martes, 3 de febrero de 2009

PESO Y PESOS DE LA GUERRA

Peso y pesos de la guerra

Por: Alfredo Molano Bravo
SE ACLARA EL SENTIDO DE LA GUErra si se cruzan informaciones públicas que el Gobierno ha ido dejando colar en los medios.
Con los muchos millones del impuesto que pagan los ricos —clavo que saben trasladar a los pobres—, el Ministro de Defensa va a comprar todos los juguetes que pueda: aviones Kfir, aviones no tripulados, aviones nodriza, submarinos, fragatas, más helicópteros, más patrulleras, más tanques. Uno de los abastecedores más destacados, Israel, nos ha hecho el honor de instalar en el país la fábrica de fusiles Galil, con lo que quedó nuestra industria militar, Indumil, como el único productor de estas armas en el universo. ¡Una campaña electoral cuesta mucho!

El arsenal no debería pasar inadvertido para nuestros vecinos. En la frontera con Ecuador operará el Comando Sur, bautizado así con la originalidad que caracteriza al Gobierno, y que les llena la boca de gozo a los generales. Un plagio humillante. Venezuela no debe parpadear. Siendo Israel uno de los asesores permanentes en materias militares y crímenes de guerra, y además, uno de los proveedores más activos del gobierno Uribe-Santos, nuestros vecinos deberían tener muy presentes las criminales operaciones en Gaza.

El Batallón Colombia, que tiene entre sus glorias la matanza de estudiantes en junio de 1954, lleva 30 años 89 contingentes observando la frontera entre Egipto e Israel. No tiene orden de disparar, sino de mirar con binoculares el desierto. No obstante, y para que no se diga que es un paseo, en la reciente invasión a Gaza, el Batallón tuvo acuartelamiento de primer grado, atento a que Israel, el socio bélico de Colombia, se desmandara. No pasó, por supuesto. Es una fuerza de caché y para los niños de caché. Allí pagan servicio militar los hijos de los padres que pagan el impuesto de guerra. Un buen negocio: cumplen con la patria, aprenden inglés y viajan por Europa. Sin ser tan bueno, los niños bien pueden prestar servicio militar también en el Batallón Guardia Presidencial, donde se aprende a tocar el pífano y los triángulos, pero no se aprende inglés porque los reclutas suelen saberlo habiendo egresado de colegios bilingües, calendario B. En las colas de dos o tres kilómetros que se vieron en estos días por El Campín para remisos, seguramente había pocos hijos de apellido aristocrático porque sus padres saben cómo y dónde pagar.

Con todos estos subterfugios, la guerra nunca los tocará en carne propia. Les permite viajar seguros en sus blindadas 4 x 4 a la Costa Atlántica y a Anapoima. Y hacer buenos negocios, muchos con estructuras militares y afines. Siendo así la cosa, ¿para qué paz? ¡Pamplinas! En realidad de verdad, ellos no tienen problema. El problema es el que hereda el país: un presupuesto militar que se come entre el 5 y el 6% del PIB —las cifras de guerra son siempre secretas—: medio millón de hombres armados hasta los dientes. Se trata de una formidable fuerza militar que maneja el más grande interés económico del país, que posee el mayor poder político y, por supuesto, electoral. Juan Manuel es candidato a fuerza de esta fuerza.

Queda dándome vueltas una pregunta: ¿Está el país seguro de que el tamaño alcanzado por la maquinaria militar permite ser controlada por un mando único central? ¿Cuáles son la escala y el alcance de las manzanas podridas, ovejas negras, águilas negras y demás casos excepcionales, cada día más regulares? Hay 1.000 militares investigados por la Procuraduría y 3.000 en la Fiscalía. Si se investigan los falsos positivos, ¿no será hora ya de entrar a establecer si las bombas y los atentados están emparentados o no con esos otros y monstruosos procedimientos de terror y poder mediático? Porque la coincidencia entre acercamientos de la llamada sociedad civil con las guerrillas y el estallido de bombas parece tener un chi cuadrado muy alto.

Mirando hacia delante y soñando: ¿cómo se defendería un gobierno democrático de semejante espada de Damocles?

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