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martes, 29 de junio de 2010

La CGT del lado del gobierno y en contra de los trabajadores


Durante la 99º Conferencia de la OIT, realizada este mes en Ginebra – Suiza, el presidente de la Confederación General del Trabajo, CGT, Julio Roberto Gómez, manifestó su apoyo a la candidatura de Juan Manuel Santos, quien fue ministro de defensa durante el gobierno de Álvaro Uribe, caracterizado por perseguir, estigmatizar e impedir el desarrollo de la organización sindical y que convirtió al país en el lugar más peligroso del mundo para ejercer esta actividad gremial.

Además, según lo manifestaron los dirigentes que conformaron la delegación de la Conferencia de la OIT, a pesar de que el documento que presentó la CGT en Suiza pedía la inclusión de Colombia en la lista de los 25 países cuestionados por las violaciones a los derechos laborales, en sus intervenciones públicas Gómez defendió fue el esfuerzo del gobierno y la mejoría en la situación de los trabajadores.

La decisión final de la OIT fue retirar a Colombia de esta lista, desconociendo la grave situación de seguridad y las precarias condiciones laborales que sufren los trabajadores colombianos. Éste se convertirá en el principal argumento que esgrimirá el gobierno colombiano ante el mundo para buscar que los congresos y parlamentos de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea aprueben los Tratados de Libre Comercio, que justamente estaban congelados por las sistemáticas violaciones de los derechos humanos y laborales.

La razón principal de la adhesión de Julio Roberto Gómez a la candidatura de Santos es que su vicepresidente es “el compañero Angelino Garzón, caracterizado dirigente sindical y quien como Ministro de Trabajo, como Gobernador del Valle del Cauca y como Embajador de Colombia ante Naciones Unidas con sede en Ginebra Suiza, siempre fue leal al sindicalismo”, según lo afirmó el propio dirigente sindical. Angelino Garzón, al servicio del gobierno de Álvaro Uribe, ha trabajado por la aprobación de los TLC, poniéndose en contra de los intereses de los trabajadores colombianos, y del lado de las transnacionales y del sector financiero global.

Lamentamos esta decisión del presidente de la CGT, quien a comienzos de este año, sin explicación alguna, retiró a la Central de la Red Colombiana de Acción Frente al Libre Comercio, RECALCA, espacio amplio, democrático y plural de lucha contra los TLC. Ahora se pone del lado de Juan Manuel Santos y Angelino Garzón, quienes han prometido respaldar la instalación de al menos siete bases militares gringas en Colombia y aprobar los TLC que terminarán de sumir al país en el atraso y el subdesarrollo.

Hacemos un llamado a las bases sindicales del país y a todas las organizaciones sociales y de oposición, a redoblar esfuerzos frente a la sociedad colombiana y la comunidad mundial, para que se sepa que Colombia es el país con la mayor tasa de desempleo en América Latina, con la mayor tasa de informalidad, con condiciones de trabajo indignas y donde sus líderes sindicales sufren persecución y asesinatos como en ninguna otra nación en la tierra. Denunciamos que, usando un pequeño sector del sindicalismo, la clase dirigente colombiana quiere engañar a los congresos de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, para que aprueben los TLC aún cuando la situación de derechos humanos y laborales en Colombia es cada día peor.

Por: Red Colombiana de Acción Frente al Libre Comercio
Tomado de: prensarural.org

viernes, 31 de julio de 2009

Reelección y TLC

Como lo dijo alguna vez el Presidente de la República, la política tiene mucho de farsa. Otros, más callejeros, dirán que es una damisela que se entrega al mejor postor.

Y recuerdo estos asuntos porque con tantas idas y vueltas del mandatario colombiano a los Estados Unidos, sobre todo aquellas referidas a la aprobación del TLC, cualquiera pudiera creer que la visita de hace un mes a Obama tiene más fondo del que aparenta.

No es coincidencial, por ejemplo, que tras el encuentro de Uribe con Obama, se hubiera sabido, sin que hubiera sido una noticia promovida por palacio, lo de las bases militares, el acuerdo secreto, la disposición oficial de pasarse por el bozo la Constitución con tal de servirle a la metrópoli, en fin. Ya sabemos hasta la hartura que los Estados Unidos no tienen amigos sino intereses. Y muchos de éstos, se hallan en Colombia, país que la superpotencia tiene desde hace años como cabeza de playa y solarcito no propiamente de veraneo.

Me parece que no es gratuito que en aquella reunión, el presidente estadounidense hubiera recordado que George Washington no duró más de ocho años en el poder. Quizá se trataba menos de una insinuación democrática que de un posible negocio, que puede ir más allá de la aprobación del TLC. Éste, como lo advirtió Bush unas semanas antes de terminar su período, hace parte de la seguridad de los Estados Unidos.

Por estos días, en una entrevista internacional, el vicepresidente Francisco Santos dijo que en menos de mes y medio se sabrá si Uribe aspira a una nueva reelección. Pero cómo se pudiera dar ésta, si en el caso del referendo reeleccionista ya se le “empatanó” la ambición, por estar plagado de vicios. Desde el punto de vista legal, tal referendo carece de pies y cabeza. Entonces, según las pistas que desde hace tiempos da Uribe, habría que provocar una hecatombe.

Hasta hace poco, el gobierno colombiano se negaba a reconocer una recesión económica. Al finalizar 2008, se decía a boca llena que el país estaba blindado contra la crisis económica internacional; sin embargo, las cifras, incluidas las proporcionadas por Planeación Nacional, indican que el país anda por los caminos de la crisis, que se nota no sólo en los menguados bolsillos de la gente, sino, por ejemplo, en la industria.

Entonces, para convencer ahora a la Casa Blanca sobre las “bondades” del Tratado de Libre Comercio, el gobierno colombiano ha comenzado una nueva feria de privatizaciones en campos como la minería, la producción y los servicios. Incluso, y pese a la inconstitucionalidad del Estatuto de Desarrollo Rural, se explora la posibilidad de que firmas extranjeras se adueñen de grandes extensiones agrícolas en el país.

Sobre esta materia, ya la FAO ha advertido que la compra de tierras de parte de transnacionales en países pobres, “puede ser extremadamente peligrosa para la seguridad alimentaria, pues aumenta la dependencia de las poblaciones locales de los volátiles e inseguros mercados internacionales”. Así que lo que se ve venir, en caso de aprobarse el TLC como está concebido, es un atentado contra la seguridad alimentaria de Colombia.

El caso es que el gobierno de Uribe tiene que seguir dando muestras de entregar el país a las multinacionales y abrir más el territorio a las bases gringas, si desea TLC. En cuanto a lo de los derechos humanos y el respeto a los sindicalistas, que era una petición de los demócratas, es asunto secundario, porque aquí continúan las violaciones en esos campos.

Acordémonos que todos esos buenos oficios, pueden ser bien retribuidos, o con un puesto en una entidad financiera internacional, como decir el Banco Mundial, el Fondo Monetario, y así, o con cederle el espacio a un adlátere de Uribe para que prosiga con su obra, consistente en cuidar mimosamente los intereses de las transnacionales. O, pese a todo, con otra reelección, que como se sabe la política es una farsa y George Washington bien puede seguir durmiendo.


Por: Reinaldo Spitaletta
Tomado de: www.elespectador.com

martes, 10 de marzo de 2009

Álvaro Uribe: Tapando el sol con las manos.

En el Consejo Comunal número 224, del sábado 14 de febrero, efectuado en Samacá, Boyacá, el presidente, Álvaro Uribe Vélez, afirmó: “Creo que es injusto. Simplemente por odio político, ir a Estados Unidos a desfigurar la verdad (…)

En el Consejo Comunal número 224, del sábado 14 de febrero, efectuado en Samacá, Boyacá, el presidente, Álvaro Uribe Vélez, afirmó: “Creo que es injusto. Simplemente por odio político, ir a Estados Unidos a desfigurar la verdad (…) El gobierno nuestro lo único que pide es que se diga la verdad, imparcialmente. Nosotros no desconocemos lo que hace falta, pero también pedimos que se reconozca lo avanzado (…) Nosotros no necesitamos que Estados Unidos, ni ningún país, nos exijan (sic) proteger a nuestros trabajadores (…) ¿Entonces que van a hacer un daño al TLC? Sí. Seguramente termina nuestro Gobierno y pueden decir: ‘No dejamos que a Uribe le aprobaran el TLC’. Pero ese no es un daño a mí. Es a Colombia. Yo, por lo menos, buscaré hacer todas las gestiones para tener la conciencia tranquila”

El presidente se refería a las persistentes críticas que ha recibido de diferentes sectores, incluidos algunos del Congreso norteamericano, sobre su negligencia para proteger la vida de dirigentes sindicales, la impunidad en innumerables casos de homicidio, la vulneración de otros derechos como la libertad de asociación, y a la incidencia que esto ha tenido en la negativa del Parlamento estadounidense a aprobar el Tratado de Libre Comercio, TLC, suscrito por los dos gobiernos en 2006. Por lo demás —como lo han demostrado las casi dos décadas de aplicación de la apertura en Colombia, durante las cuales han pasado por la Casa Blanca los Bush y los Clinton—, el libre comercio, impulsado a cual más por ambos, se yergue sobre la máxima explotación de la mano de obra.

La declaración presidencial rebosa cinismo, ya que es difícil que alguien iguale el récord de Uribe en el pisoteo de los derechos individuales y colectivos de los asalariados, no en su protección.

Desde el comienzo de su presidencia, estos vienen resintiendo la merma de los ingresos por la disminución de los recargos de las horas extras, la jornada nocturna, los dominicales y festivos, el monto irrisorio de la indemnización por despido; y soportando mayores recortes mensuales, por una parte para cubrir unos servicios de salud cuyo distintivo siniestro es el “paseo de la muerte” y, por otra, para anticipar el pago de una jubilación incierta debido al cúmulo de nuevos requisitos para alcanzarla. Los varios billones de pesos apañados a los proletarios por las reformas laborales y pensionales de 2002 explican en gran medida las abultadas ganancias reportadas en los últimos años por la banca, el gran comercio, las multinacionales con asiento en el país, las empresas privatizadas de servicios públicos y, naturalmente, han llenado de complacencia a la patronal de todos los tamaños.

Pero, Uribe ha pretendido ir aún más lejos. A lo largo de su mandato ha procurado la supresión del salario y la pensión mínimos, objetivos que sólo abandona transitoriamente en las vísperas electorales.

Con la liquidación o reestructuración de entidades públicas suprimió decenas de miles de empleos y conculcó derechos adquiridos por los funcionarios, a la par que montó un andamiaje de nóminas paralelas manejadas como coto de caza por los politicastros de la coalición uribista.

La subcontratación se convirtió en el sistema predilecto de enganche. Entre 2002 y 2008 los trabajadores temporales aumentaron 27%, mientras los permanentes bajaron 15%. Además, el gobierno, que para tratar de suavizar los reclamos internos y externos, expide normas, dizque para controlar los desmanes de las llamadas Cooperativas de Trabajo Asociado, prohíja que en sectores enteros como el de la salud sólo se pueda acceder al empleo a través de esas entidades, y no se inmuta ante la evidencia de que en miles de firmas sea esta la forma exclusiva o principal de contratación.

Esta tala de las prerrogativas obreras efectuada en los seis largos años de gobierno uribista ha pretendido presentarse como la fórmula, por fin hallada, para reducir el desempleo, que azota a millones de colombianos; pero ya nadie discute que la desocupación ha crecido de manera alarmante, hasta la pasmosa cifra de 14% revelada en los últimos días. En realidad, la reducción de la paga contenía en germen la disminución de los puestos de trabajo dada su directa incidencia en la reducción masiva de la demanda de bienes y servicios por parte de los asalariados.

Infortunadamente, antes del necesario llamado a luchar, las cúpulas obreras optaron por el cabildeo para colgarle un articulito sibilino a las reformas de 2002, en el que constara que si los anunciados objetivos de generación de puestos de trabajo como consecuencia de ese despojo no se alcanzaban, el mismo Congreso restablecería la situación anterior. Vana ilusión, por decir lo menos.

Aunque no se han generalizado los enfrentamientos de las masas contra el régimen de la Seguridad Democrática, en parte por el amedrantamiento al que han sido sometidas, diversos sectores han librado vigorosas y ejemplares batallas. En estos casos ha salido a relucir otra de las facetas del uribismo: la más brutal represión, como debieron sufrirla los corteros de caña del Valle del Cauca, que fueron acosados y golpeados sistemáticamente por los escuadrones del Esmad, por osar exigirle a la oligarquía azucarera que los contratara directamente; o los indígenas que a lo largo de su Minga sufrieron el más aleve acoso militar, que en ocasiones llegó a tomar a los marchantes como objetivo de francotiradores; o el trato marcial dado a los empleados de la judicatura, mediante la declaratoria de la Conmoción Interior, por demandar el cumplimiento de las normas salariales y de ascenso expedidas por el propio gobierno.

Para no extenderse en hasta donde se han vulnerado los derechos colectivos, baste decir que nunca antes se habían ilegalizado tantos sindicatos, negado tanto registros sindicales, ni había sido tan parcial la parcialidad inveterada del Ministerio del ramo. Con razón a esta dependencia ha terminado por conocérsele como el Ministerio de la Protección Patronal.

Sobra decir, entonces, que está plenamente justificada la denuncia del oprobioso régimen en todos los escenarios posibles y necesarios, ante todo y principalmente ante los proletarios de las demás naciones del Norte y del Sur. Naturalmente que los asalariados únicamente deben cifrar sus anhelos de reivindicación en el despertar de su conciencia y en el fortalecimiento de sus organizaciones y su lucha, y no remplazar tan indispensables armas por los trapicheos parlamentarios o los litigios abogadiles, y mucho menos confiar la suerte de sus aspiraciones a las veleidades de cualquiera de las facciones en que se dividen las castas dominantes imperialistas, cuya diferencia de fondo estriba en cuál de ellas, en cada nueva jornada comicial, se convierte en la mayoría de la minoría dominante, para asumir la conducción de la formidable máquina estatal, mientras reduce a las otras a los “peladeros de la oposición”.
Pero faltaba más que quien, como Uribe, ha utilizado un afectado arrobamiento patrio para, entre otras maniobras, esconder su docilidad ante la Potencia del Norte, de la cual ha dado suficientes muestras, empezando por su vergonzoso apoyo a la invasión de Irak, hasta sus peregrinaciones mensuales a la Casa Blanca y el Capitolio, en pro de la aprobación del TLC, pasando por sus dadivosidades para ganarse la “confianza inversionista”, ahora quiera posar de desvelado paladín del obrerismo y de díscolo ante los Estados Unidos, debido a que el cúmulo de denuncias en su contra cada vez tiene más resonancia en las metrópolis, en donde ya se le ve como un típico sátrapa latinoamericano, uniformado de civil, de esos que, aunque útiles, se tornan incómodos a tal punto que se vuelve atractivo removerlos, para que todo siga igual.

Alejandro Torres.

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