miércoles, 29 de abril de 2009

Boletín de la Red Libertaria Popular Mateo Kramer

Los jóvenes bogotanos: entre la represión y la rebeldía

En los últimos meses observamos atónitos que la “mano dura” de la (in)seguridad democrática ya no tiene dónde esconderse. Signo de ello es que a los mismos uribistas y sus medios de comunicación sólo les queda la opción de mostrar lo que sucede: la parapolítica, la yidispolítica, la vinculación de altos funcionarios del gobierno con el narcotráfico y con negocios ilícitos, las ejecuciones extrajudiciales, los falsos positivos. Son tantos los escándalos que los noticieros ya no ven cómo conservar la fina línea que separa la política de la farándula. Por eso, para mantener su audiencia los medios de comunicación por fin tienen que comunicar y, sin quererlo en la mayoría de los casos, desenmascarar el verdadero proyecto de muerte del gobierno, proyecto que antes permanecía oculto para el grueso de la población colombiana.

Poco a poco la gente advierte que detrás del “corazón grande” de Uribe no hay más que falsos positivos, es decir, terrorismo de Estado para mantener a las clases pobres en la miseria, a las clases medias en la desidia y a las clases ricas en el poder. “Noticias Uno” revela la alarmante cifra de 935 ejecuciones extrajudiciales y, aunque RCN da una cifra un poco menor, lo cierto es que las ejecuciones se están llevando a cabo. Cada día un soldado arroja un nuevo resultado, un positivo, que no es más que desaparición de otro joven que antes caminaba alegre por un barrio popular del territorio nacional. Así todos empezamos a darnos cuenta de que los fusiles del régimen apuntan directamente a las cabezas de los jóvenes, a los cuerpos de aquellos que nos sentimos inconformes con el actual estado de cosas. El ambiente para que estos fusiles sigan disparando ya está creado. No yendo muy lejos, hace unos meses los mismos políticos uribistas se habían encargado de crear las condiciones para la represión armada tratando de criminalizar por todos los medios la protesta estudiantil y juvenil acusando a los jóvenes de terroristas.

Por eso, entre parapolítica y yidispolítica, la represión a la juventud tiene un lugar especial. En Bogotá se evidencia como una estrategia de control, como una manera de parar la creciente organización social de los jóvenes en la capital. De manera combinada, y a veces preocupantemente coordinada, a los falsos positivos se le suma la distribución de panfletos amenazantes de limpieza social en Ciudad Bolívar, Rafael Uribe Uribe, San Cristóbal, Suba, Kennedy, Tunjuelito, Bosa, y Usme. Estos conocidos panfletos establecen toques de queda y amenazas de muerte; amenazas que se han convertido en realidad en las diferentes localidades de Bogotá. Todo esto es prueba de que la (in)seguridad democrática en la capital se traduce en represión hacia la juventud.

Parece que algo le asusta al régimen, algo le incomoda, algo le genera miedo. Ese algo no es más que la rebeldía juvenil, rebeldía que vive y crece con la juventud, con la transgresión de lo establecido, con el deseo de cambio, con el torrente de sueños que poco a poco se convierten en posibilidades concretas de construir otra ciudad, otro país, otro mundo. El régimen ciertamente tiene miedo de que la rebeldía se organice y permita crear nuevas alternativas de transformación. Por eso a nosotros como jóvenes sólo nos resta por decir: “¡Que nadie más te calle, que nadie más te pise: a desalambrar y a organizar!”

Recordando el primero de mayo de 2005: ¡Nicolás Neira Vive!
Es casi imposible olvidar cuando todavía se escucha de manera viva el sonido de las personas corriendo y gritando, se huele el gas lacrimógeno lanzado indiscriminadamente por parte de la policía y retornan a la mente múltiples imágenes de confusión y desespero. Hace exactamente cuatro años los marchantes del Primero de Mayo, entre ellos un gran número de anarquistas, fuimos violentamente reprimidos, sin razón alguna, por el ESMAD. Aquel primero de mayo de 2005, unos 400 jóvenes nos dimos cita en el Parque Nacional para marchar, como todos los años, hacia la Plaza de Bolívar. Sin embargo, ese día todo fue diferente. A la altura de la calle veintidós con carrera séptima fuimos avisados por reporteros de medios alternativos sobre un plan de la policía para reprimir la marcha. Nos advirtieron: “tengan cuidado porque piensan dispersarlos llegando a la Plaza de Bolívar”. Nosotros y nosotras inmediatamente formamos un bloque para protegernos, pero la información fue incompleta, ya que mucho antes de llegar a la plaza, exactamente entre las calles 18 y 19, el ESMAD lanzó granadas de dispersión y procedió a golpear a los manifestantes. Aunque en ese momento no lo sabíamos, la peor suerte fue para Nicolás Neira, un joven de 15 años que marchaba con nosotros, que iba a conciertos con nosotros, que luchaba por un mundo mejor como nosotros. Nicolás fue brutalmente golpeado en la cabeza por agentes del ESMAD y posteriormente rematado en el piso. Los policías, insatisfechos con su horrible labor, procedieron a hacer un cerco y a taparse la cara con pasamontañas. No podíamos ayudar a Nicolás y tampoco nos era posible identificar a sus asesinos. Nicolás fue trasladado minutos después al hospital y falleció a lo seis días a causa de los golpes que le propinaron ese fatídico primero de mayo.

Pero la represión no paró ahí. La misma noche de la marcha, varios noticieros no pudieron ocultar la noticia, pero sí mostrarla de otro modo. Unos decían que fue un accidente, otros que la policía era inocente, otros que Nicolás había sido atropellado por un camión y otros, descaradamente, que nosotros mismos habíamos matado a Nico con un cuchillo. Posteriormente, en el velorio, su padre ponía en descubierto la presencia de sujetos extraños en el recinto y en las siguientes semanas fue necesario denunciar la presión y el hostigamiento del que fueron víctimas todas las personas que intentaron visibilizar el asesinato de Nicolás. Sus amigos de colegio fueron amenazados, sus familiares hostigados, sus compañeros seguidos y su padre, desde ese entonces hasta hoy, constantemente perseguido.

Nosotros y nosotras vimos cómo Yuri Neira, el padre de Nico, pasó de la confusión inicial sobre los hechos a tener la absoluta certeza de que su hijo fue asesinado por la policía. Vimos cómo Yuri empezó a ayudar con el centro social “CreAcción” y cómo incluso escribió un texto declarándose anarquista. También observamos cómo después se hizo cargo, junto otros compañeros y compañeras, del Centro Cultural Salmón y cómo le tocó irse al exilio por causa de un allanamiento que sólo encontró pinturas, instrumentos y muchas ideas. Desde la Red Libertaria Popular Mateo Kramer le enviamos un fraterno abrazo a Yuri donde quiera que esté y gritamos con todas las fuerzas este nuevo Primero de Mayo: ¡Nicolás Neira vive, ESMAD asesino!


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