Crónicas del Rio Cimitarra: un viaje a las selvas del Nordeste Antioqueño y Sur de Bolívar
Por: Marco Vinicio Pinzón
“… No ando con luces prestadas para alumbrar mi camino,
Pues la luz de mi destino es una estrella muy viva,
Es una estrella colectiva de obreros y campesinos”
Macias el Cantor de Lejanías
La primera vez que llegue al valle del río Cimitarra por las casualidades del destino, me encontré un día en Barrancabermeja: ciudad extraña, caliente, que huele a petróleo, cuna de movimientos sociales; donde trabajadores, mujeres y campesinos empezaron sus luchas. Remontamos el río grande de la Magdalena, hacia San Pablo cogemos un brazo lateral para llegar al Río Cimitarra; 40 grados de temperatura, en la mitad de la manigua; selva de tigre, territorio inexplorado a donde fueron llegando colonos de todas las violencias desarraigados, de cuando mataron a Gaitán, cuando el pacto de Chicoral, de cuando la “contrarreforma” agraria de Lleras y López, llegaron de todos lados.
Los últimos vinieron de Córdoba, del Urabá, de Puerto Boyacá, Puerto Berrio, de los puertos sobre el Bajo Cauca y el río Magdalena o Yuma (como lo nombraron los Yariguíes, indios bravos exterminados por Mr. Isaccson y La Trocco Oil Compañy). Tierras que se llenaron de plaga, alianza corrupta latifundista, electorera, militarista, narco y empresarial que desoló estas regiones de pescadores y labriegos; llegaron desplazados por la pobreza, por las violencias, buscando mejores oportunidades.
Mineros, campesinos, negros e indios se adentraron en tierra virgen, abriendo trochas poblaron este territorio entre el nordeste Antioqueño y el Sur de Bolívar. La Serranía de San Lucas, montaña de oro atrajo todos los intereses, coca y oro se juntaron en la guerra, una guerra que los persiguió hasta el Cimitarra, que nunca los deja; Militares-Paramilitares que los han perseguido desde siempre por organizarse. La guerrilla siempre a estado ahí, pero los muertos los ponen ellos, los que no se resignan a dejar esta tierra, donde llegaron huyéndole al terror del Hambre y de las Balas.
Llegamos una tarde de Junio a la aldea comunitaria de Puerto Matilde; nos reunimos en un encuentro internacional sobre Conflicto, coca y Derechos Humanos convocado por la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (ACVC), éramos 700 personas, de toda Colombia, de varios países, nos sentamos a debatir sobre el conflicto, las fumigaciones, las persecuciones. Pero también llegamos para hablar de la esperanza, de cómo poder vivir dignamente en medio del conflicto, con soberanía alimentaria; como extraer recursos para subsistir, sin acabar con la naturaleza; llegamos para bailar y cantar, en medio de la tristeza y la alegría que siempre se juntan en estos parajes.
La ACVC “representa” a miles de campesinos, sus reivindicaciones por la permanencia en el territorio y las posibilidades reales de una vida digna, sus luchas convergen en la Zona de Reserva Campesina (ZRC) figura equivalente a los resguardos indígenas y a los territorios colectivos para comunidades negras. La ZRC busca regular la propiedad de la tierra en áreas de colonización y expropiación terrateniente que en el Magdalena Medio son una constante histórica; además pretenden la autonomía y soberanía alimentaria, una mínima inversión social y económica (hasta ahora inexistente), la conservación de ecosistemas sensibles y la restricción a la extracción indiscriminada y a gran escala de recursos naturales principalmente minería, maderas y algunas especies; por último la sustitución concertada de cultivos de uso ilícito.
El camino de la ACVC se inició hace décadas con el movimiento popular del magdalena medio, con las ligas campesinas, la propuesta silenciada de la UP; con las marchas del 96 y el éxodo del 98, que movilizaron en el magdalena medio 10 y 15 mil campesinos respectivamente, junto a miles en otras regiones del país (Caquetá, Guaviare y Putumayo). Solo la presión nacional e internacional y la pacífica toma de colegios, universidades y parques en el puerto petrolero de Barranca lograron sentar al gobierno nacional con los líderes campesinos. Primero el ministro Serpa y luego los representantes de Pastrana en el 96 y 98 respectivamente. Se buscaba una salida a la represión militar-paramilitar, a las fumigaciones indiscriminadas, se buscaban soluciones a la ausencia total del estado en materia social.
Acuerdos firmados, pactos incumplidos, los dos gobiernos al contrario mantuvieron la política de interdicción y peor aún, mientras se realizaban los diálogos en el Caguan, varios lideres que habían participado de las negociaciones en Barranca, cayeron abatidos por paramilitares de la mano del terrorismo de estado, cientos de campesinos fueron asesinados en el sur de Bolívar luego del retorno voluntario del 98, con la esperanza de tener al menos por un tiempo algo de tranquilidad. En 2002 se instaura la ZRC del Valle del río Cimitarra la cual se suspendió en 2003 por presiones de latifundistas, alcaldes locales y el senador de esa época Carlos Arturo Clavijo, (paraco condenado según las ultimas actuaciones de la justicia) generando una campaña de estigmatización y persecución permanente.
Vinieron mas marchas en 2001,2004, 2006, 2007 las pretensiones fueron y serán las mismas. En 2007 incluso el presidente Uribe llego a Barranca y se sentó con los campesinos, otra vez se firmo un acuerdo que se centraba en la no persecución y militarización de la región, inversión para la gente, no para la guerra y el levantamiento de la suspensión de la zona de reserva Campesina. Unos meses más tarde dictaban orden de captura a 14 dirigentes de la ACVC, 6 encarcelados y el resto en ruptura y desobediencia con el sistema judicial que siempre los ha perseguido, pero nunca ha aclarado las muertes de cientos de campesinos en la región, en el sur de Bolívar las cosas siguen igual o peor ya no se puede decir. La zona de Manilas, la región de Guamocó mucho oro, mucha bala, familias que aprendieron a vivir entre el miedo y la alegría a ritmo de Vallenato en Barranca o San Pablo, a ritmo de trova en Remedios.
Mi recorrido con los campesinos del Valle del río Cimitarra está lleno de aprendizajes, de tristezas por los compañeros que ya no están, por la vida que les toco vivir, pero también de esperanza cuando miro arrear las mulas en la selva, cuando miro junto a hombres, mujeres y niños a las tortugas asoleándose a medio día en el río.
En este camino me he encontrado y he aprendido tantas cosas de muchas personas, músicos a los que les he aplaudido sus trovas y decimas, de las mujeres con las que he pelado yuca y fritado la rica Guagua, de los arrieros con los que he amarrado la enjalma, de los pescadores que cuentan historias de Moanes y tabaco, de los mineros que hablan del oro que se le esconde al avaro, que esta maldito y algunas veces les trae miseria; de los raspachines con los que he raspado la mamacoca, maldecida por el progreso; de los negros con los que he jugado futbol y bailado champeta; de los evangélicos con los que he discutido sobre religiones y alienación.
Son muchas historias que contar, de un camino que apenas se empieza a tejer, algunos dirán que estas cosas nunca se verán en la academia, pero una buena parte de lo que he aportado en esta región viene de la universidad publica, los cineclubes, los debates de filosofía política, de las enseñanzas de profesores y maestros, de las jornadas libertarias que realizamos. Es un encuentro de saberes que ha permitido llevar al rio cimitarra otras visiones del mundo, del país, de la política; donde personajes de distintos orígenes han participado. Pero también han llevado mensajes y visiones de una comunidad sobreviviente a muchas ciudades en Colombia y el mundo.
Marco Vinicio Pinzón
Bogota Noviembre 2008
viernes, 7 de noviembre de 2008
CRÓNICAS DEL RIO CIMITARRA: UN VIAJE A LAS SELVAS DEL NORDESTE ANTIOQUEÑO Y SUR DE BOLÍVAR
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