Las bases militares que instalará Estados Unidos en Colombia, lo mismo que su IV Flota, dan mucho de que hablar.
Y, sobre todo, de qué callar. El despelote con los vecinos colombianos comenzó, precisamente, por esos asuntos, de los cuales el pueblo se enteró por una revelación periodística y no por los canales regulares. Es decir, el gobierno colombiano enmudeció y no anunció ni explicó la situación a aquello que se denomina el “constituyente primario”.
Si en realidad se trataba de una “cooperación militar” entre Estados Unidos y Colombia, por qué no difundirla; por qué, por ejemplo, no decirla con toda la teatralidad en algún consejo comunal, que a Uribe le gustan más que recibir preguntas de los periodistas.
Después vino el hallazgo de unos cohetes en posesión de las Farc, que Venezuela le había comprado a Suecia. Y al mondongo entonces se le agregaron otros ingredientes. Principiaron la vociferación del presidente venezolano, la congelación de relaciones con Colombia, el tira y afloje diplomático, las entrevistas periodísticas y toda una suerte de puesta en escena, de las que muchos ya están hasta el cogote.
Todavía el gobierno colombiano no ha explicado a fondo lo de las siete bases militares gringas; ha bautizado el episodio como una “cooperación”, pero, a las claras, lo que se nota es, de un lado, la injerencia estadounidense en los asuntos internos de Colombia y, del otro, que la soberanía es como una mercancía: se vende, se compra, se puede feriar.
Todo parece indicar que Colombia (algunos lo han calificado como el Israel de Suramérica) sigue siendo punta de lanza de la política exterior norteamericana y de sus ansias hegemónicas en el continente. Que el gobierno nacional es un peón de la estrategia militar de Washington por el control del orbe y, en particular, por sus ganas de recolonizar el subcontinente.
El vecindario, como decir Venezuela, Ecuador, Bolivia, interpretó lo de las bases militares como una acción hostil y como parte de una política de “reconquista” de esos territorios, tradicionalmente potreros de los Estados Unidos. Aquí, en la visión oficial intencionalmente cándida, sólo se trata de ayuda norteamericana; de una especie de obra caritativa, porque es que la Casa Blanca es muy servicial y filantrópica y sólo quiere prestar sus buenos oficios contra el narcotráfico y el terrorismo.
Y volvemos al silencio, tan necesario en música, pero tan sospechoso en política. Tal vez Uribe recordó los versos patrioteros de don Miguel Antonio Caro: “patria, te adoro en mi silencio mudo…”, y entonces ante el bullerengue de los vecinos, salió en “gira muda” a explicar (¿con gestos de mimo?) el cuento de las bases militares. Sin embargo, nada le ha dicho al pueblo colombiano.
¿No es raro que el Presidente, casi siempre tan fogoso, enmudezca hacia adentro? Bueno, tal vez el antecedente mayor fue cuando perdió el referendo al principio de su primer mandato. El hecho lo dejó sin habla varios días. Pero, ahora, ¿qué fue lo que negoció el gobierno colombiano con los Estados Unidos para permitirle siete bases militares? ¿Aprobación del TLC? ¿La reelección?
El delicado asunto de las bases militares norteamericanas en Colombia ha generado no sólo un cuestionamiento a fondo en sectores de oposición en el país, sino un chispero internacional, que tiene en vilo las relaciones con Venezuela y Ecuador. ¿Acaso será eso lo que quiere Obama? Lo que sí está claro es que Estados Unidos, con Obama o sin él, sigue teniendo intereses estratégicos en América Latina, y Colombia (su gobierno) sigue siendo su perrito faldero.
Así como la gritería de Chávez es poco amistosa, la instalación de bases militares norteamericanas en Colombia envía un mensaje inamistoso a otros países que de alguna manera intentan sacudirse la coyunda estadounidense. Y a todas éstas, como lo señalaba alguien, cuando los gobiernos pelean, los que padecen son los pueblos.
¡Ah!, y volviendo al “silencio mudo” de Uribe, parece que sigue a pie juntillas a don Miguel Antonio y “lo que lengua mortal decir no pudo”.
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com
Imagen: uribestiario.wordpress.com
Y, sobre todo, de qué callar. El despelote con los vecinos colombianos comenzó, precisamente, por esos asuntos, de los cuales el pueblo se enteró por una revelación periodística y no por los canales regulares. Es decir, el gobierno colombiano enmudeció y no anunció ni explicó la situación a aquello que se denomina el “constituyente primario”.
Si en realidad se trataba de una “cooperación militar” entre Estados Unidos y Colombia, por qué no difundirla; por qué, por ejemplo, no decirla con toda la teatralidad en algún consejo comunal, que a Uribe le gustan más que recibir preguntas de los periodistas.
Después vino el hallazgo de unos cohetes en posesión de las Farc, que Venezuela le había comprado a Suecia. Y al mondongo entonces se le agregaron otros ingredientes. Principiaron la vociferación del presidente venezolano, la congelación de relaciones con Colombia, el tira y afloje diplomático, las entrevistas periodísticas y toda una suerte de puesta en escena, de las que muchos ya están hasta el cogote.
Todavía el gobierno colombiano no ha explicado a fondo lo de las siete bases militares gringas; ha bautizado el episodio como una “cooperación”, pero, a las claras, lo que se nota es, de un lado, la injerencia estadounidense en los asuntos internos de Colombia y, del otro, que la soberanía es como una mercancía: se vende, se compra, se puede feriar.
Todo parece indicar que Colombia (algunos lo han calificado como el Israel de Suramérica) sigue siendo punta de lanza de la política exterior norteamericana y de sus ansias hegemónicas en el continente. Que el gobierno nacional es un peón de la estrategia militar de Washington por el control del orbe y, en particular, por sus ganas de recolonizar el subcontinente.
El vecindario, como decir Venezuela, Ecuador, Bolivia, interpretó lo de las bases militares como una acción hostil y como parte de una política de “reconquista” de esos territorios, tradicionalmente potreros de los Estados Unidos. Aquí, en la visión oficial intencionalmente cándida, sólo se trata de ayuda norteamericana; de una especie de obra caritativa, porque es que la Casa Blanca es muy servicial y filantrópica y sólo quiere prestar sus buenos oficios contra el narcotráfico y el terrorismo.
Y volvemos al silencio, tan necesario en música, pero tan sospechoso en política. Tal vez Uribe recordó los versos patrioteros de don Miguel Antonio Caro: “patria, te adoro en mi silencio mudo…”, y entonces ante el bullerengue de los vecinos, salió en “gira muda” a explicar (¿con gestos de mimo?) el cuento de las bases militares. Sin embargo, nada le ha dicho al pueblo colombiano.
¿No es raro que el Presidente, casi siempre tan fogoso, enmudezca hacia adentro? Bueno, tal vez el antecedente mayor fue cuando perdió el referendo al principio de su primer mandato. El hecho lo dejó sin habla varios días. Pero, ahora, ¿qué fue lo que negoció el gobierno colombiano con los Estados Unidos para permitirle siete bases militares? ¿Aprobación del TLC? ¿La reelección?
El delicado asunto de las bases militares norteamericanas en Colombia ha generado no sólo un cuestionamiento a fondo en sectores de oposición en el país, sino un chispero internacional, que tiene en vilo las relaciones con Venezuela y Ecuador. ¿Acaso será eso lo que quiere Obama? Lo que sí está claro es que Estados Unidos, con Obama o sin él, sigue teniendo intereses estratégicos en América Latina, y Colombia (su gobierno) sigue siendo su perrito faldero.
Así como la gritería de Chávez es poco amistosa, la instalación de bases militares norteamericanas en Colombia envía un mensaje inamistoso a otros países que de alguna manera intentan sacudirse la coyunda estadounidense. Y a todas éstas, como lo señalaba alguien, cuando los gobiernos pelean, los que padecen son los pueblos.
¡Ah!, y volviendo al “silencio mudo” de Uribe, parece que sigue a pie juntillas a don Miguel Antonio y “lo que lengua mortal decir no pudo”.
Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com
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