Alemán, de Montevideo, en parte por la admiración que el padre tenía por ese país. Allí aprendió el idioma, el gusto por el trabajo bien hecho y por la puntualidad.

Sin embargo, en 1933, su padre lo sacó del colegio, ya que dicha institución obligaba a los alumnos a utilizar el saludo nazi.

A los 15 años, Benedetti comenzó a trabajar en la empresa Will L. Smith, donde se fabricaban repuestos para automóviles, donde se desempeñó como contador, cajero, taquígrafo y vendedor; hasta que en 1939, como secretario-asistente del líder de la Escuela Raumsólica de Logosofía, se fue a Buenos Aires, donde por un sueldo muy bajo y en condiciones precarias también hizo un poco de todo.

De acuerdo con Alejandro Herrán Bárcena, uno de sus biógrafos, aquel periodo lo definió como poeta. Solía leer en la Plaza San Martín.

“Leyendo al poeta Baldomero Fernández Moreno descubrió que él también podía serlo, que las poesías que leía estaban hechas con lo mismo que estaban hechas sus penas y sus alegrías. Por aquella época, el joven Mario escribía poemas de amor a Luz, (que ella nunca contestó).

“Desengañado por la farsa que resultó la secta Raumsólica, regresó a Montevideo. Esta época fue significativa por dos cuestiones, porque consiguió el soñado puesto de funcionario en la Contaduría General de la Nación, donde ascendió de manera paulatina, y que compaginó con otros trabajos, para completar su sueldo. Y porque enfermó de tifus.

“Dos meses de fiebres y diarreas le hicieron perder 14 kilos. Luz fue a visitarlo durante su enfermedad, y tuvo un proceder poco tradicional, diríase hasta prohibido y antihigiénico, que a Benedetti le conmovió y le robó el corazón para siempre: lo besó en sus labios contagiosos y cuarteados.
“Hasta el momento yo no había creído que fuese tan tierna, inconsciente y osada.”


Activista de izquierda

Entre sus diversas actividades, ocupó tres veces la dirección literaria de Marcha, el semanario más influyente de Uruguay y uno de los más importantes de América Latina. Fue miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas, así como del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Fundó el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, agrupación que formó parte de la coalición de izquierdas, denominado Frente Amplio. También fue director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, en Montevideo.

En 1949 escribió su primer libro de cuentos Esta mañana, y en 1953, su primera novela Quién de nosotros, “exceptuando la que escribió a los 11 años”. En 1960, La tregua le dio reconocimiento internacional. Incluso, esta novela se llevó al cine bajo la dirección de Sergio Renán, y compitió por el Óscar a la mejor película extranjera en 1974; le ganó Amarcord, de Federico Fellini. En esa época además, obtuvo reconocimiento por Poemas de la oficina.

Uno de sus años más importantes fue 1959, cuando Benedetti viajó a Estados Unidos, a pesar de las reticencia de las autoridades de ese país para concederle la visa, “ya que en un periódico de izquierda salieron publicados unos poemas suyos. Además, tuvo que firmar, entre otras cosas, que no iba a matar al presidente estadunidense”.

Otro acontecimiento clave de ese año, fue la Revolución Cubana. “Sacudón que nos cambió todos los esquemas y que transformó en verosímil lo que hasta entonces había sido fantástico. Hizo que los intelectuales buscaran y encontraran motivaciones, temas y hasta razones para la militancia”. En esa misma época escribió El país de la cola de paja y Montevideanos.

El maestro Benedetti comentó a este diario (La Jornada/12 de mayo/1997): “No tengo actitud subversiva sino crítica. Digo lo que me parece mal. Pero más que en los poemas y en los cuentos, lo digo en los artículos periodísticos sobre Uruguay y otros países de América Latina”.


Simpatía con el movimiento zapatista

Su relación con Cuba fue igual de significativa. Durante esa misma charla expresó: “El papel de la isla es y sigue siendo muy importante para toda América Latina, porque fue la primera vez que un país pequeño se rebeló frente a la presión estadunidense.

“Quizá la mayor diferencia que tengo con el gobierno cubano es la pena de muerte. Estoy en contra de esa práctica. Si Cuba la eliminara, Estados Unidos se quedaría solo, ya que tiene 2 mil 200 condenados a muerte. La isla, además, adolece de problemas de burocracia. Pero es un mal universal inevitable. Con capitalismo, con comunismo, con neoliberalismo; no se ha descubierto otra manera de llevar adelante la vida del Estado si no es con la burocracia.”

Respecto del Ejército Zapatista de Liberación Nacional dijo: “Tengo mucha simpatía por la causa zapatista. Me parece que es una guerrilla fuera de serie, porque es la única de América Latina que ha manejado las cosas con un sentido de la realidad. No es como otros movimientos de la lucha armada que quieren conquistar el poder para, desde ahí, imponer de forma autoritaria leyes, con la pretendida aspiración de que mejoren sus vidas”.

La extensa obra del maestro Mario Benedetti abarca más de 70 títulos publicados, entre cuentos, novelas, poesía, teatro y ensayos. Ha sido traducido a más de 18 idiomas. Entre esa bibliografía se encuentran La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965), El cumpleaños de Juan Ángel (1971), Primavera con una esquina rota –por el que recibió el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional en 1987–, La borra del café (1992) y Andamios (1996).

Su producción poética completa, por la que se le otorgó entre otros el Premio Reina Sofía en 1999, ha sido recogida en los gruesos volúmenes Inventario uno e Inventario dos.

Su última obra publicada, Testigo de uno mismo, se presentó en agosto del año pasado.

Benedetti se encontraba trabajando en un nuevo libro de poesía, cuyo título provisional es Biografía para encontrarme.

Por: La Jornada