miércoles, 22 de abril de 2009

No me amenaces

“En Colombia hay muy malos periodistas porque los buenos periodistas están muertos. Ustedes verán de cuáles quieren ser, o de los malos o de los muertos”.
UNOS AMIGOS MÍOS QUE NADAN siempre contra la corriente (Pereque Valencia, el fotógrafo Juan Fernando Ospina), en esta época en que los medios impresos están cerrando, resolvieron fundar hace unos meses, con las uñas, un periódico sobre y para el centro de Medellín: Universo Centro.
Para el primer número organizaron un happening: empelotaron un montón de gente y se tomaron una foto en el Parque del Periodista. Tal vez querían decir que iban a hacer un periodismo sin tapujos, transparente. Y así lo hicieron, durante cuatro números.
El Parque del Periodista en Medellín, para quienes no lo conozcan, es un sitio curioso. Un grupo de cronistas lo fundó hace medio siglo, erigiendo un busto al decano de nuestra profesión, don Manuel del Socorro Rodríguez. En realidad no es un parque, sino una placita esmirriada con unos cuantos chamizos, unas bancas, una palma amenazada por toneladas de orina pública, y unos cuantos bares. Es tan chiquito el sitio que Pereque lo define como “una dosis personal de parque”. Los rumbeaderos más famosos de ahí son El Guanábano, que es de los hinchas del Nacional, y más arribita el de los hinchas del Poderoso DIM, que tiene un nombre perfecto: El eslabón prendido. El Parque del Periodista es un ejemplo de convivencia, pues los rojos y los verdes se codean en el feliz desquite de la burla recíproca. En los últimos años allá no han matado sino a dos personas (un récord de paz en la Bella Villa), pero no de los clientes ni de los hinchas, sino por dominio territorial entre los jíbaros, es decir, los dealers de perico y marihuana que se creen los dueños de todo.
Pues bien, precisamente los jíbaros le declararon la guerra al periódico Universo Centro. Los del periódico querían llevarle más alegría y más cultura al Parque, con exposiciones de arte popular, de pintura y fotografía, con lecturas y librerías. El objetivo de los jíbaros era otro: convertir el Parque del Periodista en una olla sucia y nauseabunda, adonde los jóvenes simplemente fueran a mercar y a consumir vicio. Mis amigos del periódico —faltaba más— no están en contra de la dosis personal de drogas, pero sí están en contra de que los jíbaros, secuaces de los traquetos, conviertan al Parque en un antro.
Cuando empezaron a organizar eventos y exposiciones culturales, los jíbaros echaron mano a la pistola. “Esto es de nosotros”, dijeron, “y ustedes no nos van a venir con maricaditas, pinturitas y culturaditas aquí. Lárguense con ese periodicucho pa otra parte”. Los del periódico, cuyo eslogan es “Cualquier cosa menos quietos”, no se amilanaron. Los jíbaros arrancaban los cables del alumbrado público y las maticas verdes; los del periódico pedían iluminación a EPM y se propusieron que la palma no se muriera, poniendo canecas para recoger la orina y pidiéndole un orinal al municipio.
Además, publicaron un artículo al respecto. Y los jíbaros, que al parecer saben leer, les hicieron ya una amenaza más elegante: “En Colombia hay muy malos periodistas porque los buenos periodistas están muertos. Ustedes verán de cuáles quieren ser, o de los malos o de los muertos”. En todo caso un buen periódico sobre el centro ellos no lo quieren, pues para ellos no es bueno que el Parque sea un foco de atención.
Las intervenciones de la Policía y del municipio no han sido buenas. En vez de iluminación mandaron unos reflectores de estadio que hacen que el parque parezca de día a toda hora. “Ya no es posible ni darse un piquito”, dicen los muchachos. Y la policía se tomó muy a pecho el happening inicial del periódico: van y empelotan e insultan a los pelados que están ahí, dizque buscando drogas y armas. El remedio de la Policía se parece mucho a la enfermedad de los jíbaros: entre unos y otros están acabando con el Parque.
¿Qué hacer? Yo por ahora no sé, pero sí estoy seguro de algo: por lo menos que no los amenacen; que pongan una iluminación normal, un mingitorio, y que la Policía aprese a los jíbaros pesados, en vez de humillar y atemorizar a los muchachos que pacíficamente fuman marihuana. En todo caso la combinación entre consumo permitido y comercio prohibido no funciona.

Por: Héctor Abad Faciolince - EL ESPECTADOR


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