La justificación que ha encontrado el régimen para la imposición de sus políticas, de la agenda legislativa, de la “seguridad democrática”, de la guerra, de las bases militares, del Plan Colombia, de los ataques a los países del continente es el narcotráfico; la “mata que mata”. Si no fuera por el narcotráfico, toda la estrategia de “libre comercio” se caería sin argumentos. Pero no solo no se cae, sino que se descara.
Empecemos por insistir porque no sobra: la persecución, la muerte, la agresión, la impunidad y el olvido al que nos somete el Proyecto de Muerte a todos los pueblos y procesos en Colombia y en el mundo, a través del terror y la muerte, las políticas económicas y la propaganda, cada día empobrece y victimiza más a quiénes buscamos construir alternativas de vida diferentes y a quiénes nos oponemos al Modelo Económico de despojo, con las ideas, con la palabra y con la acción coherente.
En Nariño el Pueblo Awá sigue sufriendo la inclemencia del desplazamiento y el etnocidio inminente. Hay peligro para las comunidades y para un pueblo entero. Lo peor es que, a juzgar por lo que está sucediendo con la mayoría de asesinatos en el país, esta masacre quedará impune y el despojo se hará realidad. Así como en Nariño continúa la eliminación de los Awá, en el Valle del Cauca, en el Putumayo, en la Guajira y en el Cauca, también se presentan asesinatos selectivos, detenciones arbitrarias, señalamientos y avanza el proceso de destrucción social y cultural por el accionar de todos los actores armados.
En América Latina algunos
pueblos y procesos resisten a las políticas económicas que los despojan, se oponen a la privatización de los recursos naturales y fortalecen sus procesos locales y nacionales en aras de defender la Madre Tierra y ser coherentes con los principios de sus planes de vida, que van en contraposición del Proyecto de Muerte.
En Ecuador, a pesar de que tienen un gobierno progresista y defensor abierto de la soberanía y de la dignidad, es evidente que este
se contradice en sus políticas y práctica frente al modelo extractivista. Por no aceptar este modelo y sus impactos destructivos y contrarios a la vida y la dignidad, el Presidente Correa llama chiflados a los pueblos indígenas que se oponen al proyecto de Ley de Agua y a la Minería. Esta contradicción entre un gobierno popular y unos pueblos que le reclaman coherencia real con un discurso, se profundiza al cerrarse los espacios de debate con la invalidación y la burla irrespetuosa del Presidente a
las razones de los pueblos. Por creer que la palabra del Presidente es sincera, aunque joven y que la posición de los pueblos indígenas es sabia y arraigada en una experiencia grabada en la tierra y en la sangre, nos unimos al llamado que hacen quienes convocan el rechazo claro y consecuente al modelo extractivo que llegó por “El Dorado” y que hoy, en una segunda oleada avanza despojando, envenenando, comprando conciencias y aduciendo razones prácticas y engañosas.
En Colombia, hemos sufrido como respuesta a nuestras voces, movilizaciones e iniciativas, represión, trampas y muerte. Cuando son los pueblos indígenas quienes se dedican a la minería en defensa de su territorio y saber ancestral, el Gobierno reprime, genera terror y luego niega derechos a través de maniobras ilegales.
A los hermanos Wayúu les pretenden arrebatar Las Salinas de Manaure, luego de que las recuperaran a un costo en lucha y sacrificio inconmensurable. Cuando se convierten en empresarios y están listos a generar producción para su bienestar, el Gobierno maniobra para impedirles producir y trabajar. Para robarles lo que han ganado en derecho. El Gobierno viola la ley y cuando es hallado culpable luego de un largo y difícil proceso de lucha jurídica, enfila toda su capacidad de manipulación para negar derechos y libertades y arrebatar la empresa minera indígena de manos de los Wayúu. Las Salinas de Manaure son de los Wayúu, ancestralmente, históricamente y en derecho, pero esto no le conviene al régimen y los roba. Mientras a los indígenas ni siquiera les permiten ser empresarios dentro de las reglas del régimen establecido, en el mismo territorio, en La Guajira, le entregan sin dudarlo y con festejos, millonarios depósitos de carbón a las transnacionales y nadie reacciona. Con estos hechos queda en evidencia que no solo están los pueblos condenados a la servidumbre por vía de la explotación y la miseria sino que, aún si logran constituirse en empresarios, se les despoja. El clasismo y el racismo se imponen.
La Conquista nunca ha cesado.
La justificación que ha encontrado el régimen para la imposición de sus políticas, de la agenda legislativa, de la “seguridad democrática”, de la guerra, de las bases militares, del Plan Colombia, de los ataques a los países del continente es el narcotráfico; la “mata que mata”. Si no fuera por el narcotráfico, toda la estrategia de “libre comercio” se caería sin argumentos. Pero no solo no se cae, sino que se descara.
Menos de una semana después de que el mundo conociera que el DAS o servicio secreto del Gobierno y del Estado colombiano, es un cartel (de las tres letras) del narcotráfico, con autorización y bajo la dirección del propio Presidente de la República, la Policía Nacional “encuentra” 33 millones de dólares: TREINTA Y TRES MILLONES DE DÓLARES! En contenedores. Sin más explicaciones, las pacas de $700.000 dólares son cargadas en vehículos de la Policía y los generales nos anuncian, sin más trámites, que todo ese dinero será “para casas de la policía”.
Sabiendo lo que todos sabemos, debemos plantear una hipótesis que, más que posible, resulta la más probable. El narcotráfico del Gobierno, convertido en cartel, que incluye el narcotráfico de la fuerza pública, parte del cartel, retorna sus réditos por la venta de alcaloides en contenedores y lava las millonarias ganancias presentándolas como dinero decomisado al narcotráfico. Pero además, de inmediato se auto-asigna sin controles los recursos y los medios repiten la versión oficial y oficiosa sin el más mínimo cuestionamiento. Si lo que decimos es cierto, y es muy probable, la producción, la exportación y las ganancias del narcotráfico son un negocio de Estado.
El Estado que justifica su existencia y sus políticas y nuestro despojo y muertes y millones de desplazados y la amenaza en ciernes de un conflicto continental, probablemente, se dedica al narcotráfico y con el hace ganancias millonarias en dólares. La inversión, las donaciones y “Planes Colombia” en la “guerra contra las drogas” no es más que el negocio de las drogas para fines de la tiranía, a cambio de entregar la soberanía al imperio transnacional. ¿Cuántas letras más tiene el cartel que gobierna?
La “opinión pública” sin opinión ni pueblo, acepta atolondrada el traslado de dinero de contenedores a las arcas de la policía que la “encuentra” y debe aceptar que se destine sin discusión a la misma policía que la descubrió. Nadie pregunta si no hay mecanismos en un Estado de Derecho, que se rige por una Constitución Política, para decidir la destinación de estos recursos. Nos acordamos de las caletas del Putumayo, llenas de dólares y de cómo fueron condenados como criminales los que las “encontraron” y se quedaron con el dinero. Pero nadie reclama cuando lo mismo lo hace la institución policial mientras más de 4 millones de colombianos desplazados no tienen viviendas, ni tierras donde ponerlas, porque estas pasan a manos del “libre comercio”.
En últimas, si se acaba el narcotráfico, se quedan sin casas los policías. ¿No será mejor que no se acabe? ¿No es conveniente económicamente esta “guerra contra las drogas” mientras siga engordando las arcas de quienes se dedican a la misma?
Imaginémonos que la coca se transformara de negocio y causante de guerra y terror, en hoja de vida y semilla de dignidad. Soñemos que se puede usar masiva en industrialmente sin destruir una sola mata, para producir alimentos y bebidas de diverso tipo. Recordemos que tiene usos medicinales y espirituales. Asumamos que sus atributos culturales que ayudan a generar paz, justicia, armonía y cohesión social entre los pueblos indígenas, se contagian a barrios y pueblos en todo el país y más allá.
Además de generar ganancias económicas en producción, transformación y comercialización legal, protege el ambiente, rescata la historia y la dignidad, genera confianza entre pueblos y personas y, de manera contundente convierte en inaceptable e injustificable todo el presupuesto de guerra, de represión, de fumigaciones, de Plan Colombia, de bases militares y demás. Esto acabaría con el “cartel de las tres letras” y derribaría al régimen ilegítimo, lo mismo que a un Gobierno que acumula traficando y haciendo guerra contra el tráfico.
Nos ayudaría a poner en su lugar a las transnacionales que vienen a aprovechar la guerra para llegar a territorios despojados y extraer las riquezas. Si ya no hay guerra, la gente no se va. Si no hay narcotráfico, tampoco hay guerra. Si no hay ni guerra, ni narcotráfico, para qué un mal gobierno y la propaganda que lo legitima y el dinero que lo impone y las armas que lo defienden y la corrupción que lo ampara.
Pues no hay que soñar mucho. Apenas un ejemplito práctico:
Coca Nasa, ha demostrado que la Coca es vida, es dignidad, es buen negocio, sabe rico y no mata, porque genera vida. ¿No será por eso que les niegan licencias que sí le conceden a Coca-Cola? ¿No será por eso que los pocos pesitos (no dólares encaletados) que consiguen con alegría y en paz, no se dan a conocer como sí la mucha sangre y los millones de dólares del negocio Co(ca)lombia? Aprendiendo del valor ancestral de la coca sagrada, que llega hasta nuestros días para mostrar el camino, decimos que este no es un sueño, mientras que la pesadilla que nos imponen es una sin salida.
Acabemos como en cuento con una pesadilla de un pueblo que no hace falta nombrar: La tiranía es el gobierno degenerado de un monarca que se sirve del Estado para su provecho. Una tiranía despótica en la medida en que ciudadanos, funcionarios y pueblo somos tratados como esclavos. El tirano conquistó el amor del pueblo con engaños y promesas, pero lo consolida con amenazas y prebendas. Lo adornan y engalanan, los medios de propaganda. Una tiranía en proceso de construcción con el apoyo de un pueblo domesticado y de legisladores y aristócratas vendidos en subasta pública a cambio de porciones del Estado. Pero una tiranía ridícula, pues su cabeza se agacha ante el poder imperial a quien le entrega todo de rodillas para convertir al país en su hacienda familiar.
Reconocer el horror tiránico y sus estratagemas, sería el primer paso para detenerlo y el que tendría que darse tarde o temprano. La historia dirá, como un espejo implacable, si habremos sido capaces de defender lo público y el gobierno de los pueblos o si, enamorados del poder del que nos somete, obedientes y crueles, habremos convertido en muerte lo que nos debe dar vida por nuestra propia iniciativa.
Por: NASA-ACIN
Tomado de:
nasaacin.org