¿Y Si Irán Hubiese Invadido México?
De Noam Chomsky
No sorprende que George W. Bush anunciase un "aumento" del número de tropas en Irak a pesar de la firme oposición de los ciudadanos norteamericanos a dicha actuación y de una oposición incluso mayor de los (totalmente irrelevantes) ciudadanos iraquíes. Este anuncio estuvo acompañado de siniestras filtraciones oficiales y declaraciones, de Washington y Bagdad, sobre cómo la intervención iraní en Irak tiene como objetivo desestabilizar nuestra misión de conseguir una victoria, un objetivo que por definición, es en sí mismo noble. Lo que siguió fue un solemne debate sobre si los números de serie de las modernas bombas de carretera (IDEs) pueden relacionarse con Irán, y, si es así, con los Guardias Revolucionarios de ese país o incluso con alguna autoridad más alta.
Este "debate" es una ilustración típica de un principio básico de la propaganda sofisticada. En sociedades rudimentarias y primitivas, la Línea política del Partido se proclama públicamente y debe ser obedecida... o atenerse a las consecuencias.. Lo que realmente creas es asunto tuyo y tiene mucha menos relevancia. En sociedades donde el estado ha perdido la capacidad de controlar por la fuerza, la Línea política de Partido simplemente se presupone, y se promueve el debate dentro de los límites impuestos por una ortodoxia doctrinal no especificada. El más rudimentario de los dos sistemas lleva, naturalmente, a la incredulidad; la variante sofisticada da la impresión de sinceridad y libertad, y resulta mucho más eficaz para inculcar la Línea de Partido. Se convierte en incuestionable, más allá del propio pensamiento, como el aire que respiramos.
El debate sobre la intervención iraní en Irak continúa sin producir vergüenza alguna, bajo el supuesto de que Estados Unidos es el dueño del mundo.
Por ejemplo, en los años 80 no entramos en un debate similar sobre si los EE. UU.
estaba interfiriendo en el Afganistán ocupado por los soviéticos, y dudo que Pravda, probablemente reconociendo lo absurdo de la situación, se indignase sobre ese hecho (que los funcionarios norteamericanos y nuestros medios de información, en cualquier caso, no trataron de ocultar). Quizá la prensa oficial nazi también promovió grandilocuentes debates sobre si los aliados estaban interfiriendo en la soberanía de la Francia de Vichy, aunque si lo hubieran hecho, la gente cabal se hubiera muerto de vergüenza.
En este caso, sin embargo, incluso la vergüenza, notablemente ausente, no sería suficiente porque las acusaciones contra Irán forman parte de una repetición de declaraciones que tienen como objetivo movilizar el apoyo para la intensificación del conflicto en Irak y para un ataque a Irán, la "causa del problema". El mundo está horrorizado ante esa posibilidad. Incluso en los estados sunníes vecinos, que no son amigos de Irán, cuando se les pregunta, están más a favor de un Irán con armas nucleares que de cualquier intervención militar contra el país. De la limitada información de la que disponemos, parece deducirse que partes importantes de la institución militar y de los servicios de espionaje estadounidenses. están en contra de dicho ataque, junto con casi la totalidad de la población mundial, incluso más que cuando el gobierno de Bush y el de Tony Blair invadieron Irak, desafiando una enorme oposición popular en todo el mundo.
"El Efecto Irán"El resultado de un ataque a Irán sería horroroso. Después de todo, según un estudio reciente del "efecto Irán", realizado por los especialistas en terrorismo Peter Bergen y Paul Cruickshank, utilizando datos del Gobierno y de la Corporación Rand, la invasión de Irak ya ha servido para multiplicar por siete el terrorismo. El "efecto Irán" sería probablemente mucho más grave y de una mayor duración. El historiador militar británico Corelli Barnett habla en nombre de muchos cuando avisa de que "un ataque a Irán provocaría con seguridad la Tercera Guerra Mundial".
¿Cuáles son los planes de la camarilla cada vez más desesperada que mantiene a duras penas el poder político en EE. UU.? No podemos saberlo. Por supuesto, estos planes del Estado se mantienen en secreto en interés de la "seguridad". Un análisis de los informes desclasificados revela que existe un mérito considerable en esa alegación, aunque sólo si entendemos que "seguridad" significa la seguridad del gobierno de Bush contra su enemigo doméstico: la población en cuyo nombre actúan.
Incluso si la camarilla de la Casa Blanca no estuviese planeando una guerra, el despliegue naval, el apoyo a los movimientos secesionistas y actos terroristas dentro de Irán, y demás provocaciones podrían fácilmente desencadenar una guerra accidental. Las resoluciones del Congreso no serían una barrera. Invariablemente permiten excepciones en nombre de la "seguridad nacional", abriendo agujeros lo suficientemente grandes como para que varios grupos de portaaviones estén pronto en el Golfo Pérsico, siempre que dirigentes sin escrúpulos hagan declaraciones catastróficas (como hizo Condoleezza Rice en 2002 con esas "nubes en forma de hongo" sobre ciudades norteamericanas). Y la trama de esta clase de incidentes que "justifican" dichos ataques es una práctica conocida. Incluso los peores monstruos sienten la necesidad de dicha justificación y adoptan la estratagema que utilizó Hitler para defender a la inocente Alemania frente al "terror salvaje" de los polacos en 1939, después de que estos hubiesen rechazado sus sabias y generosas propuestas de paz, no es sino un ejemplo más.
El obstáculo más efectivo a una decisión de la Casa Blanca de comenzar una guerra es la clase de oposición popular organizada que asustó a los lideres político-militares lo suficiente en 1968 como para que fuesen reacios a enviar más tropas a Vietnam, temiendo, según los Papeles del Pentágono, que podrían necesitarlas para controlar los desórdenes civiles en casa.
Sin duda, el gobierno de Irán merece duras condenas, incluidas sus acciones recientes que han atizado la crisis.Es, sin embargo, útil preguntar como hubiésemos actuado si Irán hubiese invadido y ocupado Canadá y Méjico y detenido allí a representantes del gobierno de EE. UU.bajo la acusación de que se estaban resistiendo a la ocupación iraní (llamada "liberación" por supuesto).Imaginen también que Irán estuviese desplegando grandes fuerzas navales en el Caribe y lanzando amenazas creíbles de una ola de ataques contra un amplio abanico de instalaciones, nucleares y de otras características, en los EE. UU., si el gobierno de EE. UU.no pusiese fin inmediatamente a todos sus programas de energía nuclear (y, naturalmente, desmantelase todas sus armas nucleares).Supongan que todo esto ocurriese después de que Irán hubiera derrocado al gobierno de EE. UU.e instalado un atroz tirano (como hizo EE. UU.en Irán en 1953); y más tarde apoyase una invasión rusa de EE. UU.que mató a millones de personas (igual que EE. UU.apoyó la invasión de Saddam Hussein de Irán en 1980, matando a cientos de miles de iraníes, un número comparable a millones de norteamericanos).
¿Nos quedaríamos mirando en silencio?
Es fácil entender una observación hecha por uno de los principales historiadores militares de Israel, Martín van Creveld.Después de que EE. UU.invadiese Irak, sabiendo que estaban indefensos, dijo, "Si los iraníes no han intentado construir armas nucleares es que están locos".
Es seguro que ninguna persona cabal quiere que Irán (o cualquier nación) desarrolle armas nucleares. Una resolución razonable a esta crisis sería permitir que Irán desarrolle energía nuclear, de acuerdo con sus derechos según el Tratado de No-Proliferación, pero no armas nucleares.
¿Es factible esta solución? Lo sería con una condición: que EE. UU.e Irán fuesen sociedades con funcionamiento democrático en las que la opinión pública tuviese un impacto significativo en la política pública.
Da la casualidad que esta solución tiene un apoyo masivo entre los iraníes y los estadounidenses, quienes generalmente están de acuerdo en temas nucleares. El consenso iraní-estadounidense incluye la eliminación completa de las armas nucleares en todo el mundo (82% de los norteamericanos); si esto no se puede lograr todavía debido a la oposición de la elite entonces por lo menos una "zona libre de armas nucleares en Oriente Próximo que incluiría a los países islámicos e Israel" (71% de los estadounidenses). El setenta y cinco por ciento de los estadounidenses prefieren establecer unas mejores relaciones con Irán a amenazar con la fuerza.En resumen, si la opinión pública tuviese una influencia significativa en las políticas de Estado en EE. UU.y en Irán, la resolución de la crisis estaría al alcance de la mano, junto con unas soluciones a más largo plazo para el problema nuclear mundial.
Promover la Democracia en casa
Estos hechos sugieren una posible vía para prevenir que estalle la crisis actual, incluso en una versión de la Tercera Guerra Mundial. Esta impresionante amenaza puede evitarse buscando una propuesta conocida: la promoción de la democracia, esta vez en casa, donde más se necesita. La promoción de la democracia en casa es ciertamente factible y, aunque no podamos llevar a cabo dicho proyecto directamente en Irán, podríamos actuar para mejorar las perspectivas de los valientes reformistas y opositores que están buscando conseguir eso mismo. Entre dichas figuras que son, o deberían ser bien conocidas, estarían Saeed Hajjarian, el premio Nobel Shirin Ebadi, y Akbar Ganji, y también aquellos que, como siempre, permanecen en el anonimato, entre ellos activistas sindicales sobre los que sabemos muy poco, quienes publican el Boletín de los Trabajadores Iraníes podrían ser un ejemplo.
La mejor manera de perfeccionar las perspectivas de promoción de la democracia en Irán es cambiando, aquí, radicalmente las políticas de Estado para que reflejen la opinión popular. Esto supondría el cese de las amenazas habituales que son un regalo para los radicales iraníes. Las amenazas son ferozmente condenadas por los iraníes que están realmente preocupados con el desarrollo de la democracia (a diferencia de aquellos "partidarios" que exhiben eslóganes democráticos en occidente y se les premia como a grandes "idealistas" a pesar de su claro historial de odio visceral a la democracia).
La promoción de la democracia en EE. UU.podría tener unas consecuencias mucho más amplias. En Irak, por ejemplo, se pondría en marcha de inmediato o lo antes posible, un calendario definitivo para la retirada, de acuerdo con la voluntad de una aplastante mayoría de los iraquíes y una mayoría muy significativa de los estadounidenses. Las prioridades de los presupuestos federales se invertirían prácticamente. Donde se está elevando el gasto, como en las partidas militares suplementarias para llevar a cabo las guerras en Irak y Afganistán, bajarían drásticamente. Donde el gasto se mantiene o baja (salud, educación, formación profesional, promoción de la conservación de energía y las fuentes de energía renovables, ayudas a veteranos, fondos para la ONU y las operaciones de paz de la ONU; etc..) aumentarían bruscamente. Los recortes de impuestos aplicados por Bush a personas con ingresos superiores a los 200.000 dólares al año serían abolidos inmediatamente. EE. UU.debería haber adoptado un sistema de Seguridad Social nacional desde hace tiempo, rechazando el sistema privado responsable del doble del coste per capita que en otras sociedades similares, y de algunos de los peores resultados del mundo industrializado. Debería haber rechazado lo que quienes prestan atención al tema consideran de forma abrumadora "ruina fiscal" en proceso.EE. UU.debería haber ratificado el Protocolo de Kyoto para reducir las emisiones de dióxido de carbono y haber tomado medidas más drásticas para proteger el medio ambiente. Debería haber permitido que la ONU liderase las crisis internacionales, incluida la de Irak. Después de todo, según las encuestas de opinión, desde poco después de la invasión de 2003, una gran mayoría de estadounidenses han querido que la ONU hubiese tomado el control de la transformación política, reconstrucción económica y del orden civil en ese territorio.
Si la opinión pública se tuviese en cuenta, EE. UU.hubiera aceptado las restricciones de la Carta de la ONU sobre el uso de la fuerza, contrarias al consenso bipartidista de que este país, por si solo, tiene el derecho a recurrir a la violencia en respuesta a amenazas potenciales, reales o imaginarias, incluyendo amenazas a nuestro acceso a mercados y materias primas.EE. UU.( y los demás ) renunciarían al veto en el Consejo de Seguridad y aceptarían la opinión de la mayoría incluso cuando está en contra.La ONU podría regular la venta de armas; mientras que EE. UU.recortaría dichas ventas e instaría a otros países a hacer lo mismo, lo que sería una importante contribución para la reducción a gran escala de la violencia en el mundo. Se haría frente al terrorismo con medios diplomáticos y medidas económicas, no mediante la fuerza, de acuerdo con la opinión de la mayoría de los especialistas en el tema y de nuevo, completamente en sentido contrario a la política actual.
Además, si la opinión pública tuviese influencia en la política, EE. UU.tendrían relaciones diplomáticas con Cuba, beneficiando a los ciudadanos de ambos países (y, al sector agropecuario de EE. UU., compañías de energía y demás ), en vez de estar casi solo en el mundo imponiendo un embargo (junto con Israel, la Republica de Palau y las Islas Marshall). Washington entraría en el amplio consenso internacional para el establecimiento de un acuerdo sobre dos estados en el conflicto entre Israel y Palestina, que (al lado de Israel) ha bloqueado durante 30 años, con excepciones temporales y aisladas, y que todavía bloquea de palabra, y más importante todavía, a pesar de sus fraudulentas alegaciones de su compromiso diplomático.Asimismo, EE. UU.igualaría la ayuda a Israel y Palestina, recortando la ayuda a cualquiera de las partes que rechazase el consenso internacional.
Pruebas de todos estos temas se analizan en mi libro Failed States y también en The Foreign Policy Disconnect de Benjamín Page (con Marshall Bouton), que también proporciona exhaustivas pruebas de que la opinión pública en temas de política exterior (y probablemente en la doméstica) tiende a ser coherente y consecuente durante largos periodos de tiempo. Los estudios sobre opinión pública tienen que considerarse con cuidado, pero ciertamente son muy sugestivos.
La promoción de la democracia en casa, aunque no sea una panacea, sería un paso muy útil para ayudar a que nuestro propio país sea una "parte responsable" en el orden internacional (adoptando el término utilizado por los adversarios), en vez de ser objeto de miedo y antipatía por la mayor parte del mundo. Además de ser un valor en sí mismo, una democracia que funciona en casa supone una promesa real para tratar constructivamente muchos temas actuales, internacionales y domésticos, incluyendo aquellos que literalmente amenazan la supervivencia de nuestras especies.
Noam Chomsky es el autor de Failed States: The Abuse of Power and the Assault on Democracy (Metropolitan Books), que acaba de publicarse en rústica, entre otros trabajos.
[Este artículo fue publicado primero en Tomdispatch. com, un weblog de Nation Institute, que ofrece un suministro continuo de fuentes alternativas, noticias y de opinión de Tom Engelhardt, durante largo tiempo editor y co-fundador de The American Empire Project y autor de "The End of Victory Culture" historia del triunfalismo norteamericano en la Guerra Fría, una novela "The Last Days of Publishing" y "Mission Unaccomplised" (Nation Books), primera colección de entrevistas de Tomdispatch.]
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