miércoles, 2 de junio de 2010

El fútbol hecho tragedia


Iba a ser un hermoso y colorido cuento de hadas. Fue una oscura y sangrienta pesadilla que terminó de sellarse el 2 de julio de 1994 con el asesinato en Medellín de Andrés Escobar. Iba a ser la victoria prevista por Pelé, el canto al fútbol lírico, la confirmación de aquel histórico triunfo contra Argentina en Buenos Aires.

Fue el dolor, la cuchillada infinita a cientos de miles de ilusos que vendieron hasta la inteligencia para presenciar la victoria, por fin, de una Selección Colombia en una Copa del Mundo. Nunc a antes un grupo colombiano de lo que fuera había concitado tanta pasión. La discusión no era cómo va a hacer Colombia para obtener la Copa, sino cómo iban a hacer los colombianos para no matarse cuando llegara el triunfo, como lo hicieron después del 5-0 a Argentina.

Jamás hubo análisis futbolísticos ni críticas. Quien se atreviera siquiera a dudar era señalado como apátrida, como si el fútbol fuera la patria. Cada uno de los 22 partidos de cartón que ganó el equipo de Francisco Maturana fue celebrado a rabiar, con profusos elogios en los noticieros de televisión y portadas a todo color de los periódicos. Los goles se repetían una y otra vez, con el “ay qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano” de fondo. Banderas por todos lados, pelucas de Carlos Valderrama por doquier, camisetas amarillas en cada esquina. El fútbol, Maturana, Valderrama, Faustino Asprilla, Freddy Rincón, Andrés Escobar, Leonel Álvarez, Óscar Córdoba y Cía eran el tema del día todos los días y a toda hora, y el negocio del siglo, por supuesto.

Por eso, por todo aquello, y por las apuestas a favor de Colombia, y por los comentarios de los expertos en el mismo tono, y los titulares de los diarios en el mundo, y el voz a voz que, incluso, se tomó los círculos futboleros de Estados Unidos, la primera derrota colombiana en el Mundial fue mucho más que un simple bofetón. Los goles de Georghes Hagi y Raducioiu (2) en el Rose Bowl desnudaron a Colombia, pero no sólo en su fútbol. La desnudaron en su esencia, porque apenas se terminó aquel partido los rumores gritaban que varios jugadores habían apostado en contra de su propia selección, que los líderes, Valderrama, Asprilla, Rincón, ni se hablaban, que Maturana había estado a punto de agarrarse a trompadas con uno de ellos, que Rincón tenía pánico porque una bruja en el Chocó le había vaticinado una fractura en la Copa que acabaría con su carrera.

Los rumores aún no mataban. Sin embargo, cuarenta y ocho horas después del revés frente a los rumanos, los recién estrenados rumores, más las mafias que hacía 15 años manejaban al fútbol colombiano, más los apostadores, más los comentarios desmedidos de los periodistas, muchos pagados por carteles de la droga, llevaron a un sujeto o a un grupo de sujetos a quienes nunca se investigó a amenazar de muerte a Francisco Maturana si decidía que Gabriel Jaime Gómez jugaba ante Estados Unidos el 22 de junio. En medio de aquel infierno, Colombia salió a enfrentar al conjunto estadounidense. No hubo charla técnica. No hubo indicaciones. Mucho menos, arengas motivadoras. Los colombianos que salieron al campo del Rose Bowl para disputar su segundo partido en la Copa eran cadáveres andantes.

Así jugaron y así perdieron. Así fueron eliminados de la Copa. Los periodistas y los hinchas analizaron el juego desde los errores tácticos y técnicos, desde lo que vieron que ocurrió en la cancha. ¿Cómo podían jugar un partido de fútbol unos tipos a los que acababan de amenazar de muerte en un país en el que la vida no vale nada? ¿Qué concentración podían tener? ¿Qué tranquilidad? De alguna manera, guardando ciertas proporciones, y poniendo el énfasis en el posterior asesinato de Andrés Escobar, aquel partido fue como el que disputaron el Dínamo de Kiev y sus carceleros nazis durante la segunda Guerra Mundial, un juego de muerte que terminó con el asesinato de los jugadores rusos, que habían vencido a los nazis y tenían que pagar con su vida semejante afrenta.

La última escala de Colombia en USA 94 fue contra Suiza en San Francisco. Una victoria 2-0, un frío y nulo triunfo adosado por los treinta y tantos grados centígrados de aquel verano acabaron con el cuento de hadas. Las noticias reseñaron luego la sanción a Diego Maradona por doping, los distintos partidos, la final entre Italia y Brasil, el tiro penal fallado por Roberto Baggio que le dio el título al Scracht y una que otra columna que recordaba el fracaso de los colombianos. La más grave y triste de todas, no obstante, tuvo que ver poco con el fútbol. Fue fechada en la madrugada del 2 de julio. Un pistolero identificado como Humberto Muñoz Castro asesinó en la ciudad de Medellín al futbolista Andrés Escobar Saldarriaga. Nunca antes, nunca después la Copa fue tan trágica.

Por: Fernando Araújo Vélez
Tomado de: blogs.elespectador.com

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