(Tomado de “Diario íntimo de Jack el Destripador" de Koldo Campos Sagaseta y J.Kalvellido y editado por Tiempo de Cerezas)
Tras una semana en Estados Unidos he regresado a Santo Domingo. Definitivamente, si alguna duda tenía sobre la posibilidad de establecer mi residencia en ese país, ya ha quedado resuelta. Y es que visitar los Estados Unidos se ha convertido en una siniestra lotería en la que el azar puede transformar tus vacaciones en la peor de las pesadillas.
Y no lo digo únicamente por las probabilidades que tiene, quien se aventure a visitar ese país, de ser baleado por un escolar arrebatado o por un desquiciado pistolero, o el peligro de que se venga abajo el puente sobre el que pasa o se le inunde la ciudad en la que duerme o se lo lleve un repentino tornado o lo calcine un voraz incendio o muera atragantado con una galleta Prezzler.
Antes de exponerse uno a cualquiera de los riesgos citados hay que pasar por aduanas, y ese es uno de los principales peligros que se corre cuando llegas a los Estados Unidos y pones en manos de los funcionarios de Migración tu identificación y pertenencias.
Ya no es suficiente, al parecer, con quitarse los zapatos, el cinturón, la prótesis incluso, enmudecer todas las alarmas que amenazan pitar, vaciarse los bolsillos, desnudarse, consentir que te inspeccionen tus intimidades, que te sometan a la prueba de la parafina, que te efectúen un examen grafológico, entregar los documentos exigidos, presentar el boleto, las acreditaciones personales, el visado oportuno… Ahora también revisan información personal de los ordenadores portátiles, exigiendo la contraseña a quienes les infunden sospechas. Ni que decir tiene que los requisitos necesarios para convertirse en sospechoso pertenecen al secreto del sumario.
Tantas medidas de seguridad como adoptan, vulnerando derechos ciudadanos que, precisamente, son los que se enarbolan como pretexto para tanto ultraje, debieran al menos, haber rendido frutos, haber servido para detectar esos terribles terroristas que dicen amenazan su seguridad y su progreso.
Hasta la fecha, sin embargo, al margen de los miles de casos de simples ciudadanas y ciudadanos de todo el mundo, personas irreprochables, simples turistas, gente común, como yo mismo, que ha sido vejada, detenida, golpeada también, y expulsada de los Estados Unidos, o la detención por la alarma terrorista que en un aeropuerto estadounidense provocó un pasajero llamado Edward Kennedy, por cierto, senador de la República, no se conoce de mayores logros en el haber de tanta escrupulosa vigilancia.
A pesar del afán y la constancia con que copian, registran, graban y revisan, cualquier apellido sospechoso, cualquier origen o destino que les infunda dudas, incluyendo el pasaporte del actual presidente Barack Obama, registro que costó el empleo a tres simples funcionarios acusados de “curiosidad imprudente” e “inadecuadas maneras”, no se conoce de ninguna conjura internacional que haya sido detectada por tan hábiles funcionarios, no se sabe de ningún bárbaro terrorista que haya sido arrestado en sus fronteras.
Curiosamente, terroristas como Posada Carriles han estado entrando y saliendo de los Estados Unidos sin problema alguno. Y Carriles lo ha venido haciendo desde el siglo pasado, en avión y en barco, por Miami y por Nueva York, solo y acompañado. Ni siquiera el famoso formulario verde, ese que te pregunta si eres comunista, narcotraficante, terrorista o te dispones a matar a su presidente, lo pudo detectar.
En mi caso, era la primera visita a los Estados Unidos y no estaba dispuesto a dejarme vencer por el desánimo. A pesar de los contratiempos, de los malos ratos padecidos en el aeropuerto, de la desconsideración de que había sido objeto, me impuse la necesidad de aguantar cualquier ultraje y así lo hice. Necesitaba aprovechar mis vacaciones en Estados Unidos para relanzar mi carrera profesional, para volver, otra vez, al pináculo de la fama. Confiaba para ello en el poder y alcance de los medios de comunicación de los Estados Unidos que, a no dudar, darían la oportuna cobertura a mis brillantes ejecuciones en el país.
Sin embargo, luego de un primer día en el que destripé en apenas tres horas a un impresentable ejecutivo bancario y a un alto funcionario de un bufete de abogados, cuando me dispongo al día siguiente a leer en la prensa los pormenores de mi sacrificada labor, me encuentro con que un niño de seis años me ha robado los titulares y la portada luego de protagonizar una matanza de escolares en su guardería.
Frustrado por el silencio a que se ha remitido mi trabajo, vuelvo a la carga y, en una sola tarde, me llevo por delante en plena vía pública a seis integrantes de los Angeles del Infierno en la seguridad de que, ahora sí, iban los medios de comunicación a reseñar a ocho columnas mi brillante ejecución.
Pero se cruza en mi camino un bombardeo humanitario del ejército estadounidense en no recuerdo qué rincón del mundo y, de nuevo, mi arduo trabajo es relegado al ostracismo.
Desolado tras mi fracaso y luego de dos días de descanso, decido acometer un último ejercicio. En un frenético fin de semana destripo a la plana mayor del Ku-Kux-Klan.
Al día siguiente, cuando sintonizo los informativos buscando complacer mi narcisismo con el relato de mi extraordinaria exhibición, consternado descubro que todos los medios se están refiriendo a la muerte de una mosca a manos del presidente del país, delante de las cámaras de la televisión. Una y otra vez repiten la escena, incluso, a cámara lenta, para mejor recrear el momento en que Obama palmea al insecto, para que nadie se pierda el menor detalle del desplome de la mosca y su lenta agonía en el suelo, a los pies del presidente.
Un día más tarde abandoné los Estados Unidos.
De ahí que, y sólo es un consejo, a no ser que, inevitablemente, tenga usted que viajar a los Estados Unidos, acaso porque tiene un hijo estudiando en alguna de esas prestigiosas universidades que han hecho a Aznar rector honorífico y licenciado cum laude a George Bush, y quiera cerciorarse de que su hijo ha resultado ileso, no al francotirador del pupitre de al lado sino al propio sistema educativo, le recomiendo, encarecidamente, no viajar a los Estados Unidos.
Al fin y al cabo, bien puede disfrutar ese país por televisión, que no importa donde viva, siempre va a haber un canal, un periódico, una emisora, que le mantenga al tanto de las primarias, de las convenciones demócratas y republicanas, de la vida sexual del gobernador, de las becarias que recibe el presidente, del último triunfo de los Lakers, de la primera victoria de los Medias Rojas, de los premios de anoche, de la próxima gala, del nuevo concierto, del estreno de hoy.
Gracias a la pantalla mágica y a “Nacional Geografic”, no tiene que viajar a Estados Unidos para conocer el cañón del Colorado o las cataratas del Niágara. Tampoco tiene que ir a Las Vegas para entrar en un casino, a Nueva Orleáns o lo que quede de ella para escuchar buen jazz, o a Miami si es un apasionado de la Helmintología. (1)
Haga lo que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, deje que sea la televisión la que le muestre su país. Mejor quédese en su casa o visite cualquier otra patria donde llamar a la puerta no sea un delito y no opaque su identidad o trayectoria la muerte de una mosca.
(1)-Helmintología: Ciencia que estudia el comportamiento de los gusanos.
KOLDO CAMPOS SAGASETA
Tomado de: www.kaosenlared.net
Tras una semana en Estados Unidos he regresado a Santo Domingo. Definitivamente, si alguna duda tenía sobre la posibilidad de establecer mi residencia en ese país, ya ha quedado resuelta. Y es que visitar los Estados Unidos se ha convertido en una siniestra lotería en la que el azar puede transformar tus vacaciones en la peor de las pesadillas.
Y no lo digo únicamente por las probabilidades que tiene, quien se aventure a visitar ese país, de ser baleado por un escolar arrebatado o por un desquiciado pistolero, o el peligro de que se venga abajo el puente sobre el que pasa o se le inunde la ciudad en la que duerme o se lo lleve un repentino tornado o lo calcine un voraz incendio o muera atragantado con una galleta Prezzler.
Antes de exponerse uno a cualquiera de los riesgos citados hay que pasar por aduanas, y ese es uno de los principales peligros que se corre cuando llegas a los Estados Unidos y pones en manos de los funcionarios de Migración tu identificación y pertenencias.
Ya no es suficiente, al parecer, con quitarse los zapatos, el cinturón, la prótesis incluso, enmudecer todas las alarmas que amenazan pitar, vaciarse los bolsillos, desnudarse, consentir que te inspeccionen tus intimidades, que te sometan a la prueba de la parafina, que te efectúen un examen grafológico, entregar los documentos exigidos, presentar el boleto, las acreditaciones personales, el visado oportuno… Ahora también revisan información personal de los ordenadores portátiles, exigiendo la contraseña a quienes les infunden sospechas. Ni que decir tiene que los requisitos necesarios para convertirse en sospechoso pertenecen al secreto del sumario.
Tantas medidas de seguridad como adoptan, vulnerando derechos ciudadanos que, precisamente, son los que se enarbolan como pretexto para tanto ultraje, debieran al menos, haber rendido frutos, haber servido para detectar esos terribles terroristas que dicen amenazan su seguridad y su progreso.
Hasta la fecha, sin embargo, al margen de los miles de casos de simples ciudadanas y ciudadanos de todo el mundo, personas irreprochables, simples turistas, gente común, como yo mismo, que ha sido vejada, detenida, golpeada también, y expulsada de los Estados Unidos, o la detención por la alarma terrorista que en un aeropuerto estadounidense provocó un pasajero llamado Edward Kennedy, por cierto, senador de la República, no se conoce de mayores logros en el haber de tanta escrupulosa vigilancia.
A pesar del afán y la constancia con que copian, registran, graban y revisan, cualquier apellido sospechoso, cualquier origen o destino que les infunda dudas, incluyendo el pasaporte del actual presidente Barack Obama, registro que costó el empleo a tres simples funcionarios acusados de “curiosidad imprudente” e “inadecuadas maneras”, no se conoce de ninguna conjura internacional que haya sido detectada por tan hábiles funcionarios, no se sabe de ningún bárbaro terrorista que haya sido arrestado en sus fronteras.
Curiosamente, terroristas como Posada Carriles han estado entrando y saliendo de los Estados Unidos sin problema alguno. Y Carriles lo ha venido haciendo desde el siglo pasado, en avión y en barco, por Miami y por Nueva York, solo y acompañado. Ni siquiera el famoso formulario verde, ese que te pregunta si eres comunista, narcotraficante, terrorista o te dispones a matar a su presidente, lo pudo detectar.
En mi caso, era la primera visita a los Estados Unidos y no estaba dispuesto a dejarme vencer por el desánimo. A pesar de los contratiempos, de los malos ratos padecidos en el aeropuerto, de la desconsideración de que había sido objeto, me impuse la necesidad de aguantar cualquier ultraje y así lo hice. Necesitaba aprovechar mis vacaciones en Estados Unidos para relanzar mi carrera profesional, para volver, otra vez, al pináculo de la fama. Confiaba para ello en el poder y alcance de los medios de comunicación de los Estados Unidos que, a no dudar, darían la oportuna cobertura a mis brillantes ejecuciones en el país.
Sin embargo, luego de un primer día en el que destripé en apenas tres horas a un impresentable ejecutivo bancario y a un alto funcionario de un bufete de abogados, cuando me dispongo al día siguiente a leer en la prensa los pormenores de mi sacrificada labor, me encuentro con que un niño de seis años me ha robado los titulares y la portada luego de protagonizar una matanza de escolares en su guardería.
Frustrado por el silencio a que se ha remitido mi trabajo, vuelvo a la carga y, en una sola tarde, me llevo por delante en plena vía pública a seis integrantes de los Angeles del Infierno en la seguridad de que, ahora sí, iban los medios de comunicación a reseñar a ocho columnas mi brillante ejecución.
Pero se cruza en mi camino un bombardeo humanitario del ejército estadounidense en no recuerdo qué rincón del mundo y, de nuevo, mi arduo trabajo es relegado al ostracismo.
Desolado tras mi fracaso y luego de dos días de descanso, decido acometer un último ejercicio. En un frenético fin de semana destripo a la plana mayor del Ku-Kux-Klan.
Al día siguiente, cuando sintonizo los informativos buscando complacer mi narcisismo con el relato de mi extraordinaria exhibición, consternado descubro que todos los medios se están refiriendo a la muerte de una mosca a manos del presidente del país, delante de las cámaras de la televisión. Una y otra vez repiten la escena, incluso, a cámara lenta, para mejor recrear el momento en que Obama palmea al insecto, para que nadie se pierda el menor detalle del desplome de la mosca y su lenta agonía en el suelo, a los pies del presidente.
Un día más tarde abandoné los Estados Unidos.
De ahí que, y sólo es un consejo, a no ser que, inevitablemente, tenga usted que viajar a los Estados Unidos, acaso porque tiene un hijo estudiando en alguna de esas prestigiosas universidades que han hecho a Aznar rector honorífico y licenciado cum laude a George Bush, y quiera cerciorarse de que su hijo ha resultado ileso, no al francotirador del pupitre de al lado sino al propio sistema educativo, le recomiendo, encarecidamente, no viajar a los Estados Unidos.
Al fin y al cabo, bien puede disfrutar ese país por televisión, que no importa donde viva, siempre va a haber un canal, un periódico, una emisora, que le mantenga al tanto de las primarias, de las convenciones demócratas y republicanas, de la vida sexual del gobernador, de las becarias que recibe el presidente, del último triunfo de los Lakers, de la primera victoria de los Medias Rojas, de los premios de anoche, de la próxima gala, del nuevo concierto, del estreno de hoy.
Gracias a la pantalla mágica y a “Nacional Geografic”, no tiene que viajar a Estados Unidos para conocer el cañón del Colorado o las cataratas del Niágara. Tampoco tiene que ir a Las Vegas para entrar en un casino, a Nueva Orleáns o lo que quede de ella para escuchar buen jazz, o a Miami si es un apasionado de la Helmintología. (1)
Haga lo que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, deje que sea la televisión la que le muestre su país. Mejor quédese en su casa o visite cualquier otra patria donde llamar a la puerta no sea un delito y no opaque su identidad o trayectoria la muerte de una mosca.
(1)-Helmintología: Ciencia que estudia el comportamiento de los gusanos.
KOLDO CAMPOS SAGASETA
Tomado de: www.kaosenlared.net
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