De entrada, hay que advertir que poco o nada me gustan las canciones de Juanes, que me parece un artista inflado por la publicidad, por una que otra transnacional, aupado por determinados medios, en síntesis, un producto interesante del mercadeo. O de la macdonalización. Una estrella mediática. Una maquinita de vender discos. Bueno, se dirá que así son los tiempos de hoy. Nada malo. Lo que sea. Poco o nada me gusta su guasca pop.
Y como toda comparación es odiosa (para uno de los comparados, advertía alguien), no habría que decir que nada tiene que ver Juanes con la canción de América Latina, que en nada recuerda a un Víctor Jara, o a una Violeta Parra. Nada que ver con León Gieco (aquí se podría entonces comparar “Sólo le pido a Dios” y “A Dios le pido”) y menos aún, por ejemplo, con las letras de Tejada Gómez o con las de Silvio Rodríguez.
Juanes, como podría decir algún mandatario, es “un buen muchacho”. Digamos, políticamente correcto. Y todos sabemos que está del lado del uribismo. Que se sepa, su humanitaria campaña contra las minas antipersonales, no ha incluido una protesta contra los Estados Unidos, el mayor productor de esos artefactos, y menos aún contra la empresa Claymore Inc., la mayor fabricante mundial de minas. No se conoce ningún pronunciamiento suyo contra la negativa de Washington a firmar el Tratado de Prohibición de Minas Antipersonales (Ottawa, 1999).
Juanes no está dentro de los artistas que se pronunciaron contra la invasión de Estados Unidos a Irak, que ha costado más de un millón y medio de muertos; ni tampoco contra los desmanes israelíes en Palestina. No es propietario de un discurso filosófico o de una teoría estética, o tal vez sí: le alcanza hasta para decir que Colombia es un “país muy chimba”. Y pare de contar. Sus canciones poco o nada tienen que ver con los desplazados (eso no vende) o con la tragedia del hombre contemporáneo. Son temas de consumo, hechos para el olvido.
Se dirá que el muchacho de la guitarra y la camisa negra no le queda bien ir en contravía de las transnacionales (una de gaseosas lo patrocina), o de pronto haber hecho un discurso contra la Chiquita Brands, patrocinadora de grupos paramilitares en Colombia. Ah, es que ni siquiera la clase dirigente de este país lo hace. No le pidamos peras al olmo.
Pero el “pobre” Juanes ahora es víctima de la gusanería cubana de Miami porque se presentará en La Habana, y según los anticastristas el concierto del colombiano es como un espaldarazo al régimen de Fidel. ¡Ah! y cosas que hay que ver y oír: los gusanos de Miami le gritan: “Juanes, hijueputa comunista” y quiebran los discos del cantante, se paran en ellos, se convulsionan y patalean.
Dicen por ahí que esos mismos gusanos nada dijeron porque el pontífice Juan Pablo II estuvo en Cuba, ni por el ahora masivo turismo europeo que va en busca de ardorosas jineteras, ni se oponen a los hoteleros españoles que suscriben contratos con el gobierno cubano. En cambio, ven en un cantante que está más del lado de la política exterior gringa que de Castro, un peligro. Son brutos e intolerantes. Y, como también lo muestra la realidad, más peligrosos que el castrismo al que atacan.
Los gusanos cubanos de La Florida tienen mucho poder. Decisivo fue su accionar e influencia en las dos elecciones de Bush. Son parte de un proyecto de ultraderecha, del mismo que avala la tortura, las invasiones, la guerra preventiva y otras maneras de violación de derechos humanos e injerencia en los asuntos internos de las naciones. Es la gusanería neofascista, que seguro le gustaría ponerse camisas negras.
Volviendo al principio: poco o nada me gustan las canciones de Juanes. Pero defiendo la libertad de un artista para presentarse donde quiera y pueda. Ya los cubanos, un pueblo de honda cultura musical, podrán calificarlo. La gusanería de Miami muestra, una vez más, cuán peligrosa y detestable es. Bueno, después de todo, puede pasar que Juanes se vuelva comunista. A Dios le pido.
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com
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