Una democracia –al menos, en teoría- es una construcción de disenso.
Para que el otro, que piensa distinto, tenga la oportunidad de expresarse y no se le acuse de delincuente social, o de terrorista, o de estar del lado de la subversión. Una democracia es la posibilidad de la diversidad de pensamientos y no la elaboración o imposición, mediante diversas astucias, de un “pensamiento único”.
Una democracia no es favorecer el culto de la personalidad. O, en otras palabras, la creación arbitraria y vulgar de una suerte de mesías, o de redentor a ultranza, de alguien que ve en el otro, en el distinto, a un enemigo, porque sencillamente no está con él. Todos los cantos deben ser para el ungido. Todo el incienso. Todo el poder.
Es extraño que en los periódicos aparezcan entrevistas a filósofos. Se dirá, claro, que no es que abunden los filósofos. Aparecen, en cambio, con amplio despliegue, las realizadas a políticos, banqueros, delincuentes, que pueden que sean muy atractivas –por lo terrenales-, pero que ya se sabe tienen su cuota de mentira. Ésta es inherente a esas actividades. Bueno, decía que es raro ver filósofos en la prensa. Sin embargo, llama la atención la publicada el domingo último en El Espectador con el filósofo colombiano Carlos B. Gutiérrez.
Hay varios asuntos expuestos por el intelectual que convocan a la reflexión. Uno es cuando plantea que el hombre colombiano ve el diálogo como una posibilidad de imponer, no de cambiar –opuesto al diálogo platónico-. Y es ahí cuando, por ejemplo, los diálogos que traza el poder son, precisamente, para imponer. Que todo siga igual. Que no hay otra posibilidad distinta porque solo el poder tiene la razón.
Otro se refiere a la construcción del disenso, de encontrar asuntos comunes en la diversidad. Y en Colombia esto sí que es extraño, porque se ha establecido un imaginario que solo acepta una posición, la del patriarca o el príncipe, que es la “inteligencia superior”, al cual hay que obedecer y no cuestionar. Él es la verdad, el camino, el que todo lo decide y por eso hay que revestirlo con todos los poderes.
Plantea Gutiérrez que esa especie de “pater familias” que regenta el país “sólo atiende a quienes se pliegan a sus caprichos interiores, es a los únicos a quienes él se dirige. Lo más terrible es que se considere el disenso y el llevar la contraria como un delito social”. Y esto último es lo que hoy campea en Colombia: solo es posible una corriente. Lo demás, es atentar contra la “democracia”. Es herejía.
Y así lo ven algunos escuderos y aduladores, aquellos que viven para sostener y agitar el incensario, pero también para impulsar el discurso de la intolerancia y el irrespeto por los que vayan en contravía. No es raro, entonces, que en la mayoría de medios de información aparezcan las loas al nuevo santón y se promueva el dejar en la oscuridad a aquellas voces incómodas o repelentes.
No falta el gran cortesano que exprese que al soberano no se le puede criticar, porque eso sería ir en contra de esa como nueva religión o secta del elegido. Y que no se les ocurra a los reporteros hacerle a la deidad preguntas comprometedoras –los corifeos las califican de “majaderías”-, porque serán declarados blasfemos.
Desde hace rato se viene montando desde lo oficial un entramado de la intolerancia, pero, a su vez, de exaltar lo acrítico, lo que no ofenda al gran Burundú, porque él es inefable, puro, inmaculado, y sin él no hay salvación posible. El reino de lo dogmático. Porque, según un ex consejero presidencial, los columnistas que critican al Gobierno solo “vomitan basura conceptual”.
Así que estamos muy lejos de la construcción democrática de disenso. Y es obvio: porque –lo advirtió el filósofo- eso pondría en peligro muchas cosas, sobre todo el nuevo catecismo de la reelección. O de la dictadura.
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com
Caricatura: bacteriaopina.blogspot.com
Para que el otro, que piensa distinto, tenga la oportunidad de expresarse y no se le acuse de delincuente social, o de terrorista, o de estar del lado de la subversión. Una democracia es la posibilidad de la diversidad de pensamientos y no la elaboración o imposición, mediante diversas astucias, de un “pensamiento único”.
Una democracia no es favorecer el culto de la personalidad. O, en otras palabras, la creación arbitraria y vulgar de una suerte de mesías, o de redentor a ultranza, de alguien que ve en el otro, en el distinto, a un enemigo, porque sencillamente no está con él. Todos los cantos deben ser para el ungido. Todo el incienso. Todo el poder.
Es extraño que en los periódicos aparezcan entrevistas a filósofos. Se dirá, claro, que no es que abunden los filósofos. Aparecen, en cambio, con amplio despliegue, las realizadas a políticos, banqueros, delincuentes, que pueden que sean muy atractivas –por lo terrenales-, pero que ya se sabe tienen su cuota de mentira. Ésta es inherente a esas actividades. Bueno, decía que es raro ver filósofos en la prensa. Sin embargo, llama la atención la publicada el domingo último en El Espectador con el filósofo colombiano Carlos B. Gutiérrez.
Hay varios asuntos expuestos por el intelectual que convocan a la reflexión. Uno es cuando plantea que el hombre colombiano ve el diálogo como una posibilidad de imponer, no de cambiar –opuesto al diálogo platónico-. Y es ahí cuando, por ejemplo, los diálogos que traza el poder son, precisamente, para imponer. Que todo siga igual. Que no hay otra posibilidad distinta porque solo el poder tiene la razón.
Otro se refiere a la construcción del disenso, de encontrar asuntos comunes en la diversidad. Y en Colombia esto sí que es extraño, porque se ha establecido un imaginario que solo acepta una posición, la del patriarca o el príncipe, que es la “inteligencia superior”, al cual hay que obedecer y no cuestionar. Él es la verdad, el camino, el que todo lo decide y por eso hay que revestirlo con todos los poderes.
Plantea Gutiérrez que esa especie de “pater familias” que regenta el país “sólo atiende a quienes se pliegan a sus caprichos interiores, es a los únicos a quienes él se dirige. Lo más terrible es que se considere el disenso y el llevar la contraria como un delito social”. Y esto último es lo que hoy campea en Colombia: solo es posible una corriente. Lo demás, es atentar contra la “democracia”. Es herejía.
Y así lo ven algunos escuderos y aduladores, aquellos que viven para sostener y agitar el incensario, pero también para impulsar el discurso de la intolerancia y el irrespeto por los que vayan en contravía. No es raro, entonces, que en la mayoría de medios de información aparezcan las loas al nuevo santón y se promueva el dejar en la oscuridad a aquellas voces incómodas o repelentes.
No falta el gran cortesano que exprese que al soberano no se le puede criticar, porque eso sería ir en contra de esa como nueva religión o secta del elegido. Y que no se les ocurra a los reporteros hacerle a la deidad preguntas comprometedoras –los corifeos las califican de “majaderías”-, porque serán declarados blasfemos.
Desde hace rato se viene montando desde lo oficial un entramado de la intolerancia, pero, a su vez, de exaltar lo acrítico, lo que no ofenda al gran Burundú, porque él es inefable, puro, inmaculado, y sin él no hay salvación posible. El reino de lo dogmático. Porque, según un ex consejero presidencial, los columnistas que critican al Gobierno solo “vomitan basura conceptual”.
Así que estamos muy lejos de la construcción democrática de disenso. Y es obvio: porque –lo advirtió el filósofo- eso pondría en peligro muchas cosas, sobre todo el nuevo catecismo de la reelección. O de la dictadura.
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com
Caricatura: bacteriaopina.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario