Dios, que es una invención humana (para otros, el hombre es una invención divina), sirve para todo. Para lo bueno y lo malo, según el maniqueísmo.
Su utilización en la política es de antigua data. En el nombre de Dios se han cometido las peores barbaridades y también, en su nombre, han aparecido hermosas literaturas.
Tal vez todos recordamos un perturbador artículo de José Saramago (El factor Dios), en el cual el Nobel portugués plantea, entre otros asuntos, que las religiones jamás han servido para aproximar y congraciar a los hombres, sino, por el contrario, para la perpetración de las más horrendas matanzas y violencias físicas y espirituales.
A Dios (pobrecito él) se le invoca, por ejemplo, no sólo en las constituciones políticas, sino en la comisión de crímenes, en la aplicación de censuras, en la persecución de los "infieles". O para que salve a la reina, o al rey. Se le nombra en los dólares para que bendiga a América, la gringa, no a la que está a sus pies. Los emperadores romanos eran ellos mismos dioses.
La Inquisición, autora de innumerables crímenes y arbitrariedades, fue una suerte de organización terrorista diseñada para oponerla a la libertad de conciencia, contra el derecho a la libre elección, contra los que decían no. Y todo en nombre de un Dios, al que el poder (alianza Estado-Religión) amañaba a sus intereses. Es sabido desde tiempos remotos que quienes están en el poder temporal utilizan la religión para investirse de autoridad. Y también para imponer obediencia.
A Dios lo invoca el sicario antes de ir a cumplir su macabra labor; el soldado cuando va a la guerra; el paramilitar antes de emplear su motosierra, no para tumbar árboles sino cabezas; el mendigo cuando solicita caridades; el banquero cuando obtiene sus astronómicas ganancias; el invasor yanqui cuando hizo llover napalm en Vietnam; seguramente lo invocó el tripulante del Enola Gay antes de descargar su bomba atómica sobre Hiroshima y también los que hicieron estrellar aviones contra las Torres Gemelas.
Tal vez todos recordamos las "Preguntitas sobre Dios" de Atahualpa Yupanqui: "Que Dios vela por los hombres, / tal vez sí y tal vez no, / pero es seguro que almuerza / en la mesa del patrón". Y también el Destino Manifiesto, doctrina según la cual los Estados Unidos fueron designados por la Providencia para expandirse por el continente y luego por el mundo. Bush, que se creía un elegido, la cumplió a cabalidad.
En Colombia, país en el que existen diversos dioses: el de los mafiosos y el de los pobres y el de los plutócratas, en fin, el Presidente advierte que su reelección está en manos de la Corte Constitucional, el pueblo (otro concepto manoseado y envilecido) y de "Dios, nuestro Señor". Y él, Uribe o el Mesías, sabe del poder político de Dios, del partido que se le puede sacar a la religión y la religiosidad. Sus constantes invocaciones al "Señor" son parte de una estrategia electoral. Un modo de la seducción del poder.
Tal invocación también es una manera de enviar mensajes "subliminales" a la Corte para que dé paso al referendo reeleccionista, lleno de vicios y financiado por las pirámides que dejaron en la ruina a millares de colombianos. A Dios (también al pueblo) se le pueden sacar muchos réditos políticos. Y eso lo conoce de sobra el poder y, en particular, su cabeza visible, el Presidente.
De una forma hábil y con cizaña, Uribe quiere hacer aparecer a Dios (el factor Dios) de su parte; lo mismo a un pueblo, objeto de todas las desgracias, desinformaciones y manipulaciones politiqueras. A la Corte Constitucional, claro, ya la tiene cooptada, como tiene en sus bolsillos la Procuraduría, la Fiscalía y otros organismos, en un país en el cual el Presidente no ha respetado la independencia de los poderes.
El pobre Dios a lo mejor es inocente de todos los usos y abusos que hacen de su nombre, pero, al fin de cuentas, como la canción citada "hay un asunto en la tierra / más importante que Dios / y es que nadie escupa sangre / pa´ que otro viva mejor".
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: El Espectador
Su utilización en la política es de antigua data. En el nombre de Dios se han cometido las peores barbaridades y también, en su nombre, han aparecido hermosas literaturas.
Tal vez todos recordamos un perturbador artículo de José Saramago (El factor Dios), en el cual el Nobel portugués plantea, entre otros asuntos, que las religiones jamás han servido para aproximar y congraciar a los hombres, sino, por el contrario, para la perpetración de las más horrendas matanzas y violencias físicas y espirituales.
A Dios (pobrecito él) se le invoca, por ejemplo, no sólo en las constituciones políticas, sino en la comisión de crímenes, en la aplicación de censuras, en la persecución de los "infieles". O para que salve a la reina, o al rey. Se le nombra en los dólares para que bendiga a América, la gringa, no a la que está a sus pies. Los emperadores romanos eran ellos mismos dioses.
La Inquisición, autora de innumerables crímenes y arbitrariedades, fue una suerte de organización terrorista diseñada para oponerla a la libertad de conciencia, contra el derecho a la libre elección, contra los que decían no. Y todo en nombre de un Dios, al que el poder (alianza Estado-Religión) amañaba a sus intereses. Es sabido desde tiempos remotos que quienes están en el poder temporal utilizan la religión para investirse de autoridad. Y también para imponer obediencia.
A Dios lo invoca el sicario antes de ir a cumplir su macabra labor; el soldado cuando va a la guerra; el paramilitar antes de emplear su motosierra, no para tumbar árboles sino cabezas; el mendigo cuando solicita caridades; el banquero cuando obtiene sus astronómicas ganancias; el invasor yanqui cuando hizo llover napalm en Vietnam; seguramente lo invocó el tripulante del Enola Gay antes de descargar su bomba atómica sobre Hiroshima y también los que hicieron estrellar aviones contra las Torres Gemelas.
Tal vez todos recordamos las "Preguntitas sobre Dios" de Atahualpa Yupanqui: "Que Dios vela por los hombres, / tal vez sí y tal vez no, / pero es seguro que almuerza / en la mesa del patrón". Y también el Destino Manifiesto, doctrina según la cual los Estados Unidos fueron designados por la Providencia para expandirse por el continente y luego por el mundo. Bush, que se creía un elegido, la cumplió a cabalidad.
En Colombia, país en el que existen diversos dioses: el de los mafiosos y el de los pobres y el de los plutócratas, en fin, el Presidente advierte que su reelección está en manos de la Corte Constitucional, el pueblo (otro concepto manoseado y envilecido) y de "Dios, nuestro Señor". Y él, Uribe o el Mesías, sabe del poder político de Dios, del partido que se le puede sacar a la religión y la religiosidad. Sus constantes invocaciones al "Señor" son parte de una estrategia electoral. Un modo de la seducción del poder.
Tal invocación también es una manera de enviar mensajes "subliminales" a la Corte para que dé paso al referendo reeleccionista, lleno de vicios y financiado por las pirámides que dejaron en la ruina a millares de colombianos. A Dios (también al pueblo) se le pueden sacar muchos réditos políticos. Y eso lo conoce de sobra el poder y, en particular, su cabeza visible, el Presidente.
De una forma hábil y con cizaña, Uribe quiere hacer aparecer a Dios (el factor Dios) de su parte; lo mismo a un pueblo, objeto de todas las desgracias, desinformaciones y manipulaciones politiqueras. A la Corte Constitucional, claro, ya la tiene cooptada, como tiene en sus bolsillos la Procuraduría, la Fiscalía y otros organismos, en un país en el cual el Presidente no ha respetado la independencia de los poderes.
El pobre Dios a lo mejor es inocente de todos los usos y abusos que hacen de su nombre, pero, al fin de cuentas, como la canción citada "hay un asunto en la tierra / más importante que Dios / y es que nadie escupa sangre / pa´ que otro viva mejor".
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: El Espectador