El negocio de las armas, sujeto a la legalidad más o menos flexible de cada país o de simple y descarado contrabando, no está en crisis. Es decir, la tan hablada y sufrida crisis que viene destrozando física y moralmente a la población del planeta no toca a todos. Por todas partes, aquí, allí, los sin trabajo se cuenta por millones, todos los días millares de empresas se declaran en quiebra y cierran las puertas, pero no consta que ni un sólo obrero de una fábrica de armas haya sido despedido. Trabajar en una fábrica de armas es un seguro de vida. Ya sabemos que los ejércitos necesitan armarse, substituir por armas nuevas y más mortíferas (de eso se trata) los antiguos arsenales que tuvieron su tiempo pero ya no satisfacen las necesidades de la vida moderna. Así, parece evidente que los gobiernos de los países exportadores deberían controlar severamente la producción y la comercialización de las armas que fabrican. Ocurre, sin embargo, que unos no lo hacen y otros miran a otro lado. Hablo de gobiernos porque es difícil creer que, siguiendo el modelo de las instalaciones industriales más o menos ocultas que abastecen el narcotráfico, existan en el mundo fábricas clandestinas de armamento. De este modo, no hay una pistola que, por decirlo así, no vaya tácitamente certificada por el respectivo, aunque invisible, sello oficial. Cuando en un continente como el sudamericano, por ejemplo, se calcula que hay más de 80 millones de armas, es imposible no pensar en la complicidad mal disimulada de los gobiernos, tanto de los exportadores como de los importadores. Se dice que la culpa, por lo menos en parte, es del contrabando a gran escala, olvidando que para hacer contrabando de algo es condición sine qua non que ese algo exista. La nada no es materia de contrabando.
Toda la vida he estado a la espera de ver una huelga de brazos caídos en una fábrica de armamento, inútilmente esperé, porque tal prodigio nunca ocurrió ni ocurrirá. Y era esa mi pobre y única esperanza de que la humanidad todavía fuese capaz de mudar de camino, de rumbo, de destino.
Por: José Saramago - Cuaderno
Toda la vida he estado a la espera de ver una huelga de brazos caídos en una fábrica de armamento, inútilmente esperé, porque tal prodigio nunca ocurrió ni ocurrirá. Y era esa mi pobre y única esperanza de que la humanidad todavía fuese capaz de mudar de camino, de rumbo, de destino.
Por: José Saramago - Cuaderno
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