La Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en sus 13 años de existencia, ha sido un referente obligado en el complejo panorama que azota al Urabá antioqueño, una Comunidad de Paz inmersa en un verdadero laboratorio de guerra, una experiencia que permite dimensionar las consecuencias del conflicto en la población civil que se niega a involucrarse en él.
Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia
Ellos siempre han visto en los que han entregado sus vidas en el proceso de la Comunidad de Paz, una fuerza que los mantiene adelante y no los deja echar para atrás. Incluso en momentos muy difíciles, de mucha represión, en los que ellos han estado pensando en desplazarse definitivamente para otro lugar, lo que los ha amarrado a quedarse aquí ha sido la memoria de sus víctimas, han dicho: ´hemos pagado precios tan altos por este proceso que ya estamos en la otra orilla, donde ya no se puede echar para atrás´".
Así define el sacerdote jesuita Javier Giraldo, acompañante honesto y sincero de este proceso organizativo, los pilares que mantienen a un grupo de familias campesinas vinculadas a una propuesta de comunidad autónoma y pacífica en el Urabá antioqueño, una de las regiones más violentas del país. Una iniciativa que en el 2010 cumple trece años de existencia y que se ha visto enfrentada a toda clase de atropellos y presiones por parte de los poderes más oscuros y criminales que persiguen el dominio del territorio.
La Comunidad de Paz de San José de Apartadó declaró sus principios el 23 de marzo de 1997, en aquella época se incrementaba una violencia de tipo paramilitar ejercida en toda la región para diezmar el avance político y social de la guerrilla. Los civiles siempre fueron involucrados en una guerra que no les pertenece pero que los afecta de manera directa, porque los intereses armados se centran especialmente en el territorio que ocupan los campesinos y del cual producen su sustento desde hace décadas. Esta región fue poblada
por colonos, expulsados de otras zonas por la violencia o por la falta de tierras para cultivar, ellos abrieron la selva de los límites invisibles que separan a los departamentos de Antioquia y de Córdoba. Son las últimas estribaciones de la serranía de Abibe, territorios ricos en biodiversidad, apetecidos por los voraces intereses de las empresas trasnacionales. Las masacres, desapariciones, bloqueos económicos, bombardeos indiscriminados, ejecuciones extrajudiciales, detenciones masivas y arbitrarias, han sido las armas utilizadas en contra de los pobladores de esta región.
Muchos de los sobrevivientes de la barbarie y el exterminio tuvieron que salir desplazados de sus tierras, otros se escondieron en la montaña y de a poco se fueron juntando. Varias organizaciones humanitarias, eclesiales y de derechos humanos acompañaron el éxodo de los campesinos que se asentaron en los cascos urbanos de los municipios o en las cabeceras de los corregimientos. La Diócesis de Apartadó promovió la organización en Comunidades de Paz, neutrales ante la guerra y decididas a no colaborar con ninguno de los actores armados. Varias familias desplazadas de la región del Urabá antioqueño y chocoano retornaron a sus territorios y se establecieron como Comunidades de Paz, juntándose en fincas o predios comunitarios y demarcando los lugares con letreros y carteles alusivos a su condición de civiles en medio de la guerra, exigiendo respeto por su decisión de no participar en ella.
Aunque algunas de estas experiencias de resistencia civil persisten en la región, muchas de ellas fueron atacadas nuevamente, otras fueron cooptadas por los actores armados o desvirtuadas en sus principios por la mezcla entre líderes corruptos y presiones poderosas. Pero sin lugar a dudas, ha sido la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en sus 13 años de existencia, un referente obligado en el complejo panorama que azota al Urabá antioqueño, una Comunidad de Paz en un verdadero laboratorio de guerra, una experiencia que permite dimensionar las consecuencias del conflicto en la población civil que se niega a involucrarse en él.
Aunque algunas de estas experiencias de resistencia civil persisten en la región, muchas de ellas fueron atacadas nuevamente, otras fueron cooptadas por los actores armados o desvirtuadas en sus principios por la mezcla entre líderes corruptos y presiones poderosas. Pero sin lugar a dudas, ha sido la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en sus 13 años de existencia, un referente obligado en el complejo panorama que azota al Urabá antioqueño, una Comunidad de Paz en un verdadero laboratorio de guerra, una experiencia que permite dimensionar las consecuencias del conflicto en la población civil que se niega a involucrarse en él.
El trabajo comunitario es fundamental para las familias campesinas que hacen parte del proceso. La producción agroecológica, la educación para la resistencia, la dignificación de la memoria y la recuperación del territorio; son ejes fundamentales en la construcción colectiva que propone y desarrolla la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Sus
líderes históricos recuerdan con nostalgia las luchas sociales que se vivieron en la región, las organizaciones sindicales, los colectivos de trabajo, las cooperativas, la participación política y social de las comunidades. La Unión Nacional de Oposición - UNO, la Unión Patriótica - UP, son referentes políticos en la conciencia de quienes han sobrevivido al terror que se implantó en la región. Es el legado y la memoria de los sueños construidos que han plantado la semilla que hoy germina en el corazón y en las palabras de quienes componen este esfuerzo organizativo:
“Yo pienso que la Comunidad de Paz de San José es como un árbol que se cuida mucho, se pone frondoso y le salen sus retoños. Yo creo que cada retorno es un retoño de este árbol, este árbol que día a día está dando vida para todos y ejemplo para el mundo”.
San José de Apartadó, 19 de febrero de 2010. Fotografía: Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia.
Justamente el retorno a Mulatos, realizado en febrero de 2008, es una semilla de Comunidad de Paz que hoy florece en la misma vereda donde fue asesinado el líder Luis Eduardo Guerra, su esposa Bellanira y su hijo Deiner. La masacre, cometida por un comando del Ejército Nacional guiado por paramilitares del Bloque Héroes de Tolová, fue realizada el 21 de febrero del año 2005 y en ella también fueron asesinados Alfonso Tuberquia, su esposa Sandra Muñoz y sus hijos Natalia y Santiago, de 6 y 2 años de edad. Alfonso y su familia fueron sorprendidos por la muerte en su humilde vivienda de la vereda La Resbalosa, a dos horas de camino del lugar donde fue asesinado Luis Eduardo, Bellanira y el niño. Todas las víctimas fueron descuartizadas y enterradas en fosas comunes. Los militares siempre han negado cualquier participación en los hechos, como lo han hecho desde antes en otras masacres y en otras agresiones contra los campesinos de
la región, en especial aquellos que están organizados en la propuesta de Comunidad de Paz.
Cinco años después de los hechos, los familiares de las víctimas regresaron a la vereda Mulatos, acompañados de personas de diversos países y de representantes de comunidades organizadas en varias regiones de Colombia. Con la guía espiritual de las palabras pausadas y acordes del sacerdote Javier Giraldo, quien acompaña el peregrinar de la comunidad desde sus inicios, la delegación partió el sábado 20 de febrero desde el casco urbano de San José de Apartadó hasta las mismas veredas que fueron recorridas por el comando de hombres armados que sembraron la muerte en donde hoy germina la vida.
Luis Eduardo Guerra sintió sobrevuelos de helicópteros y bombardeos el 20 de febrero y prefirió no ir hasta Mulatos a recoger el cacao. Al día siguiente decidió no esperar más y enfrentarse con la palabra a cualquier actor armado que se encontrara en el camino. En la inhumación de los restos de las víctimas, el viernes 19 de febrero de 2010, en el caserío principal de la Comunidad de Paz, el padre Javier Giraldo se refiere a la vida y memoria de Luis Eduardo Guerra: “Nos hemos preguntado, tal vez muchas veces, si Luis Eduardo sería acaso un hombre que despreciaba la vida, pero no, si alguien defendía la vida buscando siempre estrategias nuevas de defensa era Luis Eduardo. Más bien tenía la convicción de que la vida no se podía destruir, ni siquiera con la muerte… Hoy vemos su vida como la de un verdadero líder, un líder que encarnaba lo que es la Comunidad de Paz, su muerte como una presencia viva en la comunidad, su memoria es una energía que nos infunde fuerza a todos”.
Es que si no fuera por la fuerza de la memoria, los niños y jóvenes de la Comunidad no asumirían con tanta dignidad el proceso que sus padres y familiares han empezado hace más de una década. Por dolorosa que parezca, la historia de la Comunidad de Paz está llena de esperanza en cada uno de los rostros, los pasos y las palabras de quienes asumen este esfuerzo como una propuesta de vida, de quienes apelan a la memoria como antídoto en contra del progreso amnésico que se pretende imponer en la región.
El domingo 21 de febrero de 2010 se realizaron actos litúrgicos y de memoria en la vereda Mulatos y La Resbalosa, un caminar solemne que permitió recordar los gestos de ternura y las manifestaciones de vida que desafiaron las más macabras expresiones de muerte:
“Las confesiones progresivas de los victimarios nos han ido descorriendo el telón para mostrarnos las escenas más conmovedoras que sucedieron en la Resbalosa en aquella tarde del 21 de febrero de 2005. Desde el campo de los amigos nadie pudo contarnos realmente lo que paso allí, ni narrarnos los últimos momentos de Alfonso, de Natalia o de Santiago, han sido los mismos victimarios desde sus remordimientos y tormentos de conciencia que nos han dado acceso a lo más horrendo de aquel drama.
Nos estremece pensar en los sentimientos de Alfonso cuando regresa a su hogar con el propósito de salvar la vida de los suyos ó correr su misma suerte y encuentra su casa invadida por gente sin alma que se dedican a una macabra orgia de sangre, tiene que contemplar de lejos el cadáver de su esposa, Sandra, tendida en la cocina, mientras sus niños se le abalanzan a abrazarlo en medio de su estupor, de un estupor que su inocencia les impide valorar en sus verdaderas dimensiones. Alfonso le suplica a los victimarios, que discuten en ese momento sobre la inminente ejecución de los niños, que no vayan a cometer ese crimen y que más bien lo maten a él, entre tanto le dice a sus niños que deben prepararse para un viaje muy largo, allí se produce el último rasgo de las más fina y delicada ternura, cuando Natalia empaca algo de ropa para que su hermanito Santiago la lleve en ese misterioso viaje que ella no alcanza a comprender, con ese precioso gesto de inocente ternura se cierra la vida de Natalia, de Santiago y de Alfonso. Segundos después sus cuerpos serian desmembrados y sepultados en pedazos en aquellas dos estrechas fosas, medio escondidas en el cacaotal. Varios de aquellos esclavos de la muerte confesarían después que sintieron revolverse su conciencia y comprendieron que jamás podrían alejar de sí el tormento de esa macabra memoria”.
Este relato resume los hechos que se recordaron con profundo dolor en los mismos lugares donde fueron asesinados los miembros de la Comunidad, luego de cinco años de impunidad, tras demorados procesos judiciales que hoy revelan la verdad de los hechos y establecen la identidad de los responsables.
Desde hace varios años, y ante la ineficacia y estrecha relación de la justicia con los poderes que pretenden acabar el proceso organizativo, la Comunidad de Paz entró en ruptura con el sistema judicial colombiano. Han preferido trabajar en colectivo en la construcción de una manera distinta de relacionarse con la vida, con la tierra y con el pasado. Exigen respeto por su proceso, estrechan lazos de solidaridad con comunidades y personas en diversas latitudes del planeta.
Eligieron asumirse como civiles cuando pudieron haber sido parte de la guerra que se ofrece como única opción, prefirieron sembrar la tierra que disparar los fusiles.
El viernes 19 de febrero se realizó una marcha fúnebre desde el corregimiento de San José de Apartadó hasta el nuevo caserío donde se desplazó la Comunidad de Paz hace cinco años, después de la instalación de un puesto policial como respuesta gubernamental a la masacre. En el corto y sentido recorrido se trasladaron los restos de las ocho víctimas de la masacre, y en la noche, en una ceremonia litúrgica, las palabras del padre Javier Giraldo resumieron lo que significan, en el pasado y en el presente, estos hechos para la Comunidad de Paz:
“Hoy nuestra memoria de estos hechos llega a un umbral de esclarecimiento, de reflexión, de significados y sentidos, y acoge físicamente los despojos de estas hermanas y hermanos nuestros horriblemente sacrificados en este proceso como compañeras y compañeros cercanos, cuya presencia física va a estar recordándonos, reforzando los valores en los cuales ellas y ellos invirtieron lo mejor de sus energías vitales”.
Por: Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia
Tomado de: comunicaciones.acantioquia.org - cdpsanjose.org
UNA COMUNIDAD DE PAZ EN UNA ZONA DE GUERRA
Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia
Ellos siempre han visto en los que han entregado sus vidas en el proceso de la Comunidad de Paz, una fuerza que los mantiene adelante y no los deja echar para atrás. Incluso en momentos muy difíciles, de mucha represión, en los que ellos han estado pensando en desplazarse definitivamente para otro lugar, lo que los ha amarrado a quedarse aquí ha sido la memoria de sus víctimas, han dicho: ´hemos pagado precios tan altos por este proceso que ya estamos en la otra orilla, donde ya no se puede echar para atrás´".
Así define el sacerdote jesuita Javier Giraldo, acompañante honesto y sincero de este proceso organizativo, los pilares que mantienen a un grupo de familias campesinas vinculadas a una propuesta de comunidad autónoma y pacífica en el Urabá antioqueño, una de las regiones más violentas del país. Una iniciativa que en el 2010 cumple trece años de existencia y que se ha visto enfrentada a toda clase de atropellos y presiones por parte de los poderes más oscuros y criminales que persiguen el dominio del territorio.
La Comunidad de Paz de San José de Apartadó declaró sus principios el 23 de marzo de 1997, en aquella época se incrementaba una violencia de tipo paramilitar ejercida en toda la región para diezmar el avance político y social de la guerrilla. Los civiles siempre fueron involucrados en una guerra que no les pertenece pero que los afecta de manera directa, porque los intereses armados se centran especialmente en el territorio que ocupan los campesinos y del cual producen su sustento desde hace décadas. Esta región fue poblada
por colonos, expulsados de otras zonas por la violencia o por la falta de tierras para cultivar, ellos abrieron la selva de los límites invisibles que separan a los departamentos de Antioquia y de Córdoba. Son las últimas estribaciones de la serranía de Abibe, territorios ricos en biodiversidad, apetecidos por los voraces intereses de las empresas trasnacionales. Las masacres, desapariciones, bloqueos económicos, bombardeos indiscriminados, ejecuciones extrajudiciales, detenciones masivas y arbitrarias, han sido las armas utilizadas en contra de los pobladores de esta región.
San José de Apartadó, 19 de febrero de 2010. Fotografía: Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia.
Muchos de los sobrevivientes de la barbarie y el exterminio tuvieron que salir desplazados de sus tierras, otros se escondieron en la montaña y de a poco se fueron juntando. Varias organizaciones humanitarias, eclesiales y de derechos humanos acompañaron el éxodo de los campesinos que se asentaron en los cascos urbanos de los municipios o en las cabeceras de los corregimientos. La Diócesis de Apartadó promovió la organización en Comunidades de Paz, neutrales ante la guerra y decididas a no colaborar con ninguno de los actores armados. Varias familias desplazadas de la región del Urabá antioqueño y chocoano retornaron a sus territorios y se establecieron como Comunidades de Paz, juntándose en fincas o predios comunitarios y demarcando los lugares con letreros y carteles alusivos a su condición de civiles en medio de la guerra, exigiendo respeto por su decisión de no participar en ella.
Aunque algunas de estas experiencias de resistencia civil persisten en la región, muchas de ellas fueron atacadas nuevamente, otras fueron cooptadas por los actores armados o desvirtuadas en sus principios por la mezcla entre líderes corruptos y presiones poderosas. Pero sin lugar a dudas, ha sido la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en sus 13 años de existencia, un referente obligado en el complejo panorama que azota al Urabá antioqueño, una Comunidad de Paz en un verdadero laboratorio de guerra, una experiencia que permite dimensionar las consecuencias del conflicto en la población civil que se niega a involucrarse en él.
Aunque algunas de estas experiencias de resistencia civil persisten en la región, muchas de ellas fueron atacadas nuevamente, otras fueron cooptadas por los actores armados o desvirtuadas en sus principios por la mezcla entre líderes corruptos y presiones poderosas. Pero sin lugar a dudas, ha sido la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en sus 13 años de existencia, un referente obligado en el complejo panorama que azota al Urabá antioqueño, una Comunidad de Paz en un verdadero laboratorio de guerra, una experiencia que permite dimensionar las consecuencias del conflicto en la población civil que se niega a involucrarse en él.
El trabajo comunitario es fundamental para las familias campesinas que hacen parte del proceso. La producción agroecológica, la educación para la resistencia, la dignificación de la memoria y la recuperación del territorio; son ejes fundamentales en la construcción colectiva que propone y desarrolla la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Sus
líderes históricos recuerdan con nostalgia las luchas sociales que se vivieron en la región, las organizaciones sindicales, los colectivos de trabajo, las cooperativas, la participación política y social de las comunidades. La Unión Nacional de Oposición - UNO, la Unión Patriótica - UP, son referentes políticos en la conciencia de quienes han sobrevivido al terror que se implantó en la región. Es el legado y la memoria de los sueños construidos que han plantado la semilla que hoy germina en el corazón y en las palabras de quienes componen este esfuerzo organizativo:
“Yo pienso que la Comunidad de Paz de San José es como un árbol que se cuida mucho, se pone frondoso y le salen sus retoños. Yo creo que cada retorno es un retoño de este árbol, este árbol que día a día está dando vida para todos y ejemplo para el mundo”.
Justamente el retorno a Mulatos, realizado en febrero de 2008, es una semilla de Comunidad de Paz que hoy florece en la misma vereda donde fue asesinado el líder Luis Eduardo Guerra, su esposa Bellanira y su hijo Deiner. La masacre, cometida por un comando del Ejército Nacional guiado por paramilitares del Bloque Héroes de Tolová, fue realizada el 21 de febrero del año 2005 y en ella también fueron asesinados Alfonso Tuberquia, su esposa Sandra Muñoz y sus hijos Natalia y Santiago, de 6 y 2 años de edad. Alfonso y su familia fueron sorprendidos por la muerte en su humilde vivienda de la vereda La Resbalosa, a dos horas de camino del lugar donde fue asesinado Luis Eduardo, Bellanira y el niño. Todas las víctimas fueron descuartizadas y enterradas en fosas comunes. Los militares siempre han negado cualquier participación en los hechos, como lo han hecho desde antes en otras masacres y en otras agresiones contra los campesinos de
la región, en especial aquellos que están organizados en la propuesta de Comunidad de Paz.
Cinco años después de los hechos, los familiares de las víctimas regresaron a la vereda Mulatos, acompañados de personas de diversos países y de representantes de comunidades organizadas en varias regiones de Colombia. Con la guía espiritual de las palabras pausadas y acordes del sacerdote Javier Giraldo, quien acompaña el peregrinar de la comunidad desde sus inicios, la delegación partió el sábado 20 de febrero desde el casco urbano de San José de Apartadó hasta las mismas veredas que fueron recorridas por el comando de hombres armados que sembraron la muerte en donde hoy germina la vida.
Luis Eduardo Guerra sintió sobrevuelos de helicópteros y bombardeos el 20 de febrero y prefirió no ir hasta Mulatos a recoger el cacao. Al día siguiente decidió no esperar más y enfrentarse con la palabra a cualquier actor armado que se encontrara en el camino. En la inhumación de los restos de las víctimas, el viernes 19 de febrero de 2010, en el caserío principal de la Comunidad de Paz, el padre Javier Giraldo se refiere a la vida y memoria de Luis Eduardo Guerra: “Nos hemos preguntado, tal vez muchas veces, si Luis Eduardo sería acaso un hombre que despreciaba la vida, pero no, si alguien defendía la vida buscando siempre estrategias nuevas de defensa era Luis Eduardo. Más bien tenía la convicción de que la vida no se podía destruir, ni siquiera con la muerte… Hoy vemos su vida como la de un verdadero líder, un líder que encarnaba lo que es la Comunidad de Paz, su muerte como una presencia viva en la comunidad, su memoria es una energía que nos infunde fuerza a todos”.
San José de Apartadó, 19 de febrero de 2010. Fotografía: Documental Amarillo.
Es que si no fuera por la fuerza de la memoria, los niños y jóvenes de la Comunidad no asumirían con tanta dignidad el proceso que sus padres y familiares han empezado hace más de una década. Por dolorosa que parezca, la historia de la Comunidad de Paz está llena de esperanza en cada uno de los rostros, los pasos y las palabras de quienes asumen este esfuerzo como una propuesta de vida, de quienes apelan a la memoria como antídoto en contra del progreso amnésico que se pretende imponer en la región.
El domingo 21 de febrero de 2010 se realizaron actos litúrgicos y de memoria en la vereda Mulatos y La Resbalosa, un caminar solemne que permitió recordar los gestos de ternura y las manifestaciones de vida que desafiaron las más macabras expresiones de muerte:
“Las confesiones progresivas de los victimarios nos han ido descorriendo el telón para mostrarnos las escenas más conmovedoras que sucedieron en la Resbalosa en aquella tarde del 21 de febrero de 2005. Desde el campo de los amigos nadie pudo contarnos realmente lo que paso allí, ni narrarnos los últimos momentos de Alfonso, de Natalia o de Santiago, han sido los mismos victimarios desde sus remordimientos y tormentos de conciencia que nos han dado acceso a lo más horrendo de aquel drama.
Nos estremece pensar en los sentimientos de Alfonso cuando regresa a su hogar con el propósito de salvar la vida de los suyos ó correr su misma suerte y encuentra su casa invadida por gente sin alma que se dedican a una macabra orgia de sangre, tiene que contemplar de lejos el cadáver de su esposa, Sandra, tendida en la cocina, mientras sus niños se le abalanzan a abrazarlo en medio de su estupor, de un estupor que su inocencia les impide valorar en sus verdaderas dimensiones. Alfonso le suplica a los victimarios, que discuten en ese momento sobre la inminente ejecución de los niños, que no vayan a cometer ese crimen y que más bien lo maten a él, entre tanto le dice a sus niños que deben prepararse para un viaje muy largo, allí se produce el último rasgo de las más fina y delicada ternura, cuando Natalia empaca algo de ropa para que su hermanito Santiago la lleve en ese misterioso viaje que ella no alcanza a comprender, con ese precioso gesto de inocente ternura se cierra la vida de Natalia, de Santiago y de Alfonso. Segundos después sus cuerpos serian desmembrados y sepultados en pedazos en aquellas dos estrechas fosas, medio escondidas en el cacaotal. Varios de aquellos esclavos de la muerte confesarían después que sintieron revolverse su conciencia y comprendieron que jamás podrían alejar de sí el tormento de esa macabra memoria”.
San José de Apartadó, 19 de febrero de 2010. Fotografía: Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia.
Este relato resume los hechos que se recordaron con profundo dolor en los mismos lugares donde fueron asesinados los miembros de la Comunidad, luego de cinco años de impunidad, tras demorados procesos judiciales que hoy revelan la verdad de los hechos y establecen la identidad de los responsables.
Desde hace varios años, y ante la ineficacia y estrecha relación de la justicia con los poderes que pretenden acabar el proceso organizativo, la Comunidad de Paz entró en ruptura con el sistema judicial colombiano. Han preferido trabajar en colectivo en la construcción de una manera distinta de relacionarse con la vida, con la tierra y con el pasado. Exigen respeto por su proceso, estrechan lazos de solidaridad con comunidades y personas en diversas latitudes del planeta.
Eligieron asumirse como civiles cuando pudieron haber sido parte de la guerra que se ofrece como única opción, prefirieron sembrar la tierra que disparar los fusiles.
San José de Apartadó, 19 de febrero de 2010. Fotografía: Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia.
El viernes 19 de febrero se realizó una marcha fúnebre desde el corregimiento de San José de Apartadó hasta el nuevo caserío donde se desplazó la Comunidad de Paz hace cinco años, después de la instalación de un puesto policial como respuesta gubernamental a la masacre. En el corto y sentido recorrido se trasladaron los restos de las ocho víctimas de la masacre, y en la noche, en una ceremonia litúrgica, las palabras del padre Javier Giraldo resumieron lo que significan, en el pasado y en el presente, estos hechos para la Comunidad de Paz:
“Hoy nuestra memoria de estos hechos llega a un umbral de esclarecimiento, de reflexión, de significados y sentidos, y acoge físicamente los despojos de estas hermanas y hermanos nuestros horriblemente sacrificados en este proceso como compañeras y compañeros cercanos, cuya presencia física va a estar recordándonos, reforzando los valores en los cuales ellas y ellos invirtieron lo mejor de sus energías vitales”.
Por: Área de Comunicaciones - Asociación Campesina de Antioquia
Tomado de: comunicaciones.acantioquia.org - cdpsanjose.org
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